La liberación de África y el colapso de Occidente

Pese a que el mundo ha cambiado vertiginosamente a lo largo de todo el siglo XX y en lo que va de este siglo XXI, África permanece atada a una lógica de dominación que se mantiene inalterada desde hace más de ochocientos años. Mientras las potencias occidentales transformaron guerras, imperios y sistemas económicos, el vínculo con África sigue siendo despiadadamente extractivo. No se trata de una simple inercia histórica, sino de una necesidad estructural: el atraso del continente es condición esencial para la supervivencia del modelo occidental. La riqueza de Europa —desde sus monumentos hasta sus tecnologías— se sustenta en el saqueo sistemático del Sur Global, con África como su epicentro. El poder de Occidente es una ilusión sostenida por el sometimiento de un continente más vasto, más rico y más resiliente y solo hace falta voluntad soberana para revertir la historia.
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En el año 2009 y coincidiendo con el fin de la primera década de este siglo, el analista geopolítico George Friedman escribió un libro llamado Los próximos 100 años en el que intentó predecir lo que sucedería en el mundo durante la primera centuria de este milenio. En ese estudio, el autor comenzaba describiendo lo sucedido a lo largo del siglo XX y cuán rápido la vida en el mundo occidental había cambiado década tras década, desde 1900 hasta el año 2000.

Lo sorprendente de ese libro es cómo logra graficar de manera ordenada y sistemática la cantidad de paradigmas que sufrieron drásticos cambios a lo largo de tan solo diez décadas, no solo en Occidente sino también en buena parte del resto del mundo. Imperios cayeron y se alzaron otros, millones de seres humanos perdieron la vida en dos guerras mundiales, la bomba atómica terminó con cientos de miles en un segundo.

En el transcurso de la vida de una sola persona tuvieron lugar cambios globales cuya observación resulta impresionante al hallarse uno frente al inventario detallado. Para dar algunos ejemplos, Friedman señala que hacia 1900 Londres era el centro del mundo, no había comunismo, no existía la Unión Soviética y en cambio sí existían el Imperio Otomano y el Imperio Austrohúngaro, mientras que los Estados Unidos se ocupaban de sus asuntos en el continente americano sin mirar más allá del Océano Atlántico.

Pero ya cuatro o cinco décadas más adelante, en apenas el tiempo que le toma a una persona madurar hacia la adultez, el mundo se convirtió completamente en otro. Inglaterra fue demolida en la guerra mundial, los otomanos habían desaparecido y los soviéticos emergieron. Alemania se apoderó de Francia y más tarde los Estados Unidos se apoderaron de toda Europa. Han sido cambios radicales, estructurales y sin embargo tampoco se sostuvieron en el tiempo, de manera tal que ya en la década de 1980 una vez más el mundo no se parecía en nada a aquel que habían moldeado las grandes guerras.

Adentrándonos en el año 2000 y la era de las comunicaciones, el cambio es aún más apabullante. Y todo ese progreso tecnológico, ese cambio en las estructuras económicas, sociales y políticas de las sociedades humanas tuvo lugar en apenas décadas, tan apretadas en la línea de tiempo histórica que una persona particularmente longeva pudo a la vez recibir en algún momento de su vida un cable de telégrafo y un mensaje de correo electrónico.


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