Enemigos íntimos

La guerra fundacional de Unión por la Patria es un hecho extraordinario de la política porque salda la discusión que quedó reprimida hace cuatro años al formarse el Frente de Todos. Por primera vez la autoridad de Cristina Fernández para armar listas a dedo está cuestionada y el resultado es una lucha sin cuartel entre los pretendientes al trono. Allí están Daniel Scioli y Sergio Massa, cada cual con una estrategia y un objetivo. ¿Quién tendrá la última palabra en esta contienda entre enemigos íntimos?
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Todo estaba en paz y el plan se ejecutaba a la perfección. Mediante una serie de cortinas de humo cuya finalidad es sostener el estado de expectativa hasta el último momento entre los propios, el kirchnerismo se acercaba sin mayores problemas al objetivo de bajar a todos los pretendientes al trono despejándole a Sergio Massa el camino al triunfo y a la ya convenida absorción del núcleo duro kirchnerista por el massismo triunfante. Fiel a su palabra y a los compromisos asumidos, Cristina Fernández daba ya por descontado que iba a poder pagarle a Massa con lo que Massa había exigido al abrazarse a la bomba atómica del Ministerio de Economía en julio de 2022 para evitar entonces la caída del gobierno del Frente de Todos. Todo marchaba según lo planificado, como siempre ocurre en el kirchnerismo. Hasta que apareció el cisne negro.

Ese cisne negro resultó ser el insospechado Daniel Scioli, quien se puso duro inesperadamente en sus pretensiones de luchar por la corona en una interna del Frente de Todos, que ya ni siquiera se llama así. Scioli se apoyó en la lapicera de un Alberto Fernández que supo sobrevivir para jugar su carta y volteó en el seno del Partido Justicialista los criterios de cantidad de avales —diseñados desde siempre con fines de proscripción en todas las fuerzas y partidos políticos, en todo tiempo y lugar—, imponiendo sus condiciones. Y ahora el extinto Frente de Todos tiene el siguiente problema: Scioli está forzando una interna que no estaba en los planes. Scioli está “acostando” no solo a Massa, su enemigo íntimo, sino también a Cristina Fernández.

Inesperado, por cierto, al menos para quienes observamos la política por sus expresiones y no tenemos acceso a las mesas chicas donde los tejemanejes de los dirigentes se hacen. Scioli apareció, desde el punto de vista de los de afuera, de la nada. Y no es descabellado pensar que también sorprendió en cierta medida al kirchnerismo en su proceso de transformación. Scioli pudo haber tomado de sorpresa a Cristina Fernández y a Sergio Massa mientras estos se pasaban la posta y hacían la mudanza en silencio. Es probable que no lo hayan visto venir o que no hayan creído que a iba a atreverse a tanto. Pero Scioli se atrevió y dijo abiertamente que nadie lo va a bajar de sus pretensiones: “Aunque pongan como criterio el tener dos brazos, yo voy a ser candidato igual”, dijo el exgobernador bonaerense que, como se sabe, los dos brazos no los tiene.

Daniel Scioli y Sergio Massa, enemigos mortales que debieron tolerarse en el marco de la gestión pública del gobierno del Frente de Todos. Toda la política argentina conoce el nivel de odio mutuamente cultivado entre estos dos personajes, razón por la que es lícito suponer que a Scioli lo mueve un simple —aunque lógicamente legítimo en las categorías políticas— deseo de venganza.

¿Por qué eso es malo para Sergio Massa y puede incluso llegar a ser mortal para su estrategia a largo plazo? Pues simplemente porque a Massa no le conviene ir a una interna en la ahora llamada Unión por la Patria, el Frente de Todos de siempre. La interna de Unión por la Patria es una elección en un colegio electoral donde casi todos los electores son kirchneristas y, según las encuestas y el sentido común más básico del que conoce un poco el paño, en un universo de votantes con ese perfil es poco probable que Massa pueda ganarle a alguien. En otras palabras, Massa sabe que en la preferencia de los kirchneristas probablemente pierda con Scioli y prácticamente con cualquier candidato que se le ponga en frente, por la simple razón de que el kirchnerista promedio identifica a Massa como un traidor.

Massa sabe que eso es así y por eso exige ser candidato en soledad, por el dedo de quien le debe el favor. Lo que Massa quiere es que el kirchnerista se vea obligado a votarlo, a militarlo y a fiscalizar sus votos en la urna. Eso solo sería posible si Massa fuera el candidato único del espacio teniendo en frente a personajes como Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei, a quienes el kirchnerista reputa como peores que Massa. Es su estrategia, Massa quiere hacerse votar no como la mejor opción, sino como el mal menor: es el famoso “tapémonos la nariz y votemos a Massa para que no vuelva la derecha”. Claro que Massa muy de izquierda no es, digamos, pero en la fantasía del kirchnerista el bien está allí donde Cristina Fernández diga que está y el mal, en consecuencia, está del otro lado.

Ese era el plan de Sergio Massa, al parecer, era un presentarse como único candidato de Unión por la Patria/Frente de Todos, llevarse de arriba y por la fuerza todos los votos kirchneristas porque “no queda otra que votarlo” y, con ese núcleo duro que es potente y no lo tiene ningún otro candidato, llegar al ballotage a ver qué pasa allí. Massa sabe que tiene la posibilidad de ganar las elecciones en noviembre si en dicha segunda vuelta tiene como rival a un Javier Milei, por ejemplo. La sociedad argentina tiende a asustarse frente a lo extremo y podría optar silenciosamente en el cuarto oscuro por el malo conocido. Como se ve, la estrategia de Massa es o era, de punta a punta, un hacerse votar por exclusión, porque son demasiado malos los demás candidatos. Es la ingeniería electoral que se expone detalladamente en la 64ª. edición de esta Revista Hegemonía.

Teniendo por delante la perspectiva de un nuevo gobierno cambiemita en manos de Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta, o incluso la de un triunfo de Javier Milei, el kirchnerista militará y votará a cualquier candidato que aleje ese peligro. Los cambiemitas son el mal absoluto en la cosmovisión kirchnerista, son los “malos” en ese esquema hollywoodense. Sergio Massa lo sabe y quiere ser ese candidato en soledad para absorber el núcleo duro de Cristina Fernández y conducir el espacio hacia el futuro.

La estrategia de Massa es o era esa, porque le salió al cruce un Daniel Scioli con ganas de “escupirle el asado” y quizá inesperadamente. Entonces Massa debe hacer como los equipos de GPS y recalcular, debe ver bien si conviene enfrentarse a Scioli en una elección interna y arriesgarse a ser derrotado allí por el exmotonauta. Massa no puede perder, puso en juego lo poco que le quedaba de prestigio en la misión suicida de asumir como ministro de Economía en medio a una crisis terminal y no puede perder. En estos ocho días que quedan de aquí al cierre de listas el próximo 24 de junio habrá intensas encuestas para tratar de saber si el operativo odio desplegado contra Scioli en los últimos días tuvo algún efecto o si el kirchnerista todavía está dispuesto a votar a cualquiera en una interna para que Massa pierda.

¿Qué podría hacer Massa en caso de que Scioli efectivamente sea candidato en las internas y el kirchnerista esté dispuesto a votarlo? Puede replantear su estrategia optando por un plan B y haciendo que su camino a la cima del poder político se alargue un poco más, haciéndose más oblicuo. Massa tiene la prioridad y puede exigir que se le pague, por ejemplo, con la candidatura única a gobernador de la provincia de Buenos Aires, en cuyo caso Cristina Fernández tendría que “sacar para arriba” a Axel Kicillof —contra la voluntad de este, se sabe que Kicillof no quiere ir al muere— presentándolo como candidato a presidente. Si Massa hace eso, logra de entrada un primer objetivo personal muy importante: le devuelve el golpe a Scioli, pues si este era favorito contra Massa en las internas, no lo es asimismo si el rival allí es Kicillof.

En realidad, si Massa hace eso lo más probable es que entonces sí Scioli se baje, puesto que habrá logrado su objetivo contra el enemigo íntimo y sabe desde luego que en el voto kirchnerista no tiene chances contra Kicillof, Eduardo de Pedro o cualquier otro dirigente subalterno identificado con la conductora del movimiento. Si Massa opta por ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, entonces Scioli habrá logrado impedir que lo sea a presidente y estará desde luego cumplido. Es muy probable que la única motivación de Scioli en esta lucha interna sea la de bloquear a Massa y frustrar sus planes, Scioli no pretende realmente ser aplastado en una interna por Axel Kicillof, Eduardo de Pedro o incluso por una fórmula entre ambos, que sería lo más apetecible para el kirchnerista que vota.

La fórmula Axel Kicillof/Eduardo de Pedro es soñada por el kirchnerismo silvestre, esa categoría acuñada por el senador Oscar Parrilli para definir a la militancia cristinista de a pie. Y sería número puesto si no hubiera de por medio el condicionamiento de un Massa que quiere cobrar por el servicio brindado en el Ministerio de Economía. Sin saberlo, Scioli puede terminar despejando el camino para que el sueño de los silvestres se haga realidad.

Sea como fuere, todo va a depender de si en los ocho días que faltan para el 24 de junio Scioli logra sostenerse como precandidato y firma como tal en el cierre de listas. Si Massa no logra de alguna manera bajar a Scioli, tendrá por primera vez una amenaza seria contra sus planes. Las próximas 200 horas serán muy intensas para un massismo cuya batalla final es la destrucción del cisne negro que surgió a último momento. Visto de otra manera, Scioli puede ser hoy (sin que los kirchneristas tengan conciencia de ello) el último escollo en la licuación del kirchnerismo y su posterior transformación en massismo.

Cristina Fernández debe y quiere pagar, quiere honrar la palabra empeñada, el compromiso asumido. En cada aparición pública dice crípticamente que debe haber candidato único. Es “por la unidad”, por supuesto, no podría ella aducir otra cosa, pero finalmente aquí se trata de lo siguiente: Massa tiene la llave del Partido Judicial para terminar con la persecución contra Cristina Fernández y su hija, Massa garantiza poner un fin a esa guerra judicial si la contraparte le asegura el traspaso del núcleo duro. ¿Quién podrá decir que es injusta, inmoral o ilegal la transacción? Al fin y al cabo, como dijo la propia Cristina Fernández en su última presentación pública, la primera patria es la familia de uno. Ponga el atento lector la mano en corazón y, sin ideologizar, diga si en su lugar no haría exactamente lo mismo después de haberlo dado todo y de recibir causas judiciales a cambio de eso.

Con o sin la mano en el corazón, la respuesta siempre será de muy sencilla comprensión.


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