Después de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) del último 13 de agosto la política argentina quedó revolucionada —quedó más bien patas arriba— ante la presencia de aquello que casi unánimemente se definió como un “fenómeno” electoral. Si bien se esperaba de Javier Milei una buena performance en las urnas, al parecer nadie pudo suponer de antemano los 30 puntos obtenidos por el “libertario” ni su triunfo en varias provincias del país. Milei hizo comer polvo al oficialista Sergio Massa, pero también a la cambiemita Patricia Bullrich, con quien teóricamente debió repartirse los votos al interpelar a un mismo perfil de elector.
Pero Milei no es, bien mirada la cosa, ningún fenómeno, es la consecuencia lógica de años de maltrato y burla de la dirigencia política en perjuicio del pueblo nación. Milei es el “voto bronca” al fin materializado en una expresión concreta con cierta centralidad mediática. Y siendo eso, Milei representa un hartazgo con una política que en la última década no hizo otra cosa que desmejorar las condiciones objetivas de existencia del pueblo-nación mientras intentaba tapar el bache con discurso “progresista” y humo ideológico para las minorías por criterio de sexo, orientación sexual, raza y otros que nada tienen que ver con la cuestión de pesos y centavos.
Durante los dos últimos años del kirchnerismo, los cuatro años del régimen de Mauricio Macri y los cuatro del desgobierno de Alberto Fernández la constante fue esa misma, fue el saqueo al bolsillo de las clases trabajadoras populares y medias adornado con discurso de género, racial y “garantista”. La respuesta a un pan cada vez más caro y a un salario cada vez más chato fue siempre feminismo, deconstrucción, sororidad, aborto, “igualdad” de género, “mano blanda” ante la delincuencia y demás humos que a nadie le dan de comer, salvo a quienes están prendidos en el curro de vender ese humo. Y un día muchos se hartaron, los suficientes para trastornar un resultado electoral.
Milei aparece entonces como la respuesta discursiva a esa situación de permanente tomada de pelo de la política contra el sentido común de las mayorías. El “libertario” no solo promete la “libertad” como panacea universal para todos los problemas que se acumulan, sino que además hace un discurso “conservador” que parecería ser la antítesis a todo lo que se vendió ideológicamente desde el Estado en los últimos diez años. ¿Cómo no iba a triunfar, si se puso en el lugar de la representación de las demandas de un sector creciente, cada vez más numeroso, de la población?
Es la propia obviedad ululante y allí es donde va quedando claro además que todo, incluso el propio Milei, funciona en una brillante maniobra del poder fáctico para enloquecer a los pueblos, crearles problemas para que los padezcan durante un tiempo más o menos largo y luego vender la solución en la forma de un “salvador de la patria” que se presenta mesiánico, como salido de la nada misma. Ahora un Milei “liberal” en lo económico y “conservador” en lo social —veremos en esta edición que puede ser algo de lo primero, pero seguro no es lo último— llega con todas las respuestas a los cuestionamientos de la sociedad a la política.
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