Pantomimas para una sociedad infantilizada

Con criterios arbitrarios que responden a una necesidad de hacer pantomimas para el consumo de una sociedad infantilizada, Javier Milei lleva a cabo una intensa gestión de lo simbólico como método para tener en caja a sus electores y evitar que se forme la opinión pública en su contra. El fugaz encuentro fotográfico con Trump en Mar-a-Lago, la quita de la pensión y la jubilación de privilegio a Cristina Fernández y el retiro del busto de Néstor Kirchner de una oficina gubernamental son tres de estas pantomimas que tuvieron lugar en la tercera semana de noviembre. Mientras los elefantes pasan por el living destruyendo sus condiciones objetivas de existencia, el pueblo sigue hipnotizado con el circo montado por el presidente payaso en su cruzada recolonizadora.
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A punto de cumplirse ya un año del inicio del actual régimen mileísta en la Argentina y pese a que los efectos de la brutal recesión autoinfligida por dicho régimen golpean duramente a por lo menos 8 de cada 10 argentinos, sobre todo a los menores de edad, no hay en el horizonte ningún signo de agotamiento político. Esta fortaleza política de Milei es un hecho que confunde al observador superficial, al improvisado que intenta analizar las correlaciones de fuerzas de acuerdo con la opinión propia, la de quienes lo rodean y sus respectivas expresiones de deseo. Nadie soporta ya el ajuste, todos la están pasando mal económicamente y aún así Milei sigue ahí, más firme que nunca y anunciando una nueva pálida todos los días como si se tratara de un logro rutilante de gestión. ¿Cómo puede ser eso posible?

La última de esas pálidas —o tal vez la penúltima, pues el régimen mileísta avanza a una velocidad inusitada con su proyecto cipayo de recolonización— fue el anuncio de la intención de desenterrar el viejo ALCA en la forma de un nuevo tratado de libre comercio con los Estados Unidos, cosa que pondría definitivamente el certificado de defunción a cualquier actividad productiva del país que ya no haya fenecido. El ALCA, como se sabe, fue el Área de Libre Comercio de las Américas, un proyecto propio de los yanquis que Hugo Chávez junto a Néstor Kirchner y el insospechado protagonista Diego Maradona enterraron en Mar del Plata allá por el 2005 enredando a George Bush en roscas y debates interminables.

Mientras Néstor Kirchner enredaba a un impaciente George Bush en los debates de la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Hugo Chávez agitaba al pueblo junto a Diego Maradona en un evento paralelo, la III Cumbre de los Pueblos, realizada en el estadio mundialista José María Minella. Con esta presión combinada el proyecto del área de libre comercio conocida como ALCA quedó enterrado, terminando fácticamente con el Consenso de Washington. Ahora, al caer la hegemonía unipolar de los Estados Unidos y ante la necesidad de predominio continental de este imperio decadente, la cuestión vuelve a estar en la agenda con Milei.

Esa pesadilla de libre comercio asimétrico y de destrucción de la economía nacional parecía haber quedado en el olvido, pero vuelve a ponerse en la agenda con Milei. Y es lógico que así sea, pues en la hipótesis de que con el triunfo de Donald Trump se establezca el orden geopolítico multipolar tan anunciado, lo esperable es que arrecie la presión de Washington sobre su espacio vital, que es el continente americano desde el Estrecho de Bering hasta el Polo Sur, la Argentina obviamente incluida. De ser cierto que los Estados Unidos van a imponer otra vez la Doctrina Monroe en su totalidad con el fin de compensar la pérdida de terreno en Europa y en Asia a manos de Rusia y China, esa doctrina tiene que expresarse inicialmente en lo económico en la forma de tratados de libre comercio en toda la región.

Entonces Milei hace aquello que el establishment le había encargado, que es preparar el terreno para la nueva realidad geopolítica con Trump en la Casa Blanca. Evidentemente eso se traduce en pálidas, en la caída del nivel de vida de las clases trabajadoras medias y populares. Pero la pregunta sigue ahí y es cómo puede Milei hacer todo eso y conservar todavía, a casi un año de haber empezado la masacre, la suficiente fortaleza para que su régimen siga estable. “Por mucho menos voltearon a De la Rúa”, diría el observador superficial que todo lo mide y calcula a partir de su propia subjetividad, significando su total incomprensión acerca de los motivos por los que el régimen mileísta no cae ni parecería que vaya a caer en el corto plazo.

La respuesta es que Fernando de la Rúa estuvo en el fin de un ciclo, el del Consenso de Washington que estaba quebrando en los primeros días de este siglo, mientras que Milei se ubica en el inicio de un ciclo nuevo. Es otro Consenso de Washington el que se inicia, sin lugar a duda, aunque en circunstancias radicalmente opuestas: el original, abrazado por Menem y luego continuado tardíamente por De la Rúa, fue el producto de la caída del Muro de Berlín, la disolución del campo socialista en el Este y la consagración de la hegemonía global unipolar estadounidense. El actual, en cambio, surge de la necesidad que los yanquis tienen de pisar fuerte en América al quebrar precisamente esa hegemonía unipolar.

Al sostener a Domingo Cavallo, el arquitecto de la convertibilidad y de las “relaciones carnales” con Washington en el plano de la economía, Fernando de la Rúa continuó de hecho el régimen menemista. Pero esa continuidad se dio ya en un fin de ciclo y por eso De la Rúa fue corrido de la presidencia. Con Milei ocurre justo lo opuesto: Milei se ubica en el inicio de un ciclo nuevo y por lo tanto tiene el apoyo político del establishment cipayo para hacer las reformas neocoloniales que el poder fáctico necesita y ningún otro dirigente tradicional estaba dispuesto a hacer. A Milei lo inventaron con ese fin puntual.

Sea como fuere, Milei se encuentra en el inicio de dicho proceso y entonces tiene el apoyo del establishment local, el que ya decidió someterse a los designios de Washington sin retobarse. Milei existe y se mantiene de pie aun después de haber destruido la economía de las familias porque el establishment local necesita que eso sea así, necesita que Milei adelante las reformas que pondrán a la Argentina en la órbita de los Estados Unidos mucho más de lo que siempre estuvo. Milei no es un “loquito suelto” que grita y hace barbaridades resultantes de su onanismo ideológico, es un agente del poder con una misión determinada. Y nadie lo va a molestar mientras no termine de cumplirla.

Ese es el mandato de Milei, para eso lo construyeron como un personaje televisivo y luego lo pusieron a competir electoralmente contra dos inviables como lo son Patricia Bullrich y Sergio Massa, para que ganara las elecciones por ausencia de mejor opción, por descarte. Lo que el pueblo percibe como pálidas económicas son las consecuencias del cumplimiento del mandato, Milei vino a eso mismo y por más pálidas que tire nadie lo va a voltear. El establishment lo apoya no haciendo corridas cambiarias ni tractorazos de productores agropecuarios a los que se les sigue imponiendo retenciones y además se les da un tipo de cambio que para la exportación es nefasto, entre muchas cosas que el establishment hace o deja de hacer para sostener en la presidencia a Milei sin sobresaltos.

He ahí la verdadera pregunta que nadie hace: ¿Cómo es posible que no haya un solo tractor en Plaza de Mayo hoy, si las retenciones siguen allí y el mal llamado “campo” está sacando con suerte 700 pesos por cada dólar que exporta? ¿Cómo puede ser que los especuladores del mercado financiero permitan la estabilidad del peso argentino sin hacer una sola corrida en todo lo que va de este gobierno? Durante los primeros meses del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en 2008, ganando mucho más y pagando muchas menos retenciones que ahora, el “campo” tomó las rutas del país y las calles de la ciudad de Buenos Aires por largos cuatro meses, amenazando la estabilidad de aquel gobierno. ¿Por qué no lo hace hoy?

La Doctrina Monroe original, aquí representada en una caricatura de Theodore “Teddy” Roosevelt —presidente de los Estados Unidos entre 1901 y 1906, durante la etapa de ascenso de este país a la condición de potencia mundial— “apretando” a los europeos que todavía tenían pretensiones sobre el territorio americano. Ahora, en la etapa del descenso de los Estados Unidos del lugar de potencia global, la alternativa es bajar suavemente a la posición inicial de potencia regional anterior a Roosevelt y la Guerra de Cuba de 1898. Para eso los Estados Unidos tendrán que recuperar el control total sobre su continuum territorial desde el Estrecho de Bering hasta el Polo Sur y la herramienta ideológica para hacerlo es la Doctrina Monroe. Trump es una suerte de “Teddy” Roosevelt quizá a contramano en la historia.

A eso se le puede sumar la mansedumbre de los medios de difusión, los que en otra circunstancia estarían gritando la necesidad de un golpe de Estado y hoy, no obstante, están contemplativos frente la obra de Milei con sus ponderaciones y argumentos muy civilizados. Ahora ninguno es golpista, todos son “democráticos”. Todo el establishment apoya a Milei porque Milei es su creación para el fin puntual de hacer aquí las reformas exigidas por el nuevo ordenamiento colonial. No habrá corridas contra el peso, tampoco tractores en las rutas y en las calles o gritos alucinados de los operadores mediáticos contra el gobierno en los canales de televisión. Mientras Milei no termine de hacer lo que le ha sido encargado nadie lo va a molestar.

Pero claro, eso solo cubre un aspecto del problema. Todavía está el elector, el hombre de a pie que puso su voto con la esperanza de estar mejor en el corto plazo y se encuentra hoy mucho peor que con Alberto Fernández en la presidencia y Sergio Massa en el superministerio. El establishment banca y no molesta, pero sigue siendo necesario satisfacer la opinión pública de los millones de electores que la están pasando mal y no pueden tapar con ideología su malestar. ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se dibuja el éxito de un gobierno cuyo plan económico se basa en desplumar a las gallinas que lo votaron, incautas, en las pasadas elecciones?

Los loros repetidores a sueldo del régimen en los medios tradicionales y en las redes sociales ciertamente presentan cada pálida como un logro, eso es de manual. Así, por ejemplo, la liberación de las importaciones desde los Estados Unidos se presenta como una ventaja para el consumidor, cuando en realidad generará aquí la destrucción masiva de puestos de trabajo y la profundización de la recesión. Pero los loros endulzan los oídos de las gallinas que votan diciéndoles que podrán comprar por internet ese aparato electrónico de último modelo en Amazon y recibirlo en la comodidad su casa sin preocupaciones por los malos de aduanas. Lo que los loros no explican es de dónde las gallinas que votan van a sacar el dinero para hacer esas compras.

Pese a que ganaban mucho más y pagaban muchas menos retenciones que ahora, los ruralistas salieron decididos a voltear el recién nacido gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en los primeros meses de 2008. Hoy, no obstante, perdiendo “como en la guerra” tanto por las retenciones como por un tipo de cambio criminal, ni uno solo de los tractores que paralizaron entonces el país por cuatro meses está en las rutas ni en las calles. He aquí la evidencia de que el establishment apoya a Milei hasta que termine de hacer las reformas neocoloniales que le encargaron. Nadie lo va a agitar ni molestar hasta que cumpla su misión.

Es como en los años 1990, un tiempo en el que todo lo importado estaba al alcance de la mano y costaba 10 pesos, pero nadie tenía esos 10 pesos para comprarlo porque aquí no había trabajo justamente a raíz de la liberación de las importaciones. Se requiere cierto nivel de conciencia de la realidad para entender esto que parece una obviedad y que, al ser trasladado a la calle en su cotidiano, suele perderse de vista. Para el que vive de su trabajo el consumo está condicionado por el empleo y el salario allí donde si estos no están, tampoco puede estar aquel. Dicho de otra forma, si no hay laburo nadie cobra un mango y por más liberados que estén los importados de Taiwán, de China o de los Estados Unidos muy pocos serán los que puedan pagarlos. La mayoría va a quedar siempre con la ñata contra el vidrio.

Entonces el dibujo de la realidad que los loros de los medios y de Twitter les hacen a las gallinas que votan tiene un límite, el límite de la realidad económica fáctica, no ideológica. No alcanza, por lo tanto, con presentar una pálida como si se tratara de un logro si después dicho logro va a verse efectivamente como pálida en el terreno de los pesos y centavos. Hace falta algo más, una especie de magia superior a la alquimia de transformar lo económicamente malo en algo discursivamente bueno. Esa magia es la pantomima que solo los dirigentes políticos pueden hacer y únicamente funciona cuando el receptor del mensaje es una sociedad infantilizada.

Aquí está el método del régimen de Milei —el que ya había sido utilizado por los regímenes de Alberto Fernández y Mauricio Macri—, el método de la pantomima para consumo de una sociedad infantilizada. Bien mirada la cosa, lo que tanto Macri como Fernández hicieron para transitar los cuatro años de sus respectivos mandatos sin ser depuestos fue una pantomima ideológica con el fin de hacer pelear a las gallinas que votan las unas contra las otras de modo tal que en ningún momento pudo darse la unidad de las gallinas en su contra. Sí, es la explotación de la grieta en beneficio propio, como se ve.

Para asegurar el triunfo electoral de su agente, el establishment ubicó en las demás listas a verdaderos invotables como Sergio Massa y Patricia Bullrich. Y así, siendo el menos malo de los tres candidatos principales o al menos el único desconocido, el que no tenía mochila, Milei resultó electo con cierta facilidad en las elecciones de 2023. Como se sabe, las elecciones se ganan mucho más en el armado de listas que en las urnas: el que controla las opciones electorales disponibles no tiene que preocuparse de la voluntad popular, puesto que esta va a estar siempre limitada a las opciones prestablecidas por el que tiene el control.

Macri se presentó como el garante del no retorno de los “kukas” para que los “globos” no le soltaran la mano y Fernández hizo lo mismo, pero en espejo, se presentó como el garante del no retorno de los “globos” para sostener la fidelidad de los “kukas”. Ambos avanzaron salvajemente contra el bienestar del pueblo, contra la soberanía nacional y contra todo lo que hay de más sagrado, pero al tener el apoyo —por espanto— de uno de los extremos de la grieta ideológica nunca estuvieron realmente amenazados y pudieron terminar sus gobiernos en tiempo y forma, esto es, tuvieron los cuatro años que necesitaban para hacer las maldades que vinieron a hacer. Y lograron esa hazaña haciendo pantomimas.

Las de Macri fueron el “combate a la corrupción”, los buenos modales, las buenas relaciones con los Estados Unidos y la vuelta a la “normalidad” del mundo, entre otras idioteces menores que compusieron el repertorio de mentiras macristas. Por su parte, Fernández se recostó en la ideología de género, en el aborto, en la “sororidad” y la “empatía”, en el encierro forzado y en los pinchazos del complejo industrial militar-farmacéutico como “cuidado de la salud” y en las demás patrañas del “progresismo” socialdemócrata. Eso alcanzó para que tanto el uno como el otro fidelizaran sus respectivas claques de aplaudidores mediante la amenaza constante, la extorsión a los propios que se expresa en “miren que si me fletan viene el otro con la negación de todo esto que represento”.

Como se sabe, los buenos modales y las relaciones carnales con los Estados Unidos resultaron con Macri en la deuda impagable ante el Fondo Monetario, la que condiciona al país hasta el día de hoy y habrá de seguir condicionándolo por muchos años, tal vez para siempre. En el caso de Alberto Fernández, la “empatía” abortera de corbata verde y demás humos de la ideología de género terminaron en el proceso inflacionario que finalmente pavimentó el camino para el advenimiento de Milei. Todas fueron pantomimas para disimular desastres en la gestión de lo público y todas, absolutamente todas, tuvieron al fin resultados funestos para el pueblo argentino. Macri engendró a Fernández y Fernández engendró a Milei. ¿Qué podría hacer Milei ahora que está sentado en el trono?

La tristemente célebre corbata verde de Alberto Fernández, que causó furor entre la progresía dicha “deconstruida” y en ese momento tuvo ocupada a la opinión pública en debates estériles durante días. Mientras vendía estos humos de ideología de género —de manera absolutamente hipócrita, además—, Fernández iba destruyendo la calidad de vida del pueblo argentino en el terreno de la economía mediante la continuación “por izquierda” del proyecto político macrista. El pueblo quedó hipnotizado por la pantomima y no vio pasar los elefantes por su living.

Sí, claro, va a engendrar a su sucesor, eso todo el mundo lo sabe, pero no sin antes hacer todo el estrago que vino a hacer. Milei hace el estrago y lo tapa con las pantomimas que hace para poner a pelear mutuamente a las gallinas “de derecha” y “de izquierda” mientras el saqueo avanza velozmente y su proyecto político, que no está diseñado para durar mucho más allá de lo necesario para que se impongan las reformas al andamiaje jurídico que el establishment necesita, sigue aplicándose día tras día. Mientras la gallina progre se pelea con la gallina conservadora por las pantomimas de la agenda del poder, el zorro está libre en el gallinero para comérselas a todas, a las que bancan y a las que no.

Solo esta semana hemos visto tres de estas pantomimas, empezando por la foto de Milei con Donald Trump en los Estados Unidos. Milei viajó a la Florida para una recepción en la residencia privada de Trump, no fue a Washington en misión oficial ni mucho menos. De hecho, Trump no puede celebrar encuentros bilaterales con jefes de Estado y/o de gobierno hasta el próximo 20 de enero, que es cuando asume la presidencia. Milei fue a Mar-a-Lago a pasear con el dinero del contribuyente y con ese mismo dinero pagó por la foto con Trump. ¿Para qué? Para hacer una pantomima, la de sugerir que habrá muy buenas relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos siempre y cuando lo dejen a él seguir gobernando acá.

Es mentira, desde luego, los imperios no tienen buenas relaciones con sus colonias, simplemente las saquean todo lo que los dirigentes cipayos en las colonias les permitan. Es mentira, el único contacto que tuvo Milei con Trump fueron esos diez segundos fugaces para la foto y eso es todo, incluso porque Milei no entiende una palabra de lo que Trump dice. Es todo grupo y aun así sirve para renovar la fe de los propios, quienes solo podrían llegar a la prosaica conclusión de que cuando Trump asuma va a cubrir de favores a la Argentina porque Milei es su amigo. Las gallinas que votan proyectan sus relaciones cotidianas en la política y piensan que la geopolítica es como un barrio donde no hay intereses, sino códigos, amistad y buena onda.

Las recepciones de Donald Trump en Mar-a-Lago parecen tener carácter oficial, pero son reuniones privadas en tanto y en cuanto este monumental inmueble de Palm Beach, Florida, también es privado. Pese a que acudió con ambo de oficina y carpetita, Milei no asistió a ningún encuentro bilateral. Trump no será presidente hasta el 20 de enero próximo y no puede establecer relaciones diplomáticas con jefes de Estado y/o de gobierno mientras no asuma el cargo. Milei fue, pagó por 10 segundos al lado de Trump e hizo una foto que es la propia pantomima para una sociedad infantilizada cuya opinión se forma por imágenes superficiales y fabricadas.

Las gallinas que votan están infantilizadas y creen en la pantomima, pero no solo lo hacen las gallinas “de derecha”. El principal objetivo de la foto con Trump en Mar-a-Lago fue hacer estallar de bronca a las gallinas del otro extremo de la grieta, las que dicen oponerse a Milei y en realidad funcionan en su hegemonía como el polo opuesto necesario. Es como el tartamudeo de Macri o la corbata verde de Fernández, son todas provocaciones para generar la bronca de los “contreras”, volverlos locos y mandarlos a pelear con la claque aplaudidora para que se odien mutuamente y jamás se pongan a pensar que quizá el régimen los esté jodiendo a todos.

Lo mismo se vio con la quita de la jubilación y la pensión de privilegio a la expresidente Cristina Fernández, decisión que tuvo por objetivo poner a todo el gallinero a discutir la cuestión en sí y obligar a los “kukas” a inmolarse en defensa de lo indefendible. Ningún dirigente político necesita jubilaciones ni pensiones de privilegio para vivir y un gobierno serio haría muy bien en quitárselas a todos los dirigentes, pero no. El régimen de Milei no es un gobierno serio y solo priva a Cristina Fernández de ese privilegio, dejando que, por ejemplo, la hija de José María Guido siga cobrando unos 5 millones de pesos mensuales porque su padre fue presidente por unos meses hace ya más de 60 años. Nadie sabe muy bien qué le debe el pueblo argentino a la hija de Guido, pero ahí está.

A Milei no le interesa terminar con ningún privilegio, sino hacer pantomimas para fidelizar a los propios y enloquecer de odio a los “contreras”, cosa que de paso también sirve para fidelizar aún más a los suyos porque las rabietas de los “kukas” son un aliciente para los “liberbobos” y viceversa, como lo fueron durante el macrismo y el albertismo para los “globos”. “Me chupa un huevo la opinión de los kukas” es el mantra grosero que la claque mileísta repite para significar, en realidad, que disfruta de ver sufrir a sus rivales en la grieta con las maldades que hace Milei, aunque desde luego tengan que sufrirlas también los “liberbobos” porque la malaria económica golpea a todo el gallinero por igual.

José María Guido fue presidente de la Nación durante 18 meses entre 1962 y 1963 y en un contexto de proscripción, tramoya y chanchullo de la camarilla dirigencial. Pese a esto, más de seis décadas después su hija sigue cobrando una pensión de privilegio sin que nadie sepa explicar qué le debe el pueblo argentino en su conjunto. Milei no avanza contra estos privilegios, solo lo hace sobre los privilegios de dirigentes puntuales y aquí queda en evidencia el carácter de pantomima que tienen estas maniobras de sentido orientadas a colonizar el sentido común.

Y finalmente, como corolario de una semana plena de operaciones para el consumo de los otarios, sumado a la foto con Trump y la quita de privilegios a Cristina Fernández estuvo el retiro del busto de Néstor Kirchner de alguna oficina gubernamental. Humo mayor no puede existir, por supuesto, ya que los bustos, las estatuas y los cuadros son cosas que hoy se quitan y mañana vuelven a ponerse en el mismo lugar como si nada hubiera pasado. Pero la acción envalentonó a los “liberbobos” dándoles alguna extraña sensación de justicia y enloqueció a los “kukas”, quienes mordieron el anzuelo y fueron a batirse contra el enemigo en ese emporio del odio que son las redes sociales como si estuvieran dirimiendo en ello una cuestión de Estado.

Un país es el promedio del nivel de conciencia de la realidad que tiene el pueblo de dicho país y cuando ese nivel es bajo, lo que tiende a haber allí es más bien una colonia. La sociedad argentina está infantilizada, no tiene mucha conciencia de la realidad y responde a estímulos, las pantomimas de los dirigentes cuya gestión de lo público ha sido gravosa para las mayorías en la última década. Perón solía decir que el argentino está muy politizado, pero tiene escasa cultura política. Es una forma elegante y carismática, propia de conductores geniales como Perón, para decir lo mismo. Al fin y al cabo, la conclusión es que estamos lejos de comprender colectivamente lo que pasa debajo de nuestras narices mientras nos peleamos con el de al lado por alguna bagatela. Jauretche diría que somos como esos perros del matadero que se pelean por las achuras mientras otros se llevan la carne. El pronóstico nunca es bueno para el que incurre en ese error.


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