Cosas extraordinarias empezaron a suceder en Occidente y también en estas latitudes al anunciarse por parte del régimen de Donald Trump en los Estados Unidos el cese de operaciones de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). Toda una red de cipayos financiados con el dinero del contribuyente yanqui quedó inmediatamente expuesta al cortarse el chorro de dólares que fluía desde la USAID al bolsillo de dichos cipayos, todos los meses, en concepto de “ayuda internacional”. Al ser el bolsillo la víscera más sensible del cuerpo humano, como solía decir el General Perón, los cipayos desde Ucrania y México hasta Brasil y Argentina no soportaron un solo día sin recibir el sobre y pusieron rápidamente el grito en el cielo, denunciando así ellos mismos el inmundo esquema de corrupción global que los beneficiaba.
La ahora disuelta o en proceso de disolución USAID tuvo anualmente hasta aquí a su disposición la friolera de alrededor de 40 mil millones de dólares para repartir en el mundo y lo hizo desde 1961, cuando fue creada por el régimen de John Kennedy, teóricamente con la finalidad de promover el crecimiento económico, fortalecer la democracia y defender los derechos humanos en más de 100 países dichos subdesarrollados. Estos son los valores ideológicos que según la propia USAID son sus principios, aunque la exposición de quienes venían beneficiándose de sus millonarios giros mensuales indica que todo eso es humo. En realidad, la USAID es o fue otra cueva de espías y operadores muy similar en su praxis a la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
De hecho, en una reciente entrevista concedida al periodista Tucker Carlson el principal denunciante de la USAID, el diplomático y abogado Mike Benz, dio como definición la siguiente frase: “Cuando algo es demasiado sucio para que lo maneje la CIA, se lo dan a la USAID para su ejecución”. Esto es desde luego inaudito, insospechado incluso para los más inveterados “conspiranoicos”. Hay en los Estados Unidos algo peor que la CIA en términos de operaciones de inteligencia y espionaje y ese algo, como se ve, es o era la USAID. Tras la fachada de la “ayuda internacional”, con la USAID los Estados Unidos han hecho en más de seis décadas todas las maldades que pueda imaginarse el atento lector, desde golpes de Estado —que los yanquis llaman, un poco eufemísticamente, “cambios de régimen”— hasta campañas mediáticas de desestabilización política y golpes de mercado en todas partes.

Pero claro, nada de esto es de fácil comprensión aun con toda la evidencia a la vista. ¿Cómo es posible que una agencia de cooperación internacional, una que supuestamente se dedica a brindar asistencia solidaria en los países del “tercer mundo”, cubra con ese noble propósito una injerencia imperial en más de un centenar de naciones? ¿Cómo se concreta dicha injerencia, en qué etapa de la “ayuda” viene disimulada? Estas son las preguntas que cualquier observador más o menos informado y con cierto sentido común se hace o debería hacerse automáticamente al oír de boca de un Mike Benz la afirmación de que la USAID había estado ocupándose del trabajo sucio que ni la propia CIA quería hacer. Es difícil de entender, sí, pero solo si uno no tiene conocimiento del método.
En el método está el mal, podría decirse. Y el método es el clásico “divide y reinarás”, es una suerte de desestabilización en los niveles sociales de la política en las naciones teóricamente independientes con el fin de, una vez impuesto el caos, digitar a discreción y a control remoto los destinos de los pueblos también teóricamente libres. Lo que la USAID hizo desde 1961 es lo mismo que hacen las oenegés supuestamente privadas de los “filántropos” magnates dichos “progresistas” como los George Soros y afines. Todas esas oenegés, llámense Open Society, Amnistía Internacional o cualquier otro ariete con el que los “benefactores” operan políticamente, siempre tienen la misma finalidad y el mismo método. Y en la comprensión de esta dinámica está la clave para entender cómo funciona realmente la política en países semicoloniales como el nuestro.
La finalidad, como se ve, es imponer la inestabilidad social en estas naciones semicoloniales para que no exista en ellas la unidad política y los sujetos colonizados no tengan, en consecuencia, la capacidad para sacudirse el yugo. Lo que subyace siempre estas maniobras es el control político de los países para el vulgar saqueo de sus recursos naturales y humanos, es la forma neocolonial o semicolonial que los ingleses descubrieron allá por principios del siglo XIX y que desde entonces viene sofisticándose. Ya no es una cuestión de colonizar formalmente con ejércitos de ocupación y toda la parafernalia colonial clásica, la que por otra parte es muy cara y demasiado ostentosa, visible y por lo tanto objetable, sino de instituir gobiernos “democráticos” e “independientes” cuyos dirigentes no representen los intereses colectivos de las mayorías populares, sino más bien los intereses particulares del poder fáctico foráneo cuyo objetivo es el saqueo.

Nada de eso puede lograrse si existen en las semicolonias fuerzas políticas dispuestas a organizar al pueblo para hacer la independencia efectiva y entonces es preciso desactivar o neutralizar esos conatos de organización, cosa que se hace corrompiendo o acorralando judicialmente a los dirigentes que se atreven a retobarse, por supuesto, pero sobre todo —y aquí está la finalidad de la maniobra tanto de la USAID como de la Open Society y todos los demás— vaciando de contenido sus organizaciones políticas hasta inviabilizar su mismísima existencia como proyecto de liberación nacional.
Entiéndase bien: los cipayos que trabajan contra los intereses nacionales de sus propios países porque cobran coimas o porque están “carpeteados” y deben obedecer existen y abundan en la política de naciones como la nuestra. Pero la forma más efectiva que el neocolonialismo tiene para evitar la formación de movimientos de liberación nacional no pasa tanto por el control individual de los dirigentes, sino por inviabilizar sus intentos de organización política, por dejarlos “colgados del pincel” y hablando solos cada vez que intenten conducir al pueblo por los vericuetos de un proyecto político nacionalista y soberano. Y la única forma de hacer eso es mediante la fragmentación del espectro político en una infinidad de pequeñas partes donde cada una de estas tenga su propia ideología, su propio discurso y no puedan por ello unirse alrededor de una gran causa común.
Ahí quedó expuesto el método, que consiste en invertir inmensas cantidades de dinero en la sobrexposición hasta el paroxismo de causas secundarias para que los individuos empiecen a “organizarse” alrededor de estas y no de la contradicción principal —en las categorías de Mao Zedong— que es la de patria o colonia, de soberanía nacional o dependencia. Al quedar instalada por los “filántropos” mediante la sobrexposición la idea de que las causas secundarias son prioritarias, los individuos politizados en un país tienden a descender en espirales identitarias hasta aferrarse cada hombre a su propia causa particular, a la que mejor se ajuste a sus creencias. Y como esas causas particulares son virtualmente infinitas porque hay tantas posturas identitarias como individuos dispuestos a defenderlas, el resultado será un todos contra todos que es el propio caos.

Por eso los “filántropos” como George Soros y también los funcionarios de la USAID son los señores del caos, son los que invierten millonadas en la exacerbación de las pequeñas diferencias ideológicas en una sociedad con el fin de que sus miembros no puedan acordar alrededor de un proyecto de defensa mutua de sus intereses colectivos. El dirigente que intente hablar de soberanía nacional y de unidad popular en medio a ese pandemónium que es el caos identitario instalado por los Soros y las USAID será silenciado más bien por el ruido que por la censura, ni siquiera habrá que censurarlo: se le permite ahora seguir hablando e incluso se le da espacio en los medios de difusión tradicionales. No hay ningún inconveniente en ello ni amenaza alguna para el esquema general porque los sujetos han sido mentalmente modulados, adiestrados para odiarse los unos a los otros y ya nadie va a escuchar la prédica de la unidad.
Finalidad y método, he ahí el proyecto del caos programado que es la forma neocolonial de la posmodernidad. En algún momento de las décadas de los años 1970 y 1980 empezó a agotarse la fórmula de instalar brutalmente dictaduras cipayas en los países del “tercer mundo” para que los militares garantizaran a punta de fusil el saqueo. Había que aggiornarse creando nuevas y más sutiles formas de dominación. Y vino la “democracia”, que es una cosa entre muchas comillas porque al pueblo se le permite votar para que elija “libremente” a sus representantes en el Estado, pero de antemano se coopta la voluntad de todos los dirigentes en pugna de modo que, gane quien gane esas elecciones “libres” con voto secreto y universal, ese candidato y su partido político ya llegarán al gobierno habiendo asumido compromisos con el poder fáctico global y en su beneficio administrarán los recursos y las riquezas del territorio.

La cooptación se dio durante mucho tiempo mediante el clásico soborno y la persecución judicial contra quienes se negasen a agarrar el sobre. Los unos son los corruptos de siempre, los que venden la patria por unas monedas en beneficio propio y contra los intereses colectivos del pueblo, no necesitan mayor análisis. Los otros son los que, habiendo intentado cortarse del esquema nefasto, se vieron espiados por los servicios de inteligencia hasta producirse sobre ellos sendas carpetas, las que el poder utiliza con fines de extorsión amenazándolos con la guerra judicial y la cárcel. Tanto los unos como los otros obedecen. ¿Pero qué pasa con la tercera opción, la de los dirigentes que no se dejan corromper y tampoco pueden ser presionados por la persecución judicial pues los servicios de inteligencia no logran producir en su contra ningún “carpetazo”?
Para estos se creó recientemente el caos programado. Si no aceptan coimas ni pueden ser “carpeteados” y tampoco censurados, pues este método brutal ya no se aplica, entonces se les deja hablar abiertamente de la liberación nacional, del imperialismo, de las élites globales y de todo lo que existe y es la máquina de dominación neocolonial, pero deben hacerlo en frente a una opinión pública que está enloquecida con otros asuntos y simplemente no va a escuchar o, aun escuchando, los vendrá a correr y a chicanear con el feminismo, el aborto, la homosexualidad, los travestis, el “fascismo” y el “racismo”, las cuestiones religiosas y la mar en coche, todos temas de poca monta que no hacen a la contradicción principal. La censura más efectiva y más cobarde es la que no se ve.
Hay en la Argentina y en las demás semicolonias algunos dirigentes que no están prendidos de la coima foránea y son además invulnerables al “carpetazo” de los servicios de inteligencia. Estos son los que generalmente priorizan en sus discursos la contradicción principal que es la liberación nacional, sin la que ningún otro problema va a resolverse simplemente porque al dominante no le conviene esa resolución. Ahí están esos dirigentes a la vista de la opinión pública, hablan todos los días de lo mismo y el atento lector los puede ver incluso en televisión si quiere. No están ocultos, no son como los cristianos de las catacumbas ni mucho menos. Hablan libremente y el problema es que de lo que hablan no le interesa a casi nadie.

Es así como esos dirigentes se meten en el proceso electoral tan solo para hacerse humillar obteniendo una cantidad de votos siempre insuficiente para acceder a una banca de diputado. Esos dirigentes están censurados por la agenda “progresista” y “conservadora” de los “derechos” de las minorías, están censurados en la práctica por los señores del caos que modulan mentalmente a los politizados para que estos sean los perros del matadero de los que hablaba Arturo Jauretche y se peleen por las achuras, los unos contra los otros, mientras el poderoso se lleva la carne. Los señores del caos gobiernan de facto porque hicieron del caos la norma y es ya imposible poner orden en el gallinero.
De no comprenderse esto, resulta imposible entender por qué un magnate reaccionario como George Soros se empecina hasta la locura en imponer el feminismo y el aborto en los países del subdesarrollo o por qué estaría el imperialismo estadounidense interesado en promover el crecimiento económico, en fortalecer la democracia y en defender los derechos humanos en sus semicolonias. ¿Quién puede creer en la “filantropía” de una Open Society o en la “ayuda internacional” de la USAID? Nadie, ni siquiera quienes por razones de coima, de “carpetazo” o de cretina simpatía ideológica con el dominante repiten esos discursos hipócritas. Todo el mundo sabe que del mal no puede venir otra cosa que maldad y aun así el truco de magia funciona. ¿Por qué? Porque lo que no se ve es el método y es sobre todo la finalidad que los Soros y las USAID realmente persiguen.

En medio a la catarata de información que quedó expuesta a partir de la orden ejecutiva por parte de Trump contra la USAID apareció el curioso dato de que esta organización gubernamental ha volcado millones de dólares todos los años en la promoción de marchas, actos y festivales del “orgullo travesti”, que es una de las innumerables variaciones de la ideología de género. Nadie jamás se pregunta qué interés pueden llegar a tener los halcones de Washington en el “orgullo” de los varones que se visten de mujer en Tailandia, en Argentina o en el Congo Belga, que ya ni existe. Y entonces la cosa pasa con una naturalidad escalofriante mientras esos mismos halcones arman hasta los dientes a los israelíes para que estos hagan un genocidio en Palestina.
La contradicción es delirante y nadie cuestiona nada, los dirigentes callan, los operadores mediáticos fingen demencia y los subordinados dicen amén. La contradicción está a la vista y es que a los halcones no les interesan ni los travestis ni los palestinos, todo es masa descartable desde el punto de vista del poder. A los halcones solo les interesa agitar y cebar a las minorías de marginales en los países del “tercer mundo” para enfrentarlas al resto del cuerpo social en una guerra civil discursiva. Financian al oenegeísmo cuya finalidad es organizar esos eventos y usar a los travestis —de nuevo, una cantidad de marginales muy minoritarios en todas partes— dándoles una visibilidad exagerada, sobrexponiéndolos para provocar al cuerpo social.
Ahí está el caos instalado, del que van a prenderse tanto los “progresistas” culposos como los “conservadores” recalcitrantes, cada cual gritando enloquecido su propia fe ideológica. Y los travestis, pobres, convencidos por el poderoso de que deben sobrexponerse para defender sus “derechos” terminan dejándose usar por quienes en el fondo los quieren liquidar y en efecto lo harán cuando tengan la oportunidad de hacerlo. Todo porque nadie pisa la pelota, hace la pausa y se pregunta por qué. Nadie, todos están en la vorágine de quién grita más fuerte sus convicciones personales y ya nadie cuestiona nada de lo que viene de arriba.

Los “derechos”, por cierto, son los que los travestis ya tienen hace mucho. “Quiero tener el derecho a acostarme con quien me dé la gana”, puede leerse en alguna de esas pancartas que se ven en cualquier marcha del “orgullo” y que se imprimían con el dinero de la USAID. Pero ninguno se pone a pensar que ese derecho siempre estuvo garantizado porque en países como el nuestro no está prohibida la homosexualidad y además nadie cuestiona a nadie por su comportamiento sexual. Las oenegés y los medios financiados por la USAID, por Soros y demás delincuentes globalistas convencen a los travestis de que viven en la ley sharía de algún califato islámico, no en un país donde las conductas y hasta las desviaciones sexuales son toleradas hace muchas décadas simplemente porque a nadie le importa la intimidad ajena.
Y lo mismo con los militantes homosexuales no travestis, con las militantes feministas y todos los demás títeres militantes “progresistas” del poder que agitan la sobrexposición para reclamar “derechos” que ya están más que consagrados tanto legal como consuetudinariamente. Estos son la carne de cañón, son los que ponen la cara en la calle, en los medios y en las redes sociales para provocar al sentido común de una mayoría que no entiende cuál es la exigencia y, al no comprenderlo, tiende a desarrollar contra las minorías una animadversión que antes no tenía. De ahí a que todos los individuos se vuelvan “progresistas” o “conservadores” en cada uno de los temas de la agenda hay un paso y cuando eso ocurre el truco de magia está completo: ahora los dirigentes no ensobrados y no extorsionados por el “carpetazo” pueden hablar todo lo que quieran de su proyecto de liberación nacional porque la sociedad ya está en otra.
Para los señores del caos todo es ganancia de punta a punta, pues mientras se hacen con el control político de las semicolonias en medio al desorden que ellos mismos generaron, van instalando en el seno de la sociedad un odio antes allí inexistente. Ese será el preludio de las agresiones contra las minorías por criterios de sexo, orientación sexual, raza y religión que naturalmente conducen a la guerra civil y a la disolución de la comunidad nacional. Es básicamente lo que hicieron los belgas en Ruanda al dividir a los ruandeses en tutsis y hutus, fomentar a que se odien mutuamente y luego ponerles machetes entre las manos para que se liquiden los unos a los otros mientras la extracción depredadora de los diamantes por parte de las corporaciones occidentales ocurre por fuera de la vista del pueblo-nación.

Esta narrativa se repite en la historia por la acción de los malos, por cierto, pero también y quizá mucho más por la omisión de quienes se supone son los buenos o al menos deberían parar las patas y hacer un mínimo esfuerzo intelectual en defensa de sus propios intereses. Tanto el “progresista” como el “conservador” se entregan mansamente como peones en manos del poder fáctico globalista de la USAID, de los Soros y compañía. Intuyen en el fondo que algo anda mal, les hace ruido la cosa porque no puede ser que Soros y la USAID sean los buenos en esta trama, pero optan por dejarse llevar por sus pasiones ideológicas y, haciendo oídos sordos a las advertencias, marchan hacia la destrucción de su construcción política y hacia la suya propia como individuos.
El “progresista” y el “conservador” creen que hacen una revolución gritando en Twitter su fe ideológica o haciendo marchas sin propósito político real alguno, pero no son más que hutus y tutsis en manos de sus colonialistas belgas. Lo único que les falta a los “progresistas” y a los “conservadores” son los machetes para que lleven a cabo la última etapa del plan de disolución nacional al grito de “mataré y moriré por una causa que no es la mía, pero tendré la razón”. Los ruandeses nunca tuvieron conciencia nacional y jamás supieron que con los ingentes recursos de su territorio soberano podrían haber vivido en Ruanda incluso mejor que en Bélgica, optaron por provocarse entre pares y luego por resolver esa contradicción falsa y artificial matándose los unos a los otros.
Y si bien algún ruandés al final tuvo la razón, lo cierto es que tanto los hutus como los tutsis viven hoy en la miseria extrema de un país agotado. La USAID invirtió muchísimo en Ruanda para asegurarse de que los ruandeses no puedan poner de pie a su país después del saqueo y del genocidio y la metáfora es una analogía perfecta porque la USAID hace —o hizo hasta aquí— lo mismo en Argentina y en otros países a los que quiere transformar en Ruanda para que los equivalentes locales a los hutus y a los tutsis no estorben la extracción de diamantes. Hay que ser un total cretino para no verlo.