Elogio de la conspiranoia

Los llamados “conspiranoicos” están a la orden del día y se los considera delirantes, gente con problemas psicológicos que a su paranoia le agregan teorías de la conspiración, pero esa definición es problemática: sin capacidad de abstracción y ateniéndose únicamente a la realidad visible, el hombre no se diferencia demasiado del animal. Entonces los que hoy son “conspiranoicos” más bien pueden ser quienes intuyen la existencia de una realidad muy real, aunque invisible frente a los ojos de las mayorías. ¿Conspiran o no conspiran los ricos del mundo?
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Desde el año 1995 hasta el presente el canal de televisión estadounidense con difusión global The History Channel (ahora llamado simplemente History, por razones de registro de propiedad intelectual) ha emitido sendos programas a los que la comunidad científica de un modo general califica como pseudocientíficos y pseudohistóricos. Dichos programas tienen muy elevada audiencia relativa y tienen además como premisa la construcción de un relato que en los últimos años se dio en llamar “conspiranoico”, esto es, una narrativa paralela de la realidad fundada en unas teorías de la conspiración observadas desde el punto de vista de los sujetos paranoicos. Eso es la llamada “conspiranoia” en pocas palabras, o la sospecha de que existe una realidad alternativa invisible a los ojos de las mayorías que el poder en las sombras oculta. Esa hipótesis y esa sospecha, finalmente, serían una atribución de los paranoicos, gente con serios problemas mentales y absolutamente descalificada por ello de todo debate público.

Uno de esos programas emitidos por History es Alienígenas ancestrales, una serie televisiva cuyo motivo es la presentación de “hallazgos” de restos arqueológicos de antiguos astronautas como prueba definitiva de que seres extraterrestres habrían visitado nuestro planeta en la Antigüedad o aun en tiempos prehistóricos, introduciendo entonces en la Tierra el embrión de todo lo que conocemos hoy como civilización. Esa sería, según la hipótesis de Alienígenas ancestrales, una suerte de etapa de preñez del mundo con la inseminación por parte de alienígenas y, por lo tanto, toda existencia humana posterior debería ser el resultado del desarrollo de esa fecundación. El argumento en sí es una nimiedad típica de la ciencia ficción y sería muy extraño que parte de la comunidad científica se ocupara de la crítica del asunto, como efectivamente lo hizo, si no fuera por la existencia de un vil esquema de conspiración para nada “conspiranoico” que veremos a continuación.

Las narrativas pseudocientíficas y pseudohistóricas que History Channel hace para vender tandas publicitarias en la televisión por cable son aquí una cosa anecdótica y simbólica a la vez, son una forma de introducir el debate sobre lo que hoy llamamos “conspiranoia” y también el botón de muestra para ver cómo el poder fáctico hace de todo eso un auténtico primado negativo. Y todo esto debe empezar por una simple pregunta: ¿Por qué los medios de comunicación, cuya misión declarada es ilustrar a una sociedad en principio ignorante de la realidad, difunden como cosa seria lo que la comunidad científica ya calificó como un monstruoso “bolazo” y lo sigue haciendo pese a esa definición? Esta es una pregunta esencial que no tiene respuesta por parte de los propios medios más que una débil argumentación sobre razones comerciales que no pasarían una prueba de ética. Si History Channel y Alienígenas ancestrales existen para que las corporaciones mediáticas ganen más dinero, entonces toda la justificación de la existencia de los medios como elementos fundamentales para el sostenimiento de la democracia y lo que ya se sabe es una quimera. ¿Los medios existen para informar e ilustrar a la sociedad o para reportar pingües ganancias a sus propietarios?

Carátula de la colección de la serie ‘Alienígenas ancestrales’, cuyo éxito fue tanto que se vendió luego en formato DVD para coleccionistas. La “conspiranoia” es una categoría y llenarla de contenido fue la tarea de los medios en décadas hasta instalar como verdad absoluta que toda narrativa alternativa al relato oficial es un delirio de ciencia ficción con alienígenas, fantasmas, poderes sobrenaturales, etc. El resultado es que hablar hoy de las élites globales y globalistas que arrasan con la economía mundial en una verdadera conspiración equivale a un delirio “conspiranoico” porque no sale estampado en los diarios dichos “serios”. De lo particular a lo general, objetivo alcanzado.

Claro que es lo segundo, cosa que los argentinos ya habíamos aprendido desde el advenimiento del debate por la famosa Ley de Medios. Hoy sabemos que los medios de comunicación no son realmente tales, sino empresas mediáticas pertenecientes a las corporaciones que hacen de la difusión de contenidos un negocio. En una palabra, los medios son de difusión y son meramente un negocio, lo que explicaría de antemano la existencia tanto de History Channel como de Alienígenas ancestrales y de todos los demás medios y programas que generalizan la confusión en vez de informar, con la sola finalidad de acumular ganancias. Ya se sabe que la comunicación ha sido privatizada y luego concentrada en pocas manos para convertirse en un negocio, aunque ninguna de esas certezas resuelve aún la siguiente contradicción: si en los medios de difusión mercantilizados del presente existe tanta preocupación por el peligro que suponen los “conspiranoicos”, desde los terraplanistas hasta los llamados “negacionistas” del virus, los “antivacunas”, los “bebedores de lavandina” y otros que ven conspiraciones detrás del relato oficial global, ¿por qué History Channel y otros canales afines siguen estando al aire para alimentar precisamente la imaginación de los “conspiranoicos” a los que se quiere combatir?

En los últimos dos años, todos los medios de difusión del mundo, desde los tradicionales hasta las redes sociales corporativas como Facebook y Twitter, entre otros, han declarado la guerra a los “conspiranoicos” que afirman la existencia de una conspiración globalista detrás de una pandemia que a su vez no sería tal, sino una maniobra de ese globalismo para imponer un nuevo orden mundial y someter a la humanidad entera. De pronto, los “conspiranoicos” han pasado de ser personajes chistosos de la realidad diversa, donde cada cual piensa como quiere y a eso se le llama “democracia”, a ser enemigos públicos cuyo discurso constituye un peligro para la sociedad y cuya praxis roza lo delictivo. Decir hoy públicamente, por ejemplo, que el coronavirus se generó en laboratorio por los mismos que desarrollaron las vacunas con algún fin geopolítico que nadie conoce o comprende —he ahí la conspiración propiamente dicha— se considera en todas partes una amenaza a la salud pública, es motivo de proscripción en las redes sociales y de censura en los medios tradicionales. Todo lo que no esté perfectamente alineado al discurso oficial de un virus surgido de la promiscuidad entre animalitos de distintas especies y de una ciencia abnegada que corre contra el tiempo para desarrollar el antídoto y salvar vidas es puesto automáticamente en la categoría de “conspiranoico”, es considerado peligroso y se prohíbe, represión y censura a los atrevidos mediante.


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