Debido a ese entusiasmo juvenil que caracteriza a la militancia en todo tiempo y lugar, sin cuidado de orientaciones ideológicas, el mileísmo no se priva de sumar a Giorgia Meloni a sus filas e incluso de fantasear con una hipotética relación sentimental entre la italiana y Javier Milei. Es muy poco probable que dicha relación se dé en la realidad, aunque la fantasía militante no es una novedad, al menos no en la política argentina. También el kirchnerismo cristinista —que le sirve de inspiración formal al mileísmo sin que los mileístas lo sepan, porque no entienden la mecánica— tuvo en su momento fantasías respecto a Cristina Fernández con el líder ruso Vladimir Putin, por ejemplo, un comportamiento que responde a la cultura premoderna de las alianzas entre coronas cuyo fin práctico fue la construcción de imperios.
La militancia evidentemente no lo sabe porque no suele analizar su propio comportamiento poniéndolo en comparación histórica con lo que vino antes, pero cada vez que desea la unión de su líder con un líder extranjero lo que hace es expresar el deseo de una alianza entre coronas, manifiesta su voluntad de que Fernando se una a Isabel para que Aragón y Castilla hagan el imperio español. Genéricamente, claro, nadie está pensando puntualmente en la expulsión del moro y en el hallazgo del nuevo mundo. Lo que la militancia mileísta hace cuando fantasea con Milei y Meloni y la militancia kirchnerista hizo al alucinar con CFK y Putin es desear la grandeza. Y eso es natural, es el propio comportamiento humano reproduciéndose a través de los siglos en una continuidad necesaria. El hombre es el hombre y no va a cambiar.
Pero no solo no habrá ninguna alianza matrimonial entre Giorgia Meloni y Javier Milei, sino que además está claro que no hay relación alguna. La idea prosaica de que existen puntos de convergencia ideológica o programática entre Meloni y Milei resulta de una profunda ignorancia sobre las categorías de la política. En una palabra, el solo análisis del discurso de la italiana y del argentino arrojará como resultado el que Meloni y Milei están más bien en las antípodas. Y no es una cuestión de hacer ninguna valoración subjetiva para determinar quién entre los dos es el mejor dirigente, sino tan solo de comprender que más allá de la expresión de deseo mileísta no existe posibilidad alguna de que Meloni y Milei estén en el mismo bando.

Y la pregunta sería por qué la militancia mileísta cree que sí, que Meloni y Milei pertenecen a una misma categoría ideológica. La pregunta es buena porque fácticamente los mileístas están convencidos de que eso es así y la respuesta solo puede estar en las operaciones de sentido que los llamados intelectuales orgánicos echan a rodar con fines políticos muy puntuales. Lo que esos intelectuales hacen es recurrir a algún aspecto del discurso de un líder dado para “sumarlo” (es una cosa simbólica) a las filas de la fuerza política a la que esos intelectuales son orgánicos. El objetivo es obtener un prestigio que de otro modo no podría lograrse, es un subirse al camión del otro que se percibe en ascenso para viajar en su estela.
El ejemplo anteriormente propuesto, a saberlo, el del amorío entre Putin y CFK que solo existió en los sueños de la militancia kirchnerista, es bastante ilustrativo. Para principios de la década pasada Putin ya asomaba como un líder de talla mundial que venía con intenciones de disputarle al imperio yanqui la hegemonía global, era un dirigente en ascenso con el que convenía quedar asociado. El amorío era un delirio, claro, una operación de sentido de los intelectuales orgánicos del kirchnerismo, pero en ese caso específico no era del todo falso el alineamiento ideológico entre Putin y CFK. Había allí en efecto algunos puntos de convergencia, si bien finalmente esos puntos fueron desdibujándose al adherir CFK al llamado “progresismo” posmoderno que Putin abomina y combate.
Pero sí, puede decirse que para los primeros años de la década pasada era más verdadera la asociación entre Putin y CFK que la actual entre Meloni y Milei, la que directamente no existe. Lo que los intelectuales orgánicos del mileísmo hicieron para convencer a la tropa de la existencia de puntos de convergencia entre Milei y Meloni fue una simple operación de meter en una misma bolsa “conservadora” (categoría que debe ir entre muchas comillas porque Meloni ni siquiera es conservadora) las expresiones coyunturales de la italiana respecto a ese “progresismo” globalista de las corporaciones. Al oponerse Meloni discursivamente a la inmigración descontrolada, a la ideología de género y a la agenda colorida llamada LGBT, los intelectuales orgánicos del mileísmo establecieron allí un puente.

Es un error, por supuesto, porque la oposición al “progresismo” globalista de las corporaciones no define ideológicamente a nadie, es una cosa más bien reactiva y de época, es algo que los dirigentes optan por expresar en este momento para ocupar un espacio vacío. En la oposición al “progresismo” globalista de las corporaciones está Giorgia Meloni, pero también están Vladimir Putin, Víctor Orbán, los iraníes con su ayatolá, los nacionalistas británicos del Partido de la Independencia y Marine Le Pen, entre muchos otros. Y es evidente que todos ellos no están en la misma categoría, no los define ideológicamente su oposición a un asunto coyuntural como lo es la agenda globalista de George Soros y de Klaus Schwab en el Foro Económico Mundial. Nadie se define por lo que niega, sino por lo que afirma.
En realidad, bien mirada la cosa, la agenda “progresista” del globalismo ahí está precisamente con la finalidad de generar confusión y de hacer pasar gato por liebre. Existe para que los intelectuales orgánicos de eso que se quiere llamar ahora “nueva derecha” puedan construir un discurso reactivo y establecer relaciones falsas por la negativa. Esa “nueva derecha” es un rotundo no al mal llamado “progresismo” y nadie sabe muy bien a qué cosas les dice que sí, nadie conoce el programa positivo de la “nueva derecha” en lo que realmente importa y es la cuestión de pesos y centavos, la economía. Y nadie lo sabe porque la “nueva derecha” es una entelequia.
Desarticular esa entelequia requiere de una operación lógica muy sencilla, es solo cuestión de preguntarse por la obviedad ululante: si Milei y Meloni son la “nueva derecha” solo por el hecho de oponerse discursivamente a la agenda dicha “progresista”, ¿Por qué Milei y Meloni no van a abrazarse con Putin, que ha sido desde siempre el baluarte de esa oposición? Más bien todo lo opuesto ocurre allí donde Milei y Meloni se alinean abiertamente con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Putin. ¿Qué clase de “nueva derecha” es la que excluye de su seno a los que en teoría piensan igual? Ninguna clase, la “nueva derecha” no existe más que como una movida oportunista, por la negativa y solo cuando conviene.

Hay mucha más obviedad para preguntarse. Desde antes de ganar en Italia las elecciones, Meloni viene criticando duramente al francés Emmanuel Macron por los efectos deletéreos del colonialismo de Francia en África e incluso reivindicó al libio Muamar el Gadafi denunciando a Francia por el asesinato de este, hecho que según Meloni desestabilizó la región norafricana y resultó en el aluvión de inmigrantes ilegales que llegan a las costas mediterráneas de Italia, Grecia y España. En la opinión de Meloni el garante de esa estabilidad regional era Gadafi y los franceses lo mataron, hicieron un golpe de Estado en Libia porque no querían aceptar el trato privilegiado que Roma tenía en Trípoli en temas energéticos.
Dicho de otra forma, Gadafi había acordado con los italianos un suministro de gas natural y petróleo que potenció enormemente la economía de Italia, mientras contenía en Libia a los inmigrantes ilegales que pretendían llegar a Europa en las llamadas pateras. Los franceses lideraron la campaña bélica para asesinar a Gadafi y subvertir el orden en Libia, pero en realidad esa campaña fue obra de la OTAN por cuenta y orden de los Estados Unidos. ¿Por qué Meloni directamente no dice eso? Quizá porque Italia es miembro de la OTAN y Meloni de ciertas cosas no puede hablar, le quiere dar la razón a Putin y no puede hacerlo. Y entonces se las agarra con Macron cuando en realidad lo que quiere decir es otra cosa.
No es necesario ser muy inteligente para comprender que Meloni y sus camaradas del partido Hermanos de Italia tienen muy pocas ganas de transar con la OTAN, por ejemplo, en el chanchullo de Ucrania. Basta con observar los gestos de Meloni hacia Volodímir Zelenski para darse cuenta de ello. Pero claro, Milei es un arrastrado de la OTAN y de todo lo que tenga un mínimo olor a atlantismo, globalismo o sionismo, siendo estos tres en la práctica sinónimos. ¿Entonces cómo es esto? ¿Cómo puede ser una “nueva derecha” en la que sus supuestos miembros tienen intereses económicos, concretos, absolutamente contradictorios? ¿Qué pensarían los mileístas si prestaran atención y escucharan a Meloni reivindicando a Gadafi por una parte y denunciando el colonialismo de Francia en África, por otra?

Probablemente la llamarían “zurda”, “colectivista” y hasta “comunista” por ello. Pero los mileístas solo escuchan lo que sus intelectuales orgánicos quieren que escuchen. Tampoco ahí hay novedad alguna, así suele ser la militancia de un modo general: todo es sesgo de confirmación. Así fue en su momento el kirchnerismo y así son los militantes nomás, quieren recibir únicamente información que confirme la validad de sus verdades. No hay nada de malo en ello pues se trata de fe, es lo más viejo que existe en el mundo. Lo malo es que los mileístas siguen pensando en una “nueva derecha” con Meloni, Bolsonaro, Trump y una gran variedad de gatos de todo pelaje, pero sin Putin y los iraníes que piensan igual sobre los asuntos por los que esa “nueva derecha” pretende definirse. Ahí está el error.
Gran error, por cierto, no es viable definirse políticamente por la negativa porque la negación solo conduce hacia la nada. El error en la entelequia de la “nueva derecha” está en la base de todos los errores que confunden hoy a los mileístas. La idolatría profesada por el mileísmo criollo a la figura de Donald Trump es quizá el más grosero de esos errores y también puede atribuirse a la entelequia de la “nueva derecha”. El conocimiento básico de las categorías de la política real, que es la política económica, indica que Milei y Trump son como el agua el aceite: no hay forma de mezclarlos. Si bien es verdad que lo de Meloni puede ser ambiguo y prestarse a la confusión, lo mismo no ocurre con un Trump que simboliza abiertamente todo lo opuesto a esa otra entelequia que es el “liberalismo libertario”.
En su rechazo al atlantismo, el continentalista Trump no está interesado en el liberalismo tal y como lo conocemos aquí por la vulgata de los cipayos. Trump es un feroz proteccionista que plantea la guerra comercial contra China y para llevar a cabo dicha guerra ha tomado entre 2016 y 2020 medidas que espantarían a esos anarquistas por ignorancia que son los mileístas. Pero Trump es percibido aquí como el principal referente a nivel mundial de la “nueva derecha” por algún gesto esporádico suyo en oposición a la agenda dicha “progresista” de la “nueva izquierda”, que es la de las corporaciones. Los mileístas se agarran de esos gestos para adorar a Trump sin comprender que allí hay un nacionalista estadounidense en frontal contradicción respecto a la fe ideológica supuesta del mileísmo.

Es probable que ahí esté el error y que la fe ideológica de los mileístas sea ninguna fe en absoluto, que el mileísmo sea un rejunte por espanto de gente que a lo mejor sabe lo que no quiere, pero no tiene asimismo ni idea de lo que sí quiere. El mileísta no observa los programas políticos ajenos para ver si hay allí algo que le interese, alguna propuesta de transformación de la realidad que pueda servirles a sus intereses. Lo único que el mileísta hace es buscar nuevas grietas en Twitter y, en esas grietas, pararse del lado que sus intelectuales orgánicos le indiquen. El mileísta no ve grises, no pondera nada y así va quedando pegado con dirigentes que no lo invitarían a Milei a tomarse un café.
Meloni, Trump, Bukele, no importa. El que circunstancialmente haya hecho o haya dicho algo medianamente agradable para los oídos del mileísta es de súbito un referente de la “nueva derecha”. Y lo medianamente agradable, véase bien, puede ser cualquier expresión apta para interpretarse como de corte “conservador”. ¿Trump cuestiona la ideología de género? Es un ídolo. ¿Meloni habla de echar a los inmigrantes ilegales? Es una referente. ¿Bukele mete presos a los pandilleros que sembraron el terror durante décadas en El Salvador? Es un amigo. Y si el día de mañana Trump manda a desmantelar la OTAN, los mileístas van a idolatrar a Putin como si nunca hubieran estado hablando de enviar ayuda militar argentina a Zelenski.
Ya nada importa y menos que menos la coherencia, todo es una cuestión de fanatizarse irreflexivamente, de idolatrar a dirigentes políticos nacionales e importados por un gesto, una caricia fugaz o nada en absoluto. Nada tiene importancia, el proyecto político no existe en la conciencia del mileísta como tampoco existió jamás en la del kirchnerista cristinista que vio girar la política económica del gobierno de CFK a fines de 2013, vio que ese gobierno abandonaba las ideas que habían sido exitosas durante una década y no tuvo mejor idea que la de repetir el mantra de “hay que bancar”. En el fondo el problema es que nada importa.

Lo único que importa es ver llorar de la bronca a los que están del otro lado de la grieta, la que primero creó una “nueva izquierda” con el mal llamado “progresismo” globalista para provocar al sentido común hasta generar, por reacción natural, una “nueva derecha” basada en la negación de todo lo anterior y en nada más que eso. El resultado es un péndulo estúpido en el que las mayorías quedan pendientes del humo ideológico mientras los dirigentes van implementando un proyecto político —que es muy concreto, aunque no se dice para no estropear el truco— a pedir de boca de las élites mundiales en su reformateo del mundo, o lo que se dio en llamar Agenda 2030.
He ahí la razón por la que nuestra Argentina es una colonia. Ya no de un país en particular, pero colonia al fin. Los argentinos estamos en la infancia de la política y en consecuencia padecemos de todas las enfermedades infantiles propias de esa etapa temprana del desarrollo. Y entonces el mileísmo que un día adora a Meloni, al otro día idolatra a Trump y luego propone a Bukele para emperador subcontinental mientras aquí Milei todo lo destroza no es ningún accidente. El mileísmo con la entelequia de la “nueva derecha” es esa enfermedad infantil que nos inocularon con una sobredosis de albertismo eunuco para que no se nos ocurra preguntar por un proyecto político. El proyecto ya está digitado y a nosotros… ah, a nosotros solo se nos permite discutir la pavada.