De la manera más melancólica posible culmina el experimento contra natura del Frente de Todos. Exactamente como había empezado allá por mediados de 2019, con un video lacrimógeno publicado en las redes sociales, Alberto Fernández anunció el pasado viernes 20 de abril que no se presentará a la reelección en octubre. Y lo hizo con un abuso deshonesto de todas las categorías de la socialdemocracia dicha “progresista”, recitando las fórmulas del globalismo occidental e insistiendo con poner en la categoría de “ampliación de derechos” todo el humo vendido en tres años y más para disimular una absoluta falta de gestión. Sin haber cumplido ni una fracción del programa electoral que ilusionó al pueblo-nación argentino después de la masacre macrista, Alberto Fernández se despidió en la práctica de un poder político que apenas ejerció para hacerles el mal a los de abajo, jamás para enfrentar a los de arriba.
Alberto Fernández ya es problema de la historia y, en todo caso, lo será del poder judicial cuando esté del todo apeado y toque destapar la olla de las maldades que hizo junto a sus colaboradores. Pero el tendal que deja detrás de sí al abandonar excede largamente las consecuencias de su inexistente gestión política en el Estado. En realidad, el mayor daño que hace el expresidente en funciones no es el haber empujado al pueblo argentino a una situación de extrema vulnerabilidad, a un desastre social. El verdadero daño perpetrado por Alberto Fernández contra el pueblo-nación fue haberlo despojado del instrumento con el que el pueblo supo defenderse de los embates de la fuerza brutal de la antipatria desde mediados del siglo XX a esta parte. Al abandonar de hecho con un fracaso de gestión a cuestas y gritando que eso se hizo en nombre del peronismo, Alberto Fernández logró aquello que ningún antiperonista desde afuera jamás pudo: involucrar simbólicamente al peronismo en una catástrofe política, económica, social y moral.
Es un hecho de fácil observación en el tiempo presente, aunque a algunos todavía les cueste verlo. Desde el 17 de octubre de 1945 hasta la actualidad el peronismo siempre le sirvió al pueblo argentino para reivindicarse luego de un periodo de trance y eso, como se sabe, es porque el peronismo nunca se quedó pegado con una agresión a los intereses permanentes del pueblo. Ni aun con el liberalismo descarnado y servil al Consenso de Washington de Carlos Menem un gobierno peronista terminó su ciclo dejando al pueblo en una situación tan caótica como la actual y entonces el pueblo siempre tuvo al peronismo como alternativa de redención, siempre pudo contar con esa fuerza política para renacer cual ave fénix después de un periodo de masacre, de destrucción o de ambas.

Así fue en 1973 después de 18 largos años de gobierno antipopular militar y “democrático” tutelado, en 1989 tras la dictadura genocida y un alfonsinismo nefasto y otra vez en 2002/2003, después de la crisis terminal resultante de la debacle del gobierno de la Alianza. Siempre que la Argentina necesitó la superación a un saqueo o a una debacle allí estuvo el peronismo como solución inmediata sin mayor necesidad de nuevas construcciones, las que por otra parte cuestan lograrse y normalmente no prenden. Con todas sus contradicciones y falencias, que son innegables por ser inherentes a cualquier movimiento político de masas, el peronismo siempre fue un patrimonio político del pueblo-nación argentino, una herramienta para salir del trance cuando la noche era más oscura y más profunda. Siempre lo fue y quizá ya no lo sea de aquí en más. Al quedar asociado con el gobierno del Frente de Todos, el peronismo probablemente ya no quede asimismo instalado en la conciencia de las nuevas generaciones como una alternativa a la crisis, sino como la propia crisis.
Guardadas las debidas proporciones, algo así le pasó al radicalismo tras el fracaso estrepitoso de Fernando de la Rúa a fines del año 2001. Es cierto que ya para ese momento de la historia la Unión Cívica Radical era un partido mancillado por sus participaciones en la Unión Democrática del embajador Spruille Braden, por validar la proscripción de la “democracia” tutelada desde 1955 hasta 1973 y por el triste destino de Raúl Alfonsín al finalizar los años 1980. Pero aun así el radicalismo era percibido por una considerable parte de la población como una fuerza política de orientación popular. Eso dejó de ser así después de diciembre de 2001 y a partir de entonces los radicales quedaron proscriptos en la práctica y no por ningún decreto de un gobierno de facto, sino por voluntad popular. Asociada simbólicamente al estallido del 20 de diciembre de 2001, la Unión Cívica Radical fue señalada como responsable por el desastre aunque, en rigor, aquel no fue un gobierno radical puro. Fue un gobierno frentista como lo es el actual.

El choque de Fernando de la Rúa debió cargarse en la cuenta del Frente País Solidario (FREPASO), un rejunte loco de socialdemócratas, comunistas arrepentidos después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, progres del más variado pelaje y, por supuesto, radicales. Pero el FREPASO no existió como fuerza política perenne, sino precisamente como un frente coyuntural que por definición no carga pasivo después de disolverse. Nada podía cargarse en la cuenta del FREPASO, el pueblo no entiende eso y automáticamente señaló al radicalismo como responsable, proscribiéndolo de hecho del debate sobre la cosa pública. Durante años después del 2001 “radical” fue mala palabra y solo en tiempos muy recientes, dos décadas después de la debacle delarruista, los radicales empezaron a levantar cabeza y a mostrarse públicamente sin correr el riesgo de recibir agresiones por parte de las víctimas del estallido de 2001, quienes no olvidaban ni perdonaban.
Entonces las consecuencias de la debacle del gobierno del Frente de Todos difícilmente podrían cargarse en la cuenta del Frente de Todos, puesto que este no existe más que como alianza coyuntural y no acumulará pasivo una vez que termine de disolverse. Toda la bronca de los damnificados por el gobierno del Frente de Todos tiende a cargarse en la cuenta del peronismo, que es la base del frente, lógicamente, aunque no solo por eso. El peronismo está quedándose bien pegado con la crisis terminal del gobierno de Alberto Fernández justamente porque este jamás se privó de gritar “peronismo” a cada claudicación, error cometido o maldad perpetrada por su gobierno contra el pueblo. Cada vez que Alberto Fernández hizo el mal, salió gritando al otro día para reivindicarse como peronista. Eso no fue accidental y tampoco inocuo: la asociación entre claudicación, error, maldad y peronismo es la construcción simbólica que Alberto Fernández vino adrede a hacer.

Si el atento lector observa fría y objetivamente la composición del gobierno del Frente de Todos desde diciembre de 2019 a esta parte lo que verá allí es que siempre fueron muy escasos, casi inexistentes, los peronistas en ese gobierno. Hubo camporistas, progresistas, comunistas, socialdemócratas, feministas y hasta radicales, muchos radicales, pero casi ningún peronista y directamente ninguno en posición de mover la aguja. Entonces el Frente de Todos es la propia reedición del FREPASO, son los mismos oportunistas que parasitaron la Unión Cívica Radical hasta destruirla en 2001, el mismo truco de simbiosis y entrismo repetido una y otra vez. El Frente de Todos no tiene peronistas y mucho menos ha aplicado en la gestión políticas basadas en la doctrina del peronismo, pero su fracaso y las consecuencias de la catástrofe ocasionada van a cargarse todas igualmente en la cuenta del peronismo pues el Frente de Todos es una fantasía efímera. Así funciona la política.
No, no hay ni hubo peronistas en posición de tomar decisiones en todo el gobierno de Alberto Fernández. Empezando, claro, por el propio Alberto Fernández, quien además se cansó de repetir públicamente su afiliación a la socialdemocracia, a la izquierda progresista “latinoamericana” e incluso al movimiento hippie declarándose mejor representado por Bob Dylan que por el General Perón. El antiperonismo por izquierda de Fernández no fue un secreto a voces, no fue algo que el presidente fracasado haya intentado ocultar ni mucho menos: fue una identidad de la que Alberto Fernández presumió durante todo su gobierno. ¿Y qué hicieron los “peronistas” del gobierno con eso? Pues nada. En vez de ir a enderezar al presidente por las buenas o por las malas, los “peronistas” del gobierno se dedicaron a censurar y a tildar de “traidores” a quienes se atrevían a decir que no le correspondía al conductor de un gobierno peronista y un titular del Partido Justicialista decir esas barbaridades tan propias de los gorilas.

Así fue cómo los frentetodistas se dedicaron a perseguir a los peronistas con el fin de cubrirle la espalda una socialdemócrata de izquierda, hippie y antiperonista. ¿Un delirio distópico? Sin lugar a duda que sí, aunque en efecto eso fue lo que pasó. Con la cara como un yunque, Alberto Fernández le dijo al director del Diario Perfil Jorge Fontevecchia ya en abril de 2020, a pocas semanas de iniciarse su gobierno, que “(…) hablando de ideología, cuando hablo como hablo no soy el resultado haber leído las 20 verdades peronistas y La comunidad organizada. Hablo como hablo porque en mí pesaron muchas cosas. Va a sonar raro, pero pesó mucho de la cultura hippie. Los peronistas me van a odiar, pero se puede decir que soy un socialdemócrata”. Alberto Fernández confesó literal y públicamente eso, todo está publicado y puede consultarse fácilmente con una simple búsqueda en Google. Y aun así ni se mosquearon los mal llamados “peronistas” del frentetodismo para ir a pedirle amablemente al presidente que se retractara. Nada de nada.
Más allá de las palabras, que siempre son humo, Alberto Fernández fue un obstinado en orientarse por el antiperonismo en cada una de las pocas decisiones que tomó mientras pudo, siempre usó la lapicera para perjudicar a las mayorías populares de un modo general o para favorecer a las minorías militantes por izquierda en cambio. Ignorando que para la doctrina peronista el gobierno es esclavo de un pueblo libre y hace lo que el pueblo quiere, Alberto Fernández destrozó la economía familiar de los millones de trabajadores informales al prohibir y luego restringir la circulación durante la contingencia sanitaria que vulgarmente se dio en llamar “pandemia”. Encierro obligatorio para individuos sanos en condición de trabajar y además necesitados de hacerlo, pues no tenían ingresos fijos al ser informales, imposición de pases sanitarios o de la aplicación de fármacos experimentales y/o dudosos comercializados por el complejo industrial-militar-farmacéutico como condición para poder acceder a lugares públicos y mucho más. Ese fue el manejo sanitario ideológico del gobierno de Alberto Fernández, el que con eso terminó de reventar la maltrecha economía de quienes ya venían golpeados por Mauricio Macri.

De un modo si se quiere pragmático no era muy difícil ver que imponiendo prohibiciones y restricciones para hacerles la vida imposible a los de abajo no se obtenía rédito político alguno. Los que en ese momento entraron en pánico y aplaudieron las medidas de parálisis de la economía basadas en una ideología sanitaria ya ni se acuerdan de eso, ninguno está agradecido con el gobierno por haber enviado a la policía a reprimir a los que se atrevieron a salir a vender garrapiñadas en la calle o a cortar un pasto para llevar algo de comer a sus familias. Estos últimos, no obstante, los que se vieron perseguidos por el aparato represivo del Estado al intentar salir a trabajar para subsistir no olvidan nada, quedaron resentidos para siempre y con mucha razón. En términos de cálculo electoral puro la cuarentena interminable fue todo pérdida y nada de ganancia. Ni en la praxis corriente hubo peronismo: el gobierno frentetodista hizo en perjuicio propio el negocio de otros.
¿Negocio de quiénes? Del pueblo desde luego que no. Como un verdadero gorila, Alberto Fernández utilizó la pandemia para hacer la plancha mientras frenaba la economía nacional. Al agotarse el truco y no poder ya impedir que los argentinos salieran a trabajar, el gobierno del Frente de Todos se dedicó al narcomenudeo de ideología progresista y globalista para tapar el bache. La mentada “ampliación de derechos” que el gobierno del Frente de Todos vendió durante tres años —hasta que ese truco también se agotó— fue un abuso de consignas simbólicas que en nada mejoraban las condiciones objetivas de existencia de las mayorías populares. Todos los días hubo una “ampliación de derechos” para satisfacer el gusto ideológico de minorías sobreideologizadas en la agenda de las corporaciones y su globalismo, o la cháchara interminable de la “deconstrucción” progresista que a nadie nunca le dio de comer.

Y además, otra vez, en frontal contradicción con la doctrina peronista. Al abrazarse al feminismo importado de las culturas anglosajonas, una copia vulgar del feminismo “woke” vendido por el Partido Demócrata de los Estados Unidos, Alberto Fernández le impuso al peronismo la militancia de consignas que habían sido ya rechazadas argumentalmente por Eva Duarte. Nuestra popular Evita supo denunciar en su momento ese falso feminismo que es incompatible con el concepto nacional justicialista de comunidad organizada por generar enfrentamientos ideológicos entre hombres y mujeres en vez de fomentar su unidad para la lucha contra la oligarquía, que es el verdadero enemigo de ambos. Sin ruborizar, Alberto Fernández hizo que el Frente de Todos se abrazara a un pañuelo verde cuya causa fuera expresamente abominada por Evita en las décadas de 1940 y 1950. ¿Qué hicieron los mal llamados “peronistas” frentetodistas al respecto? Sí, se empañuelaron con el “deconstruido” Fernández o, en el mejor de los casos, temerosos de ser aplastados por la hegemonía progresista, callaron. Y se cargaron en el proceso a la jefa espiritual de la Nación con los principios y valores legados en la doctrina.
La doctrina peronista no prevé la lucha de clases y tampoco la guerra de los sexos que la ideología feminista “woke” fomenta, piensa en la unidad de los pueblos sin distinción de género. Y también piensa en poblar el territorio inmenso sobre el que está sentado el pueblo-nación argentino, razón por la que no puede promocionar el antinatalismo. Pues exactamente todo lo opuesto a lo que prescribe la doctrina peronista fue lo que hizo el gobierno “peronista” de Alberto Fernández en ese rubro. Y así, en todos los demás aspectos de la organización social de los argentinos, Alberto Fernández impuso la ideología del progresismo globalista y atropelló la doctrina del peronismo, ofendiendo a las mayorías populares en su cosmovisión, en su cultura nacional y en su sentido común. A esa violación sistemática de la doctrina de Perón los frentetodistas llamaron “actualización doctrinaria” e incluso “aggiornamento” sin que a ninguno se le haya caído la cara.

Pero el argentino es tolerante y todo eso hubiera pasado como anécdota de un presidente un poco chiflado rodeado de una estudiantina si en lo económico hubiera habido cierta estabilidad, la que jamás existió. En vez de plantear una ruptura con el saqueo macrista, Alberto Fernández optó por la continuidad y el pueblo fue constantemente despojado de lo poco que le quedaba, viendo cómo iban degradándose sus condiciones objetivas de existencia. Ante la pasividad de un gobierno cuyo único programa fue prohibir, restringir, controlar, castigar a los de abajo, hacer la vista gorda con el tongo de los de arriba y “ampliar derechos” en el plano de lo simbólico para minorías sobreideologizadas, la inflación fue en ascenso, destruyendo el poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores y multiplicando las ganancias de los bancos y de los especuladores financieros en general. El resultado, como se ve, es esta catástrofe actual, la que el frentetodismo deshonesto le atribuye a Macri, a la deuda, a la pandemia, a la guerra en Europa, al diablo, pero jamás a la falta de voluntad política para favorecer al pueblo por parte de los dirigentes del Frente de Todos.
He ahí que el argentino tiene todas las razones hoy para repudiar al gobierno del Frente de Todos y para votar, en consecuencia, a literalmente cualquier monigote oportunista en octubre. ¿Por qué no habría de hacerlo, si la opción peronista que supo tener en tiempos de crisis hoy se identifica como el artífice de la mismísima crisis? ¿Cómo explicarle al civil no ideologizado y escasamente informado sobre las sutilezas de la política que el Frente de Todos no tiene nada que ver con el peronismo, que en realidad ocasionó un desastre económico y social justamente porque fue antiperonista por izquierda? Es poco probable que alguien esté dispuesto a escuchar esa argumentación con la paciencia que requiere para ser comprendida. La conclusión es que se viene un tiempo difícil para los peronistas, un tiempo en el que probablemente todo lo que tenga un mínimo olor a peronismo sea descalificado de antemano. Estos son los costos políticos de dejarse parasitar por el enemigo ideológico tanto por derecha como por izquierda.

Viene un tiempo difícil para los verdaderos peronistas, para los que están alejados ideológicamente tanto de la derecha como de la izquierda y no pierden de vista los preceptos de la doctrina nacional justicialista. Ese será un tiempo de pagar los platos rotos de las consecuencias de un gobierno que hizo gorilismo socialdemócrata puro con la chequera del peronismo y dejó pegados a los peronistas con un fracaso estrepitoso. El gobierno del Frente de Todos se construyó electoralmente en base a la promesa de mejorar las condiciones objetivas de existencia del pueblo-nación, en hacer que vuelvan el asado del domingo y la heladera llena de todos los días, pero se aferró a una agenda ideológica importada y terminó haciendo todo lo opuesto. Esa fue una estafa electoral que el pueblo está adjudicando discursivamente al peronismo, razón por la que para un peronista va a ser muy complicado intentar argumentar en la política de aquí en más y durante algunos años.
El peronismo permitió el entrismo y el parasitismo socialdemócrata por izquierda, le pareció deseable y dejó hacer. Ahora tendrá que cargar con las consecuencias de esa pusilanimidad y su futuro en el corto plazo va a asemejarse al de los cristianos de las catacumbas en la Antigüedad romana. Perseguidos por la ferocidad imperial, aquellos cristianos debieron reorganizarse en secreto por debajo del radar de las fuerzas represivas que los querían liquidar. Triunfaron al fin, sí, porque la verdad siempre triunfa en el mediano y en el largo plazo, pero debieron padecer el trance en el ínterin. Ese es el costo de dejarse embaucar y parasitar por estafadores que traen la agenda globalista del mal mientras hablan de “actualizar” lo que no necesita ninguna actualización pues ya es perfecto: la doctrina del pueblo-nación argentino en su cultura, valores y sentido común. El peronismo fue débil, se dejó parasitar por el enemigo del pueblo y ahora va a pagar el precio porque el Frente de Todos nunca fue peronista, pero eso no podrá explicarse durante un tiempo. Conviene ponerse bien el casco.