¿Llegaremos a tiempo?

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apura a los ucranianos para provocar una guerra antes de las elecciones del próximo 5 de noviembre en los Estados Unidos, lo que demuestra que uno de los candidatos en pugna tiene pensado terminar con ese circo mediante la desfinanciación de la propia OTAN. Ese candidato es Donald Trump, el dirigente del continentalismo estadounidense sobre el que se depositan las últimas esperanzas de evitar una III Guerra Mundial. De ganar las elecciones y de terminar lo que había ensayado en su primer mandato, Trump puede lograr la paz con Rusia y concentrar sus esfuerzos en la guerra comercial planteada por China. Esa sería la multipolaridad materializada, un nuevo tiempo para el hombre que puede llegar sin la necesidad de una guerra mundial que, al existir las armas nucleares, tiene resultado incierto.

Para asombro del mundo y frente a las cámaras de televisión en un acto de campaña en Butler, Pensilvania, a mediados del mes de julio, Donald Trump caía detrás de un atril luego de ser alcanzado por una bala que, al parecer, le habría rozado la oreja derecha. Eso es lo que pudo verse en las imágenes repetidas una y otra vez durante días en todos los canales de televisión del mundo. Mientras daba su discurso frente a la ya acostumbrada multitud de simpatizantes que lo siguen a todas partes, Trump se detiene súbitamente, se toca la oreja derecha, se agacha instintivamente al escuchar reiterados disparos y casi inmediatamente se ve rodeado detrás del atril por agentes del servicio secreto designados a custodiarlo. Y después de algunos segundos de zozobra se produce esa imagen emblemática que muchos analistas habrían de calificar como la foto que iba a garantizar el triunfo electoral en las elecciones del 5 de noviembre: con el rostro ensangrentado y rodeado por la custodia que intentaba retirarlo del escenario, Trump alzó su puño derecho teniendo al fondo una bandera estadounidense que flameaba. Una imagen de resistencia y rebeldía, plena de mística nacionalista o al menos producida inteligentemente por el carisma de Trump para ser interpretada así.

En los días siguientes al incidente, como se sabe, hubo un consenso entre los analistas de la política en los Estados Unidos y en todo el mundo sobre el efecto devastador que las imágenes del atentado habrían de tener sobre el resultado de las elecciones. Todos daban por ganador a Trump por mucha diferencia, máxime considerando la debacle física, moral y política de quien hasta allí había sido nominado por el Partido Demócrata para enfrentarlo en las urnas. La suma de un Trump victimizado por el intento de magnicidio en su contra y de un Joe Biden desgastado y decadente invitaba a la conclusión rápida de que las elecciones de noviembre iban a ser un mero trámite. El “ya ganó” respecto a Trump fue la sentencia común durante los días posteriores al incidente de Pensilvania más allá de la veracidad del propio hecho. Incluso los que dudaban de esa legitimidad estaban convencidos de que, verdadero o falso, el atentado le daría el triunfo electoral a Trump.

Algo así fue lo que se vio en las elecciones de 2018 en Brasil. Un mes antes de la primera vuelta electoral, también durante un acto rutinario de campaña Jair Bolsonaro recibió una puñalada. El incidente ocurrió en la ciudad de Juiz de Fora (Minas Gerais, al sudeste de Brasil) y fue analizado con lupa durante semanas y meses con muchos llegando a la conclusión de que se había tratado de una puesta en escena, de un falso atentado convenientemente ejecutado para impactar de lleno en la sensibilidad del elector y victimizar a Bolsonaro en la previa de los comicios. Hubo dudas entonces y las hay hasta el presente, aunque el efecto electoral igualmente estuvo. Bolsonaro ganó con comodidad en primera vuelta y por unos 12 puntos en el ballotage. Todo eso, véase sin bien, sin hacer campaña ni participar de ningún debate después del fatídico 6 de septiembre en Juiz de Fora. Bolsonaro estuvo internado hasta las vísperas del ballotage y luego de reposo en su casa mientras su candidatura prosperaba en piloto automático, ganó las elecciones desde la cama básicamente gracias a la potencia de la victimización.

Jair Bolsonaro, en los instantes previos al atentado en su contra. Gracias a la puñalada recibida en el abdomen, Bolsonaro pudo transitar todo lo que quedaba de la campaña electoral —un mes antes de la primera vuelta y todo el ballotage— sin exponerse. Con la sola fuerza de la victimización, Bolsonaro ganó las elecciones desde la cama y exento de unos debates a priori muy peligrosos para su imagen. El análisis de este hecho fue aplicado a Trump en las elecciones de los Estados Unidos para concluir que ya había ganado las elecciones, pero faltaba mucho tiempo para los comicios y el Partido Demócrata tuvo tiempo para reaccionar y meterse otra vez en la carrera por la presidencia. Ahora el resultado está otra vez indefinido.

El que observase ese antecedente histórico y conociera la dinámica del comportamiento del electorado en Occidente y aquí en las colonias iba a concluir necesariamente que después del tiro Trump estaba virtualmente electo frente a un Biden que no daba la talla. De hecho, las encuestas de opinión realizadas en los días posteriores al incidente de Butler indicaban que Trump había tomado la delantera por mucha ventaja en los números totales a nivel nacional —que en el sistema electoral de los Estados Unidos no son los que definen el ganador—, pero también en los llamados “swing states”, en aquellos distritos donde a veces ganan los republicanos y otras veces ganan los demócratas. Por la fuerza de la victimización al haber sido blanco de un ataque real o impostado, es lo mismo para el caso, Trump le había arrebatado el liderazgo de intención de voto incluso en distritos donde Biden había llevado la delantera hasta entonces. El triunfo electoral del candidato populista del Partido Republicano parecía ser una fija.

Así parecía que iba a ser la historia de la campaña electoral estadounidense para este 2024, un antes y un después del tiro. Una narrativa sencilla que desde luego no se corresponde con la compleja trama de las elecciones en la que todavía es primera potencia a nivel mundial. Dar por resuelta dicha trama varios meses antes del desenlace efectivo, aun mediando en ello un evento tan impactante como el del atentado a uno de los candidatos, no podía ser sino una temeridad. Sin ir mucho más lejos, en Brasil el incidente que finalmente resolvió las elecciones se dio tan solo un mes antes de los comicios, tuvo lugar en un momento tal que dejó sin reacción posible a los “de enfrente”, a quienes se les hizo demasiado tarde para la disposición de medidas para contrarrestar el efecto de la victimización que sentó en el trono a Bolsonaro. Aquí el atentado a Trump ocurre a mediados de julio, a más de tres meses del día de las elecciones del 5 de noviembre, tiempo más que suficiente para que los estrategas del Partido Demócrata hagan lo que allí llaman el “damage assessment”, recalculen y rectifiquen el rumbo, incluso cambiando de candidato si fuera necesario.


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