Otro “tirano prófugo” para la historia

Con la ayuda de Turquía y contando con la perfidia de los generales sirios, que extrañamente entregaron el territorio sin luchar, el eje del mal Washington/Tel Aviv conquistó el territorio de Siria en tan solo dos semanas después de haberlo intentado sin éxito por casi una década y media. Pero el principal objetivo simbólico, que era la captura de Bashar Al-Assad para darle el mismo fin que a Gadafi, no pudo lograrse. Ahora Al-Assad es el “tirano prófugo” de un país que cayó en manos de los enemigos de la nación y aun circunstancialmente derrotado sigue de pie para reorganizar sus fuerzas desde el exilio, formar la resistencia y lanzar el contragolpe. Los sionistas de Israel y de los Estados Unidos festejan este enorme triunfo, pero la historia está lejos de terminar.
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Después de casi una década y media de resistencia ante los embates de las potencias occidentales con los Estados Unidos a la cabeza e Israel como operador regional del terror, el longevo régimen de la familia Al-Assad en Siria fue extrañamente derrotado en menos de dos semanas. Para sorpresa de muchos, este cronista incluido, se desactivaron todas las lealtades que desde el año 2011 sostuvieron a Bashar Al-Assad contra la voluntad de Occidente. Como la verdad es la primera víctima de toda guerra, al momento de escribir estas líneas circulaban las más variadas versiones sobre las razones de esta fulminante derrota de Al-Assad, algunas de ellas señalando a Rusia e Irán como los traidores que definieron la partida al retirarle su apoyo al gobierno sirio ahora depuesto.

Eso puede ser cierto pues en la geopolítica, como en la política de cabotaje, no existen las amistades. Si a partir del advenimiento de Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos para un segundo mandato las condiciones de temperatura y presión cambian, Moscú y Teherán podrían anticiparse a dicho cambio haciendo trueques estratégicos con Washington. Uno de esos trueques puede haber sido el control del territorio sirio por alguna otra cosa a revelarse más adelante, posibilidad que se ejemplifica en la historia con los soviéticos retirando de Cuba sus misiles nucleares en 1962 a cambio del compromiso firmado en secreto por John Kennedy para la remoción, seis meses más tarde y silenciosamente, de los misiles Júpiter de Turquía.

Esos trueques existen y la opinión pública no suele enterarse de los detalles sino muchos años después de que ocurren, cuando la operación pasa del plano de la política al de la historia. Por lo pronto lo visible es la traición de los generales sirios, quienes en dos semanas no hicieron más que replegar sus tropas hasta que Homs y finalmente Damasco cayeran en manos de los mal llamados “rebeldes”. Moscú y Teherán pueden haber entregado a Bashar Al-Assad a cambio de otra posición o ventaja estratégica en otra parte, es una posibilidad, aunque nada de eso podría materializarse en tan solo dos semanas si los militares sirios no hubieran huido del campo de batalla.

Para resolver la crisis de los misiles en 1962, el presidente John Kennedy debió hacer con los soviéticos un trueque estratégico: pagaría la retirada de los misiles instalados en Cuba con la remoción de los suyos apostados en Turquía, pero a los seis meses y silenciosamente. Esta es la clase de acuerdos que hacen las superpotencias en su ajedrez geopolítico y los detalles de esos negociados solo llegan a conocerse por la opinión pública cuando el asunto ya pertenece más al campo de la historia que al de la política.

Entonces más de seis décadas de dominio del partido socialista Baaz en Siria terminaron en las primeras horas del domingo 8 de diciembre al llegar los “rebeldes” a Damasco destruyendo símbolos, abriendo cárceles y haciendo un despliegue de pirotecnia cuya financiación nadie por estas horas se molesta en averiguar el origen. Ahora Siria está en manos de los mismos terroristas yihadistas que los Estados Unidos afirmaban abominar y hoy presentan como “freedom fighters” o “luchadores por la libertad”. Para derrocar a Bashar Al-Assad y hacerse del control del territorio de Siria, Estados Unidos, Israel y Turquía organizaron y armaron a grupos de fanáticos religiosos que fueron hasta hace 15 minutos, en su propia opinión, terroristas.

Es la historia de Osama Bin Laden, pero al revés: durante años el gobierno de los Estados Unidos entrenó y financió a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) a los talibanes liderados por Bin Laden, a quienes luego señaló como responsables por los atentados del año 2001, por los famosos aviones que se estrellaron para las cámaras de televisión contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el Pentágono. Como se ve, la diferencia entre un terrorista y un prócer liberador está en su utilidad coyuntural para Washington y un mismo individuo puede pasar de una categoría a la otra si sirve.

De hecho, el gobierno de los Estados Unidos ofrece desde 2017 una recompensa de hasta 10 millones de dólares a quien aporte una pista que resultara en la captura de Mohamed Al-Jolani, el cabecilla de esta asociación ilícita que se presenta como el grupo fundamentalista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) o, más ampliamente, como el Frente Al-Nusrah. Según Washington, Al-Jolani es responsable por múltiples ataques terroristas en todo el territorio de Siria. Nada de esto, sin embargo, fue impedimento para que la CNN le hiciera un lavado de cara a mediados de la semana inmediatamente anterior a la caída de Damasco vendiéndolo a su incauta audiencia como un liberador contra la opresión del régimen de Al-Assad.

“Detengamos a este terrorista” es lo que se lee, en inglés, en el título de este afiche digital que el gobierno de los Estados Unidos viene haciendo circular con la oferta de una recompensa de hasta 10 millones de dólares a quien aporte una pista que resulte en la detención de Mohamed Al-Jolani. Esta recompensa sigue todavía hoy en los sitios oficiales del gobierno estadounidense, aunque Washington ya sabe perfectamente donde está Al-Jolani: trabajando para la CIA junto a los “rebeldes” sirios en el negocio turbio de los golpes de Estado.

La gente es inocente y compra, compró la existencia de armas químicas de destrucción masiva en Irak, compró a Osama Bin Laden en el papel del terrorista perfecto nacido de un repollo y ahora compra a Al-Jolani como un líder carismático y revolucionario. Pero la naturaleza de los yihadistas no cambia y lo que Washington, Tel Aviv y Ancara acaban de hacer en Siria es la creación de un monstruo al que, seguramente más tarde, señalarán como enemigo otra vez para descartarlo cuando ya no sea conveniente. Esta es la hipocresía inherente a la política y, por extensión lógica, a la geopolítica, que es la verdadera política según el general Perón.

Es que en el fondo, desde el punto de vista del poder fáctico imperialista, los Bin Laden, los Al-Jolani y similares son menos que títeres, valen menos que un Zelenski o un Erdogan. Lo importante ahí es el control estratégico de los territorios y, en el caso del sirio, está en juego nada menos que la posibilidad de construir un gasoducto desde Qatar hasta Turquía y de ahí hacia Europa occidental con el fin de quitarle a Rusia el control del suministro de energía en la región. Dicho gasoducto debe pasar necesariamente por el territorio de Siria para que la obra sea económicamente viable y Al-Assad siempre estuvo dispuesto a impedir su construcción a cambio del apoyo militar ruso. Las condiciones ahora están dadas para ello con Al-Assad depuesto.

O al menos lo estarán una vez que el país pueda estabilizarse, cosa que nadie sabe cuándo e incluso si va a ocurrir. Esa estabilización puede lograrse con la imposición de un califato al estilo talibán con Al-Jolani o algún muñeco similar —son todos intercambiables entre ellos— a la cabeza, aunque únicamente al costo de mucha sangre a medida que los yihadistas vayan imponiendo su vendetta, principalmente contra los cristianos que en Siria son hasta un 15% de la población, pero también contra los musulmanes que no son fundamentalistas y son la mayoría. Esa estabilidad puede ser posible como en Afganistán, ahora bajo el control de los talibanes, aunque tiene un altísimo costo político.

El saudí Osama Bin Laden (aquí en los años 1980, cuando trabajaba para los Estados Unidos contra los soviéticos) es la prueba de que la opinión pública puede comprar prácticamente cualquier narrativa. Habiendo sido armado, entrenado y financiado por la CIA, Bin Laden un día fue presentado como el terrorista por antonomasia y el enemigo público número uno de los estadounidenses. La opinión pública compró entonces y vuelve a comprar ahora con Mohamed Al-Jolani, que es un Bin Laden al revés.

Alguien dirá, con cierta razón, que ese costo sería “una mancha más al tigre” para un Occidente que apoya de manera incondicional a la monarquía absoluta de Arabia Saudita y otros regímenes despóticos alrededor del mundo con el fin de materializar sus intereses económicos en la geopolítica. Washington da su apoyo al oscuro régimen de Riad para controlar los precios del petróleo en el mercado internacional y podría muy bien apoyar a los yihadistas de Siria con el fin de disminuir la influencia de Moscú sobre Europa, o disminuir la influencia de Moscú a secas. ¿Por qué no? Para el eje Estados Unidos/Israel, el verdadero eje del mal, la sangre de unos millones de sirios es un precio muy accesible para la realización de su proyecto geopolítico.

Y para Israel también es un matar a varios pájaros de un solo tiro. Además de hundir en el caos a Siria, facilitando en un futuro a corto plazo la invasión de su territorio para avanzar con el proyecto del “Gran Israel” desde el Nilo hasta el Éufrates, lo que el sionismo israelí obtiene aquí es la instalación de un régimen yihadista sangriento que podrá utilizar para seguir reforzando esa idea de que los árabes y los musulmanes son bárbaros. Es desde luego una zoncera, puesto que solo una pequeña minoría de los musulmanes o de los árabes es yihadista, pero le sirve a Israel para presentarse como un foco de civilización necesario en la región y finalmente para justificar sus tropelías genocidas, sobre todo ante la opinión pública estadounidense.

Desde el Nilo hasta el Éufrates, he ahí el proyecto que incluye la apropiación indebida de parte de los territorios de Egipto, Siria, Irak y Arabia Saudita, además de la totalidad de los de Jordania y el Líbano. Cuando los israelíes aparezcan luchando para “liberar” a los sirios de los yihadistas que ellos mismos están instalando ahora, el sionismo estará legitimado por la opinión pública para poner los dos pies en el territorio de Siria. Y una vez allí estacionados no habrá razón alguna para que se retiren después de derrotar a los yihadistas “malos”. Las tropas israelíes quedarán convenientemente ubicadas en el noble lugar de liberadoras del territorio, por lo que podrán ocuparlo más o menos legítimamente. Negocio más que redondo.

El mapa proyectado del “Gran Israel”, desde el Nilo hasta el Éufrates usurpando una parte o la totalidad del territorio de Egipto, Siria, Irak, Arabia Saudita, Jordania y Líbano. Al destronar a Al-Assad, los sionistas israelíes generan las condiciones para llevar a cabo una etapa de este plan pues el territorio sirio pasa a ser ahora tierra de nadie.

En menos de dos semanas el eje del mal Washington/Tel Aviv obtuvo unos resultados espectaculares en la región de Medio Oriente, aunque no ha podido lograrlo todo. La veloz ofensiva de los “rebeldes” del HTS tenía por objetivo capturar, humillar y ejecutar a Bashar Al-Assad para hacer en Siria otra Libia y otro Gadafi, cuyo cadáver fue arrastrado por las calles de Sirte para simbolizar su total derrota. Eso no fue posible en esta ocasión pues Al-Assad estaba prevenido y, al caer Damasco, logró evadir al enemigo que lo buscaba para liquidarlo. Al momento de escribir estas líneas, los medios internacionales informaban que Al-Assad había llegado sano y salvo a Moscú junto a su familia, donde recibió asilo político.

Pero hay más. En términos estrictamente políticos, al llegar al exilio en Rusia Al-Assad se asemeja más Perón que a Gadafi, es decir, pasa ahora a ser un “tirano prófugo” con todo lo que eso implica para el futuro de Siria. Libia es un país que nunca más pudo reponerse del golpe de Estado de 2011, está dividido, sin organización y devastado. Y la razón de ello es que el pueblo-nación libio no cuenta con un conductor carismático que organice desde el exilio la resistencia, el contragolpe y la posterior liberación nacional. Gadafi ya no vive, sus hijos no terminan de dar la talla y Libia ha estado en los últimos 13 años en una misma situación miserable de disolución y sumisión. Sin un conductor el pueblo es una masa amorfa y es “pan comido” para el poder.

Esa puede no ser la suerte que corran los sirios en el mediano plazo. Desde el exilio en Moscú, Al-Assad podrá reorganizar sus fuerzas a la espera de una coyuntura geopolítica más favorable que le permita recuperar el control del país. Es una apuesta incierta que puede no realizarse, sin lugar a duda, pero Al-Assad es todavía relativamente muy joven —aún no cumplió sus 60 años— y está en buen estado de salud, es presumible que pueda dar batalla en la próxima década. El panorama político y geopolítico es, como se sabe, muy cambiante y el mundo de aquí a cinco o diez años puede ser muy distinto al actual en el marco de la reconfiguración propuesta por China y Rusia al ordenamiento geopolítico.

Bashar Al-Assad, aquí junto al líder ruso Vladimir Putin. Al haberse exiliado en Moscú, Al-Assad es un “tirano prófugo” más a la moda de Perón que como un Gadafi. Y así sigue de pie para reorganizar sus fuerzas y volver cuando se agote la locura yihadista de los “rebeldes” sirios. El eje del mal puede hacer muchas cosas y casi siempre logra lo que quiere, pero aquí no pudo hacer de Al-Assad un Gadafi y terminó haciendo un Perón.

Por lo demás, Al-Assad fue derrotado por un enemigo que no tiene ningún proyecto nacional que ofrecerles a los sirios. Los “rebeldes” no vienen a terminar con una tiranía, sino precisamente a imponer su propio régimen despótico que incluye la ejecución de los disidentes políticos, de grupos religiosos rivales o simplemente no adeptos a la sharía, ese sistema legal extremo de ley islámica que es propio de los fanáticos y en Siria nunca pudo hacer pie. Los “rebeldes” vienen a realizar su guerra santa, a tomarse venganza en el cabotaje y a representar los intereses imperialistas de los Estados Unidos, de Europa y de Israel. Nada de eso suele durar mucho y aún menos en países como Siria, donde el pueblo-nación tiene una cultura ancestral.

Bashar Al-Assad es ese “tirano prófugo” al que, como Perón, el tiempo tarde o temprano le dará la razón. Es probable que en cuestión de semanas y meses, frente al horror de la sharía con sus ejecuciones arbitrarias y al efecto devastador de la imposición de los intereses foráneos sobre la economía, en el pueblo-nación sirio empiece a formarse un conato de conciencia acerca de la importancia de Al-Assad en el dificultoso proceso de liberación y de sostenimiento de la unidad nacional. En otras palabras, al ser tan horribles los “rebeldes” yihadistas que ahora tienen el poder político en el Estado, es probable que incluso aquellos sirios díscolos —que hoy festejan en la calle este cambio de régimen— comprendan en muy poco tiempo que estaban mejor con el “tirano prófugo”.

Alguna vez un corresponsal de la cadena estadounidense NBC le preguntó a un Perón todavía exiliado en Paraguay qué pensaba hacer para volver al gobierno, a lo que el caudillo respondió: “Nada, no pienso hacer nada. Todo lo harán por mí mis enemigos”. Perón sabía que los “rebeldes” golpistas no tenían un proyecto de país viable para ofrecerle al pueblo-nación y que, en consecuencia, más temprano que tarde el argentino habría de demandar su regreso. Eso fue en efecto lo que ocurrió, aunque aquella noche antinacional habría de durar 18 años y al terminar le devolvería a la Argentina un Perón ya envejecido, al final de su vida. Al pueblo-nación sirio, por su propio bien y defensa de sus intereses permanentes, le conviene no esperar tanto y empezar a exigir el retorno de su “tirano prófugo” a la brevedad.


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