Con el fin de apoyar al candidato a intendente de la ciudad sureña de Trelew Emanuel Coliñir, cuya lid electoral estaba programada para realizarse el domingo 16 de abril, el referente de La Cámpora y presidente del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires Máximo Kirchner hizo frente a la razonablemente nutrida audiencia que se dio cita para escucharlo en esa importante ciudad chubutense una crítica al gobierno del Frente de Todos que, a esta altura, no sorprende a nadie. Haciendo referencia al incremento de la pobreza en el país en general y en la ciudad de Trelew en particular, Kirchner dijo para el aplauso apasionado de los presentes al acto de cierre de campaña de Coliñir que el Frente de Todos “no vino a esto”, significando lógicamente que dicha coalición no ganó las elecciones del 2019 para llover sobre mojado aumentando aún más los paupérrimos indicadores sociales dejados por el régimen macrista al despedirse, sino para hacer justamente lo opuesto.
Para sorpresa de casi nadie, como veíamos, puesto que las embestidas contra el gobierno de Alberto Fernández ya son desde hace algunos meses moneda corriente entre la militancia kirchnerista —fundamentalmente la minoría intensa nucleada en La Cámpora—, Máximo Kirchner afirmaba haber observado en las estadísticas de la ciudad de Trelew un aumento de cinco puntos porcentuales en la pobreza entre el 2018 y el 2022, una realidad inaceptable según su criterio de dirigente político. “El Frente de Todos no vino a esto (…) no fue para contarles a los argentinos que no podemos, fue para dar todas las peleas que nuestro pueblo necesite en adelante y no conformarnos con este tipo de situaciones que estamos atravesando ahora bajo el paraguas de que Macri no tiene que volver o de que Cambiemos no tiene que volver”. Y allí quedó expuesta, en ese diagnóstico tentativo y muy tardío del fracaso del gobierno del Frente de Todos, una verdad que el propio Máximo Kirchner y los militantes a los que conduce se empecinaron en reprimir durante tres años: el ya tristemente célebre “ah, pero Macri” no iba a alcanzar para disimular la falta de gestión en el Estado.

“Esa mediocridad —la de argumentar a modo de extorsión el peligro del retorno del enemigo para justificar la inacción de los propios, precisamente— no puede ser que no lleve a pensar y diseñar el futuro de una Argentina diferente”, decía Kirchner para darle forma final a la idea expresada. ¿Y qué es lo que subyace dicha idea? Pues otra, la de que sin la exigencia permanente a los dirigentes con responsabilidad de gestión el resultado es siempre la parálisis, la crisis y la derrota como consecuencia final de toda la debacle. En otras palabras, a pocas semanas de finalizar el actual gobierno frentetodista y después de tres años y más de impartir entre la tropa propia las consignas típicamente macristas de “darle tiempo” y “dejar gobernar” a Alberto Fernández, Máximo Kirchner “se acordó” de que es necesario exigirles actitud a los dirigentes políticos desde las bases.
Pero es tarde, demasiado tarde para hacerlo. Durante las tres cuartas partes de un gobierno que va a expirar el próximo 10 de diciembre y difícilmente logre renovar su mandato la militancia y los simpatizantes kirchneristas en general persiguieron ferozmente a los que se atrevieron a exigirle gestión, decisión y voluntad política al gobierno del Frente de Todos entre el 2020 y el 2022, calificando de “traidores” a esos atrevidos y llamando al orden para “no darle de comer al enemigo”. Toda crítica, pontificaban entonces los dirigentes kirchneristas y sus loros mediáticos en los medios afines, debía ser “hacia dentro”, sin explicar no obstante dónde demonios se ubicaba eso: con las unidades básicas cerradas —o en el mejor de los casos convertidas en centros culturales para la difusión de ideología progresista— y todas las discusiones restringidas a las nefastas “mesas chicas” de la conducción, el individuo interesado desde luego en el éxito del gobierno del Frente de Todos quedó simplemente privado de un canal idóneo para comunicar sus inquietudes sin ser señalado como un traidor que “le hacía el juego a la derecha”.

Así pasaron los tres primeros años del gobierno del Frente de Todos y el resultado necesario fue ninguna gestión para mejorar las condiciones objetivas de existencia de un pueblo que ya venía golpeado por Macri y que, por eso mismo, lo echó de la presidencia en octubre de 2019. Había que “darle tiempo” y “dejar gobernar” a Alberto Fernández para “no darle de comer al enemigo” y entonces Fernández pudo transitar los tres primeros años de su presidencia sin presión alguna por parte de los propios, pudo hacer tranquilamente la plancha e incluso pudo, en ocasiones, representar los intereses antipopulares del poder globalista mal disimulado en cháchara socialdemócrata. Al estar blindado por una militancia dispuesta a purgar y a cancelar a los críticos, Fernández pudo hacer un desgobierno infernal cuya consecuencia lógica es el actual estado caótico en las filas frentetodistas. El Frente de Todos peligra hoy finalizar en el tercer puesto de la tabla en las próximas elecciones y no es porque el argentino esté con ganas de votar otra vez a los delincuentes cambiemitas o porque Javier Milei sea un genio carismático de la política, nada de eso existe. El Frente de Todos puede ser apaleado en octubre y dejar pegado al peronismo con una derrota histórica porque hizo adrede todo lo que pudo para fracasar.
Y fracasó, lógicamente, al menos en lo que respecta a los fines declarados en su programa electoral de 2019. El Frente de Todos conquistó el voto de confianza de un pueblo desesperado al prometerle heladeras llenas, asados con amigos los fines de semana, reversión total de la debacle macrista. ¿Y qué hizo, finalmente? Pues continuó la obra de destrucción de Mauricio Macri, no hizo ninguna ruptura con el statu quo y terminó profundizando la catástrofe que prometía mitigar. Y ahora quiere ganar las elecciones. ¿Pero cómo puede quererlo, si hizo una estafa electoral aún más escandalosa que la de Macri? ¿Qué razones puede tener hoy un argentino para volver a votar a un candidato del Frente de Todos? Claro, el peligro de que vuelva Macri y la “derecha”, ese monstruo temerario cuya naturaleza nadie sabe explicar. Lo único que hay es extorsión, mediocridad en los términos expresados por Máximo Kirchner en Trelew. “No tenemos nada para ofrecer ni capacidad de gestión para mejorarle la vida a nadie, pero si Ud. no nos vota vienen otros aún peores que nosotros”. Extorsión y mediocridad típicos de una política semicolonial.

Máximo Kirchner entiende todo esto y lo dijo abiertamente al fin, aunque es ya demasiado tarde para decirlo porque el gobierno del Frente de Todos terminó en la práctica y ya no se le puede exigir nada a Alberto Fernández, puesto que este ya no preside. Había que exigirle voluntad política en los primeros 90 días de su gobierno, que es cuando un presidente puede por definición introducir modificaciones profundas sin pagar costos políticos demasiado altos. Había que exigirle decisión y coraje allá por abril o mayo de 2020, cuando Alberto Fernández tuvo un 80% de aprobación popular y pudo haberlo aprovechado para asestarle un golpe letal al enemigo de los pueblos, determinando de allí en más una tendencia ascendente. ¿Cómo exigirle algo a Alberto Fernández ahora que es un “pato rengo” al que los mozos de Casa Rosada le sirven frío el café pues ya saben que se va y no vuelve? Pero no, en esos días nada se le exigió a Alberto Fernández porque había que darle tiempo y dejarlo gobernar sin darle de comer al enemigo. Y resulta graciosamente que Alberto Fernández usó todo ese tiempo que le dieron para no gobernar y para pasar de comida al enemigo.
Es tarde, es muy tarde para exigir lo que fuere y sería interesante preguntarle a Máximo Kirchner si no tuvo la ocurrencia de la autocrítica, al menos en la forma de buena intención, al ver cómo el Fondo Monetario Internacional (FMI) imponía a Martín Guzmán en el Ministerio de Economía para legitimar la deuda macrista hasta un punto de no retorno que garantizara la sumisión absoluta del país frente a sus acreedores. ¿No vio Máximo Kirchner que Guzmán no tenía ningún arraigo en la Argentina, que había sido criado en los Estados Unidos y que venía “recomendado” por ese gran delincuente e intelectual orgánico de la sinarquía globalista que es Joseph Stiglitz? ¿No le hizo ruido que nos impusieran justo ese ministro de Economía, un ministro yanqui a todas luces, para lidiar con la deuda contraída por Macri ante los yanquis? Ya Arturo Jauretche decía, hace muchos años y literalmente, que “asesorarse con los técnicos del FMI equivale a ir al almacén con el manual del comprador escrito por el almacenero”. Pero aceptamos sin chistar a un técnico del FMI en el Ministerio de Economía, no le exigimos al presidente un ministro menos cipayo. ¿Qué podemos exigirle ahora?

También podría ser interesante preguntarle a Máximo Kirchner por qué La Cámpora no solo no puso el grito en el cielo, sino que además cooperó con Alberto Fernández cuando este dinamitó lo poco que aún quedaba de la economía nacional al encerrar a 47 millones de argentinos por nueve meses con el pretexto de la ideología sanitaria. Y luego cooperó otra vez cuando Fernández siguió insistiendo durante otros tantos meses con restricciones absurdas que no sirvieron para otra cosa que para empujar a la pobreza a millones de argentinos. ¿No se habrá percatado entonces Máximo Kirchner de que gran parte de nuestra economía es informal y eso significa que hay millones de trabajadores viviendo al día, en una situación tal que no pueden darse el lujo de no salir a trabajar una semana? Ese era el momento ideal para decir con valentía que “el Frente de Todos no vino a esto”, pero no hubo valientes. Hubo, eso sí, mucha declamación ideológica buenista de “preservar la vida” ignorando que el pequeño comerciante no vende si nadie camina la calle, que un trabajador informal pasa hambre con su familia si no puede salir a trabajar y, en consecuencia, enloquece de angustia por ello y probablemente de eso muere en el corto o mediano plazo. ¿En qué sentido eso es “preservar la vida”?
Y así hay una infinidad de preguntas interesantes que podrían hacerse a un Máximo Kirchner hoy finalmente enterado de que el Frente de Todos “no vino a esto”. El progresismo sanitario de clase media con ingresos asegurados quedándose en casa y la aceptación del manual del comprador escrito por el almacenero son dos ejemplos entre muchas cuestiones por las que la militancia del kirchnerismo pudo haber interpelado a Alberto Fernández mientras existió la posibilidad de forzar un cambio de rumbo. ¿Por qué no lo hizo en su momento? Horas después de la presentación de Máximo Kirchner en Trelew, la dirigente sindical y diputada provincial bonaerense Soledad Alonso decía en una entrevista radial lo siguiente: “En lo que nos equivocamos nosotros, los militantes y los dirigentes, fue en no haberle hecho los quilombos, las marchas y los reclamos que tendríamos que haberle hecho a Alberto Fernández”. Siempre de acuerdo con Alonso, eso se debió a que Cristina Fernández había puesto al presidente a dedo y entonces no había forma de ir a reclamarle nada.

He ahí una hipótesis, la del seguidismo o la obsecuencia. Aun entendiendo que Alberto Fernández hacía el mal y conducía a los argentinos al infierno y al Frente de Todos a una catástrofe electoral, los dirigentes y los militantes optaron por callar frente a la evidencia para no llevarle la contra a la jefa. La mismísima Soledad Alonso, a propósito, decía en el último día de octubre de 2019 que “no vamos a llorar la pesada herencia, vamos a trabajar en poner el país de pie”. Y después de decirlo se plegó junto a todos los demás al llanto por la “pesada herencia” que inmovilizó y finalmente condenó al fracaso a Alberto Fernández. Ningún dirigente frentetodista y prácticamente ningún militante osó decir una palabra entre los años 2020 y 2021 para denunciar la bomba de tiempo que venía armándose con el “ah, pero Macri”, con las claudicaciones y las decisiones equívocas del operador lobista elevado a la presidencia por orden de Cristina Fernández. La bomba estalló efectivamente en las elecciones legislativas a fines de 2021, destapando una olla de miserias y dando inicio a una lucha fratricida al interior del Frente de Todos, cuyas consecuencias son la debacle y la dispersión actuales.
Hoy la diputada Alonso extrapola la crítica de Máximo Kirchner, va más allá y propone —ahora sí— ir a hacerle quilombo a Alberto Fernández. ¿Con qué finalidad, si el gobierno de Fernández está terminado y por lo tanto ya no puede cambiar de rumbo? ¿Por qué no propuso hacer quilombo antes del estallido de la bomba? He ahí el problema central, al desnudo: a ningún dirigente le interesa realmente el éxito o el fracaso del gobierno propio. Lo único que importa es dar con alguna estrategia electoral milagrosa para volver a ganar en las urnas más allá de si la gestión de gobierno fue buena, regular, mala o pésima. Habiendo podido hacer algo para evitar el fracaso del gobierno del Frente de Todos, Máximo Kirchner, Soledad Alonso y todos los demás dirigentes optaron por hacer nada en absoluto y ahora proponen caerle tardíamente al artífice de la catástrofe, ir a llorar sobre la leche derramada habiendo tenido en sus manos la posibilidad de evitar que se derramara. ¿Para qué? Pues para despegarse del desastre que pudieron haber evitado y no quisieron hacerlo.

Llega entonces el atento lector, junto al observador, a la conclusión de que todo es un simple asunto de oportunismo y de que el concepto de “crítica” actualmente existente en la política argentina resulta de una perversión ideológica: la noble crítica constructiva con fines de corregir un rumbo equivocado se prohíbe y hasta se reprime con el destierro, no puede darse ni se da jamás. La única “crítica” que se permite es la inmunda maniobra de hacer leña del árbol caído para intentar desmarcarse de la caída. Si Ud., atento lector, decía en 2020 y en 2021 que Alberto Fernández gobernaba mal, a Ud. rápidamente le ponían los motes de “traidor”, de “panqueque”, de “gorila” y vaya a saber qué cosas más. Pero si lo dice ahora, con el gobierno de Alberto Fernández técnicamente muerto y, por lo tanto, sin posibilidad de enderezarse, a Ud. le dicen “compañero”. Y así no hay coherencia ni hay política que aguante.
El amigo Máximo Kirchner debe saber que es demasiado tarde para exigir, el fracaso del gobierno del Frente de Todos ya está consolidado. Es posible que aparezca la estrategia electoral milagrosa que salve en las urnas el honor del kirchnerismo, aunque más no sea. E incluso es posible que el Frente de Todos vuelva a ganar las elecciones este año porque en la Argentina todo es prácticamente posible. Lo que no puede subsanarse es el daño inmenso que tres años y medio de desgobierno de Alberto Fernández le infligieron a un pueblo que había estado ilusionado con pasarla un poco mejor después de la masacre propinada por el régimen macrista. El pueblo todo lo tiende a simplificar con la finalidad de comprender mejor lo complejo y así, simplificando, ya llegó a la conclusión de que hay mucha más continuidad que ruptura en los ocho años que van del 2015 al 2023. En la política está prohibido decir que Mauricio Macri y Alberto Fernández son lo mismo, pero entre los civiles esa es casi una verdad de Perogrullo.
Y esa mancha, debe saberlo el amigo Máximo, no hay estrategia electoral milagrosa que la remueva porque de la percepción de un cambalache no se vuelve. Y normalmente, cuando da lo mismo un burro que un gran profesor, es porque el “que se vayan todos” ya es cosa inminente. Conviene abrir bien el ojo: habrá consecuencias.