Sin ser aparentemente provocada ni esperada por nadie, una operación de sentido cuyas consecuencias pueden ser lamentables para el pueblo-nación y la política argentina se lanzó en las redes sociales. Como de la nada misma, apareció la insospechada cantante y actriz Mariana Espósito, más conocida por el alias de “Lali”, lamentando la performance en las primarias internas de uno de los candidatos a la presidencia en las elecciones de este año. “Qué peligroso, qué triste”, expresaba “Lali” Espósito en Twitter la misma noche del 13 de agosto al conocerse que Javier Milei había obtenido alrededor del 30% del favor del electorado en las urnas, superando por algunos puntos y décimas a los otros dos candidatos hegemónicos, Patricia Bullrich y Sergio Massa. Y a partir de esa expresión, que fue presentada como espontánea, se disparó un proceso de instalación en el centro de la escena política de un candidato que hasta aquí había estado más bien al margen.
No satisfecha con ello, “Lali” Espósito habría de redoblar la apuesta algunas horas más tarde, ya en la mañana del lunes posterior a las PASO, calificando a Javier Milei de “anti-derecho” en un nuevo mensaje, también en Twitter, escrito casi en castellano. Espósito ciertamente sentía el sacudón de las repercusiones por su reacción de la noche anterior y trataba de profundizar en su opinión desfavorable respecto a Milei, aunque terminó despertando una furia que hasta ese momento había estado dormida. Por calificar el triunfo mileísta en las PASO de “triste” y “peligroso” y al propio Javier Milei con el confuso epíteto de “anti-derecho”, sin quererlo o queriéndolo, no es fácil asegurarlo, lo que logró Espósito fue prender la mecha de una bomba que en el curso de los siguientes días iba a estallar transformando a Milei en asunto obligado de todas las conversaciones en el país e incluso de algunas en el exterior.
Eso ocurrió cual un fenómeno y corrió como reguero de pólvora por el universo mediático. Espósito inauguraba esa misma noche de domingo, al expresarse abierta e inadvertidamente en contra de Milei, un tipo especial de campaña de difamación que suele dar resultados radicalmente opuestos a los esperados por los incautos que se suben a esas movidas mediáticas creyendo hacer el bien. Sin ir muy lejos en la búsqueda de antecedentes, lo que hizo Espósito con su jeroglífico tuit fue poner en situación de “ele não” (“él no”, literalmente, en portugués) al progresismo biempensante que se considera a sí mismo moralmente superior por su activismo —en rigor, su “virtue signaling” o postureo ético— en las causas de ideología de género, garantismo, abortismo, racismo y los demás temas de la agenda globalista de Occidente. La progresista, feminista y abortista “Lali” Espósito importó de Brasil con un tuit la consigna que se utilizara allí en las elecciones de 2018 y que finalmente arrojó resultados nefastos para quienes la impulsaron, al menos teóricamente.

El malogrado “ele não” fue el grito de guerra del progresismo brasileño ese año contra un Jair Bolsonaro que para ese momento tenía poco más del 20% de la intención de voto en las encuestas. De manera muy sospechosa, al lanzar la consigna al debate de lo público, el progresismo solito catapultó a Bolsonaro en las encuestas, puso en el centro de la escena a un marginal y finalmente lo hizo ganar las elecciones de 2018 en Brasil con cómodos 12 puntos de ventaja contra el candidato progresista Fernando Haddad, quien por lo demás llevaba en su fórmula como candidata a vicepresidente a una comunista e inveterada feminista como Manuela D’Ávila, lo que suele decirse un verdadero clavo. Bolsonaro obtuvo entonces un 55,13% final, burlándose de sus detractores con un “él sí” que se impuso claramente en las urnas. El resultado de la campaña de difamación del progresismo brasileño contra Jair Bolsonaro, como se ve, fue diametralmente opuesto al deseo expresado en su principal consigna.
A la luz de los resultados y ya en frío, a casi cinco años de aquello, es posible concluir hoy que probablemente no haya sido el “ele não” lo que hizo ganar a Jair Bolsonaro, pues la sociedad de Brasil ya tendía a optar por un cambio después de cuatro elecciones ganadas por el Partido de los Trabajadores (PT) desde el año 2002 y al parecer iba a elegir a otro de todas formas. Pero no es menos cierto que el progresismo “subió al ring” a Bolsonaro al señalarlo como el enemigo, le dio una centralidad que el exmilitar no tenía ni podría tener sin ayuda. Y sobre esa centralidad Bolsonaro pudo construir de allí en más su triunfo electoral. Está claro que la victoria de Bolsonaro se da más por el deseo de cambio de la mayoría de los brasileños que por el “ele não”, aunque es a partir de eso que se posiciona como la representación concreta de dicho cambio.
Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o
suscríbase.