Este sencillo artículo comienza con un interrogante dirigido hacia el lector: ¿No ha tenido Ud. la sensación alguna vez de que la relación de los Estados Unidos con el resto del mundo es un poco similar a la que sostiene una familia con un pariente rico, pero borracho y abusivo? Sería una especie de interdependencia en la que unos deciden someterse al otro por estar subordinados a él económicamente o por la fuerza, bajo la condición de soportar toda clase de vejaciones y escándalos con tal de no tener que tomar el riesgo de enfrentar al abusador y hacer lo necesario para liberarse definitivamente.
En esa clase de familias existe un verdadero pacto tácito en el que todas las partes acuerdan hacer silencio ante determinadas conductas y mirar a un lado porque “de eso no se habla”. La realidad termina siendo completamente adulterada, los secretos a voces se esconden en el clóset o se barren debajo de la alfombra y no obstante, cada uno de los participantes de la pantomima conoce la realidad tal cual se presenta, aunque finja demencia o amnesia.
Y en el supuesto caso de que a alguno se le ocurra poner el grito en el cielo y señalar que algo anda mal, muy probablemente otro miembro del mismo clan saldrá en defensa del agresor y este ni siquiera recibirá los coletazos del reclamo. “Es una buena persona, solo que el alcohol le hace perder el control, pero si no fuera por él, ninguno de nosotros estaríamos donde estamos. Debemos ser indulgentes y agradecidos, él se esfuerza mucho por cambiar, simplemente no puede hacerlo mejor”. Es un hecho aislado, no volverá a ocurrir.
Así, los abusos se prolongan, el ambiente enfermizo se reproduce en el tiempo y todos siguen jugando por conveniencia, comodidad o interés el mismo juego de víctimas y victimario. Ni el abusador toma conciencia de sus problemas de adicción y violencia ni las víctimas toman el toro por las astas y persiguen su liberación (incluso con la posibilidad de ofrecer ayuda o contención al adicto, si fuera cierto que es su enfermedad la que lo torna violento), pues a todos les conviene de una manera o de otra continuar con la farsa de la familia ideal. Ese es el camino más corto y el más fácil, aunque no sea el mejor.

Y sucede exactamente lo mismo en la relación entre los Estados Unidos y los demás países. Nadie se atreve a traer a colación los incesantes incidentes de brutalidad, mala conducta y abuso por temor a verse obligado luego a tener que soportar el infierno de las represalias, ya sean directamente emanadas del abusador, ya sea que se manifiesten en la indiferencia y la complicidad de los otros parientes que son capaces de soportar cualquier cosa con tal de no romper las relaciones de conveniencia con el pariente abusivo.
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