En la mesa nacional del Frente Renovador, encuentro que oportunamente se realizó el pasado viernes 19 de mayo, el actual ministro de Economía y jefe de esa agrupación que es una de las patas principales del Frente de Todos Sergio Massa se despachó con una definición durísima que, no obstante, pasó un poco inadvertida por la opinión pública de un modo general. Entre todo el palabrerío que es característico de esos encuentros partisanos y en particular de Sergio Massa, el tigrense arrojó la bomba al decir que el Frente de Todos “debe tener una estrategia electoral que le dé sustentabilidad al gobierno”. Nadie prestó mucha atención a eso, como veíamos, pero aquí está lo central de la política electoral de nuestros días.
Y eso porque lo esencial, como diría Antoine de Saint-Exupéry, es invisible a los ojos. Y también inaudible a los oídos. En el discurso político del cotidiano muchas de las cosas que se dicen no son registradas por el sentido común de la opinión pública o se escuchan como quien oye llover, sin darles a las palabras dichas la importancia que tienen en realidad. A veces los políticos hablan y dicen cosas trascendentales, cosas que llevan implícitos mensajes muy claros y decisivos para la política sin que los civiles no politizados e incluso la militancia ideologizada se percaten de ello. Ese es el caso de las palabras de Sergio Massa este viernes 19 de mayo en la mesa nacional del Frente Renovador.
Allí, secundado por una Cecilia Moreau que es su lugarteniente en el poder legislativo, Massa deslizó la posibilidad de escindir el Frente Renovador de la construcción kirchnerista e incluso amenazó dejar ocurrir un estallido que el propio Massa vino a evitar y en su momento evitó. Lo que Massa hizo allí fue enviarles un mensaje muy claro a sus socios frentetodistas, sobre todo a CFK: de haber una traición y un incumplimiento de lo acordado, esa perfidia se pagará con la hecatombe económica y la escisión de los massistas, presentándose estos con listas propias en varios distritos para las próximas elecciones. Lo primero sería el golpe de gracia para el actual gobierno y lo segundo, evidentemente, terminaría de enterrar al kirchnerismo.

Massa está diciendo muy claramente que tiene en sus manos el botón rojo de la bomba atómica y que está dispuesto a apretarlo si su contraparte no cumple lo acordado. En realidad, al asumir como ministro de Economía en los últimos días de julio de 2022, Massa no desarmó la bomba dejada por Martín Guzmán, sino que apenas la desactivó temporalmente quedándose ahora con el gatillo. El estallido económico que Massa demoró en ese momento sigue siendo inminente y podría desatarse si Massa renuncia, la bomba explota si el propio Massa no está en el Ministerio de Economía para evitar que explote.
Lo cierto es que, de haber de aquí a octubre una conmoción económica, el gobierno de Alberto Fernández y CFK —que ya es frágil y precario, está literalmente agarrado de las uñas hace rato— se cae. Y si el gobierno se cae yéndose en helicóptero, la primera consecuencia es que el kirchnerismo deja prácticamente de existir al quedarse pegado con una catástrofe de magnitudes similares y quizá más grande que la del 2001. De renunciar al ministerio de Economía y desatar la locura que debió desatarse en julio del año pasado, Massa sentencia al kirchnerismo al destino del delarruismo. Esa es la bomba atómica que tiene entre manos.
Al decir que el Frente de Todos debe tener una estrategia electoral que le dé sustentabilidad al gobierno, lo que Massa realmente está diciendo es esto: “Soy el candidato único de la coalición sin internas o detono todo, me voy y dejo a Uds. con las consecuencias de la detonación”. Eso es una extorsión a todas luces, una por cierto muy inteligente. Massa es el gran traidor de la política argentina, sabe de traiciones mejor que nadie y no va a aceptar que lo traicionen a él. Cuando permutó el lugar de dueño y señor del poder legislativo por un miserable y peligroso Ministerio de Economía de un país quebrado, Massa ya sabía que iba a tener esa garantía.

Evidentemente no hay pruebas, nadie va a salir a mostrar un documento con la firma de CFK garantizándole a Massa el lugar de candidato único de la coalición que hasta el momento sigue llamándose Frente de Todos, pero es asimismo una obviedad ululante el que dicho acuerdo existe, porque de lo contrario sería imposible entender la permuta de renunciar al lugar de titular de la Cámara de Diputados para asumir el Ministerio de Economía en aquellas condiciones tan adversas. Es lo que se explica en detalle en varios artículos de esta Revista Hegemonía desde mediados del año pasado hasta esta parte.
Entonces Sergio Massa agarró la “papa caliente”, en palabras dichas por la propia CFK el día anterior, el jueves 18 de mayo, a cambio de algo que muy probablemente sea la candidatura a presidente por el Frente de Todos en soledad, sin internas. Massa se jugó lo poco que le quedaba de prestigio al aceptar esa misión suicida y ahora quiere que le paguen por el servicio. Es tan sencillo como eso y ahora CFK debe pagarle, debe darle a Massa lo que Massa quiere ungiéndolo como candidato único del espacio para estas elecciones o Massa hace tronar el escarmiento.
Ahora bien, el atento lector debe estar preguntándose a esta altura de la narrativa para qué demonios querría Massa ser el único candidato del Frente de Todos en estas elecciones. “¿Piensa ganar las elecciones con un 10% de inflación mensual y una economía devastada? ¿Massa cree que puede hacer eso?”, son los cuestionamientos más frecuentes a la exposición de la hipótesis de un Massa candidato. La sola enunciación de la duda, véase bien, ya expone el error de pensar que existe una relación necesaria entre el resultado electoral y el éxito o el fracaso de la gestión política. Y eso no es así por distintas razones.

En primer lugar, es fundamental observar que en el sistema republicano con elecciones que solemos llamar vulgarmente “democracia” la ciudadanía nunca vota al candidato que quiere, sino al candidato que hay. Estar entre la muy limitada oferta electoral es, por lo tanto, el objetivo primario de todo dirigente político. Al llegar al cuarto oscuro, el elector va a encontrarse solo con las boletas de los candidatos que están en carrera, no elige realmente nada sino que hace un tatetí entre opciones controladas. Y además, por regla general, tiende “voluntariamente” (manipulado por la propaganda, claro) a reducir ese tatetí a las opciones aún más controladas de los candidatos de los partidos hegemónicos de un momento.
En las elecciones de 2019, por ejemplo, nueve de cada diez electores —sí, un 90% del total— hizo el tatetí entre Alberto Fernández y Mauricio Macri, entre dos basuras entre las que cuesta definir cuál es la peor. ¿Votó el elector entonces al candidato de su preferencia? De ninguna manera, eso no ocurre jamás. El elector entró al cuarto oscuro e hizo lo que se esperaba de él en base a la observación de su comportamiento: limitó su “elección” a las dos opciones controladas que daba la hegemonía. Había ciertamente otros candidatos en la oferta, aunque el tercero mejor votado obtuvo alrededor del 6% y los demás no superaron el 2%.
Aquí tenemos el que el fundamento de toda estrategia electoral es estar en la oferta de boleta y, mejor aún, estar entre las opciones hegemónicas. Si un candidato logra eso más allá de su valoración entre el electorado, ya ganó las elecciones de antemano, pues si llega a ser el más votado se anota el triunfo y toma posesión del cargo al que se postuló. Y si no es el más votado, asume el control de la oposición para lo sucesivo, ubicándose en el lugar de jefe de todos los legisladores, gobernadores e intendentes que sí fueron electos en su construcción. Su triunfo electoral ahora es solo una cuestión de tiempo porque ya se hizo del control de los recursos necesarios y del poder de decisión para lograrlo.

En eso piensa Sergio Massa cuando exige que el kirchnerismo cumpla su parte en el acuerdo de julio de 2022. Massa sabe que los votos kirchneristas son más que suficientes para depositarlo en un ballotage, esto es, para definirlo de mínima como principal referente de la oposición a partir del 10 de diciembre de este año y, de máxima, como presidente de la Nación. La ingeniería electoral de Massa parte de la premisa de un escenario de tres tercios, es decir, un escenario en el que en vez de dos ahora son tres los candidatos hegemónicos para dividirse entre ellos el 90% de los votos. Los que en 2019 votaron en la proporción aproximada de nueve de cada diez a Juntos por el Cambio y al Frente de Todos, ahora lo harán también por una tercera fuerza.
Esa tercera alternativa, como se presume hoy, es la de Javier Milei. Al estar en la discusión como un colado, Milei trastorna y a la vez reordena el esquema dándole a Massa una sobrevida que en otras circunstancias sería inesperada: la existencia de Milei en sus términos resta los votos que Juntos por el Cambio necesitaba para hacer lo que hizo el Frente de Todos en las pasadas elecciones, que es ganar cómodo en primera vuelta. Y entonces el escenario electoral de tres tercios es un escenario de ballotage asegurado pues hace que ninguno de los tres candidatos sea capaz de reunir el 45% mínimo requerido para triunfar en primera vuelta y tampoco el 40% con 10 puntos de ventaja sobre el segundo mejor votado.
Así las cosas, Massa cuenta con el núcleo duro de los votos kirchneristas, que puede ser del orden del 25% del total o incluso algo más, para ser uno de los dos participantes de ese ballotage. Aquí empieza la segunda etapa de esta ingeniería electoral también expresada por CFK el pasado jueves 18 de mayo. Durante su aparición en un programa nocturno del canal C5N, CFK dijo que “lo importante es entrar al ballotage”, acaso sabiendo mejor que nadie lo que aquí se expresa de modo explicativo. La actual vicepresidente sabe que el Frente de Todos tiene mucha posibilidad de ganar en noviembre si sale como la segunda fuerza más votada en la primera vuelta de octubre.

¿Por qué? Pues porque en frente puede haber algo visiblemente mucho peor que el propio Frente de Todos conducido por Sergio Massa. Con un perfil de dirigente responsable y serio que se hizo cargo de la situación económica catastrófica y evitó el estallido —aunque no tenga muchos más éxitos para mostrar— Massa puede presentarse como la alternativa “previsible” frente a un Javier Milei, por ejemplo, que ya aparece en la percepción del electorado como un loco dispuesto a romper con todo. Sería entonces la prudencia y la continuidad serena frente a lo temerario y a la ruptura, dos formas muy distintas de ver el mundo donde solo una de ellas es dominante en el sentido común del argentino.
“Más vale malo conocido que bueno por conocer”, reza el refrán hispano que es parte del acervo cultural nuestro pueblo. El argentino es cauteloso y teme los cambios bruscos, habla todo el día de revolución y a la hora de hacerla prefiere ir silenciosamente a lo seguro. Si Massa logra ser el único candidato de la coalición kirchnerista, se hace con el voto del núcleo duro de CFK y tiene por delante a un Javier Milei en el ballotage, es muy probable que en el anonimato del cuarto oscuro muchos de los que hoy gritan la necesidad de romper todo depositen vergonzantemente la boleta de Sergio Massa en la urna. Y ahí está el que Massa puede ganar las elecciones.
Pero Massa también puede tener a un Horacio Rodríguez Larreta en frente, a uno con similar perfil conservador y entonces no habría efecto miedo que conminara al elector a seguir con el Frente de Todos. Eso es cierto y además es muy probable que Massa pierda en un ballotage frente a Rodríguez Larreta, aunque eso también ya está previsto en la ingeniería electoral: de ser derrotado por Rodríguez Larreta, Massa se convierte automáticamente en líder de una “oposición” que no sería oposición en absoluto, pues Massa y Rodríguez Larreta son amigos y representan el mismo proyecto político. En el tatetí de semejante ballotage no se elegiría entre ocho y ochenta, sino entre seis y media docena.

De yapa, como si fuera poco, Massa y Rodríguez Larreta inauguran el nuevo ciclo hegemónico desplazando de la escena al kirchnerismo y al macrismo. Ahora la “grieta” estará entre massismo y rodríguezlarretismo y entre estos se dará la alternancia que el sistema necesita para aparentar democracia y reproducirse indefinidamente. Los cambiemitas que fueron de Mauricio Macri se ubicarán a la “derecha” con la conducción de Horacio Rodríguez Larreta y, dialécticamente, estarán a la “izquierda” los que antes se hacían conducir por CFK y ahora se referencian en Sergio Massa. Es el mismo proyecto político en dos facciones y ahí está el nuevo ciclo hegemónico para la próxima década larga.
El atento lector puede objetar esta hipótesis aduciendo que el kirchnerista de pura cepa jamás votaría a Sergio Massa si este fuera el único candidato del espacio que hoy es el Frente de Todos, ni aunque Massa se hiciera ungir por la mismísima CFK. Pero eso no es verdad. En la práctica, el kirchnerista hará lo que ordene su conductora incluso si eso implica un pase de posta en la propia conducción. Aun queriendo aferrarse a su fantasía de progre, zurdo y deconstruido, el kirchnerista va a votar al “sinvergüenza, cagador y vendepatria” de Massa, según la precisa definición de Juan Grabois. ¿Qué otra cosa podría hacer en un tatetí cuyas alternativas son el cambiemismo de un Rodríguez Larreta o el “liberal libertario” de Javier Milei?
Entonces la ingeniería electoral de Sergio Massa es absolutamente viable y tiene, como toda estrategia, objetivos de mínima y de máxima. Depende solo de que CFK cumpla su parte del acuerdo suscrito en algún momento anterior a la asunción de Massa como ministro de Economía, solo está pendiente de eso. Si CFK cumple desactivando la interna en el Frente de Todos e indicando a Massa como candidato “de consenso”, el tigrense estará en carrera no solo para ser presidente de la Nación, sino además para ser el referente y el conductor indiscutido de una de las dos corrientes mayoritarias de opinión en la política argentina desde el 10 de diciembre en adelante.

Eso es lo que Massa siempre quiso y para lograrlo viene trabajando desde la primera década de este siglo en tejer una paciente trama de intrigas, traiciones y alpinismo político. Con su amigo Horacio Rodríguez Larreta ha construido el poskirchnerismo que también es el posmacrismo, puesto que el “macrismo” no existe más que como antikirchnerismo y naturalmente se hundirá al hundirse el objeto de su odio. Lo que viene después de eso en la necesidad de constituir un nuevo estatuto legal del coloniaje sin oposición relevante es la hegemonía de Massa y Rodríguez Larreta como la reedición posmoderna del Pacto de Olivos, cuyo resultado fue la Constitución de 1994 para sacramentar el Consenso de Washington de aquellos días.
El General Perón solía decir en una de sus más brillantes definiciones que la verdadera política es la política internacional. Y ahí está todo resumido en una frase: el nuevo orden mundial resultante de la actual guerra en Europa exige que la Argentina se defina entre soberanía y dependencia frente a las potencias que van a ser las ganadoras de esta guerra. La nueva hegemonía de nuestra política de cabotaje dará esa definición y, al estar entre Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta, cumplirá la profecía del coronel Seineldín en su totalidad: “Al nuevo orden mundial entraremos inermes con las manos en la nuca, caminando de rodillas y ninguna duda de que seremos pobres, dependientes y excluidos”. A este lugar trajeron la patria con la “grieta” y la discusión cotidiana sobre el sexo de los ángeles.
Sí, los sinvergüenzas, los cagadores y los vendepatria nos embaucaron de lo lindo.