La mano oculta que sostiene a Milei

En medio a un debate en un programa de ‘streaming’, Guillermo Moreno sorprendió a muchos con la revelación de que Cristina Fernández de Kirchner estaría interesada en repetir con Javier Milei la actitud que en su día tuvo respecto a Mauricio Macri. Aparece en la narrativa de Moreno una expresidente tratando de sostener al gobierno antipopular con finalidades que son difíciles de comprender y la hipótesis del pacto hegemónico —posibilitado aquí quizá por una extorsión judicial— vuelve a reflotar en un intento de explicar lo que parecería ser inexplicable. El pueblo-nación se enfrenta a la ruptura de la promesa “democrática” viendo cómo sus dirigentes dejan de representar sus intereses colectivos y se ponen al servicio de poderes muy oscuros.
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Guillermo Moreno es un economista y veterano militante del peronismo que sirvió como secretario de Comunicaciones y luego como secretario de Comercio Interior en los diez años de las gestiones de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner que quedaron conocidos como los de la década ganada. Entre el 2003 y el 2013, Moreno alcanzó un razonable nivel de exposición ante la opinión pública nacional por la decisión e incluso la fiereza con las que defendió la estabilidad de los precios de los productos de consumo popular en el mercado interno. Buena parte de la percepción de que el decenio 2003/2013 fue una década ganada se debe a esa estabilidad, la que muchos todavía recuerdan como uno de los aspectos centrales de ese periodo de prosperidad económica. Moreno se identifica íntimamente con la década ganada como uno de sus artífices en esa trinchera tan sensible que es la de la estabilidad económica expresada en los precios al consumidor.

Moreno fue entonces y durante muchos años subsiguientes una verdadera “vaca sagrada” para el kirchnerismo, un dirigente icónico adorado tanto por la militancia como por los simpatizantes. Aun habiendo sido desplazado del gobierno al cambiar la orientación de la gestión hacia los dos últimos años del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, Moreno siguió siendo toda una celebridad entre los kirchneristas que aún recordaban su actuación en la Secretaría de Comercio, sobre todo en la guerra que libró contra el Grupo Clarín desde ese lugar. Por lo menos hasta mediados del 2019, ya en el último año del régimen macrista, Moreno siguió siendo una unanimidad entre los kirchneristas militantes y “silvestres”, un símbolo vivo de la década ganada que para ese año se añoraba y se quería reeditar con la formación del llamado Frente de Todos de cara a las elecciones de octubre de 2019 que a la postre iban a reinstalar al kirchnerismo, o al menos al poskirchnerismo, en el gobierno con Alberto Fernández en la presidencia y Cristina Fernández de Kirchner en la vicepresidencia.

Hasta allí iba a durar el amor de los simpatizantes del kirchnerismo hacia Guillermo Moreno. Al presentarse la fórmula Fernández/Fernández para las elecciones de 2019, Moreno dijo inmediatamente —el mismo día de esa presentación— que Fernández de Kirchner había elegido al peor candidato posible para encabezar la fórmula presidencial. Y si bien Moreno ya venía mostrando divergencias respecto al discurso de la conductora del poskirchnerismo ahora convertido totalmente en cristinismo, en la condena a Alberto Fernández quedó patente por primera vez la ruptura entre el exsecretario de Comercio Interior y la fuerza política en la que supo servir como fiel soldado. Incluso el más despistado se dio cuenta allí de que ya no existía una perfecta unidad entre Moreno y Fernández de Kirchner. Moreno apareció por primera vez claramente como un exkirchnerista en la antesala del triunfo del Frente de Todos en 2019.

La imagen mítica de Guillermo Moreno en su guerra contra el Grupo Clarín durante la década ganada. En esos días Moreno fue un ícono y un referente del kirchnerismo en la administración de la economía nacional, fue unánime entre los militantes y simpatizantes kirchneristas. Pero al ponerse crítico respecto al comportamiento errático de Fernández de Kirchner, sobre todo a partir de la nominación de Alberto Fernández como candidato a presidente en 2019, Moreno fue puesto sin escalas en el lugar de villano por los mismos que lo adoraban, lo que habla del carácter “termo” de la militancia. No valen ya las trayectorias ni los logros obtenidos en el campo de batalla. El único criterio de utilidad de los dirigentes es la obsecuencia y estos son los resultados.

Pero el análisis más fino del discurso y de la praxis de Moreno dará como resultado el que su ruptura con el kirchnerismo se dio ya en 2013, momento en el que fue desplazado del gobierno y enviado prácticamente al exilio como agregado económico de la embajada argentina en Italia. Al triunfar relativamente Sergio Massa en las elecciones legislativas de octubre de 2013 y al agotarse el modelo de consumo que el kirchnerismo había implementado en algún momento a partir de 2003 para reactivar la economía después de la brutal caída del bienio 2001/2002, el gobierno de Fernández de Kirchner empezó a “limpiarse” de sus cuadros peronistas y a sustituirlos por funcionarios de orientación ideológica dicha “progresista”. Moreno supo allí que el gobierno había dado un giro copernicano, pasando del incentivo a la producción y al trabajo que está previsto en la doctrina peronista a un esquema rentista y financiero que es más bien propio del neoliberalismo, del poscapitalismo o de ambos.

Ya durante el exilio en Italia, donde recibió el respaldo de un referente de la cultura nacional de la talla de Diego Maradona, Moreno empezó a expresar su disconformidad con ese giro ideológico a través de sendos artículos publicados en los medios de comunicación. Pero esas expresiones pasaron por debajo del radar de una militancia no habituada a leer para informarse políticamente y nadie se enteró entonces de que Moreno ya estaba “en otra”. Claro que en realidad era el kirchnerismo el que había cambiado y Moreno se había mantenido coherente en la idea de calentar la economía mediante la producción y el consumo, pero desde el punto de vista del militante y del simpatizante cristinista ese siempre fue un hecho de imposible comprensión. Naturalmente fiel a la conducción aun en la eventualidad de su giro ideológico, la tropa tiende a ponderar mucho más la individualidad del conductor que la coherencia ideológica de este o de aquel oficial que se atreve a cuestionarlo. La propia naturaleza de la militancia orgánica así lo indica.


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