Populista por carácter transitivo

En medio a una crisis económica y social de enormes proporciones y frente a un gobierno paralizado por una interna que por otra parte era inevitable, surge en el horizonte Javier Milei como “outsider” y con la promesa de oponerse a la “casta política” hegemónica. En la política argentina todos intentan descifrar este enigma, el de saber si Milei es realmente una alternativa disruptiva o si, por el contrario, se trata de un avatar que la propia hegemonía crea y presenta para lavarse la cara y sostener su vigencia. ¿Cuál es el verdadero juego de este populista que es un fenómeno mediático y quiere ser un fenómeno electoral?
202205 0 00

La irrupción de Javier Milei en los últimos meses viene generando un verdadero desparrame en el ordenamiento político electoral en forma de grieta que se ha dado en la Argentina en los últimos quince años. Sin poder ubicarse claramente en uno de los dos extremos históricamente en pugna, Milei confunde por igual a los que abominan sus ideas dichas “libertarias” y también a quienes ideológicamente tienden a simpatizar con esos ideales. A falta de una categoría para encasillarlo y hacerlo apto para la comprensión general de la opinión pública, que es absolutamente binaria en su forma de entender la política, la intelectualidad orgánica de ambos bandos solo acuerda por el momento en ubicar provisoriamente a Javier Milei en las categorías de “outsider” y de “antipolítica”, esto es, en explicarles a las mayorías azoradas que el nuevo fenómeno electoral no se afilia a ninguna de las dos tradiciones hegemónicas, o que no viene precisamente de la política. Nadie se hace cargo y eso es todo lo que hay por explicación para el fenómeno Milei del momento.

Esa precariedad analítica tiene por lo menos un inconveniente y es que, lejos de restarle al recién llegado para debilitarlo, lo único que logra la intelectualidad orgánica de la derecha dicha conservadora y de la izquierda dicha progresista al decir que el “outsider” no es “chicha ni limonada” es fortalecerlo. Javier Milei construye casi todo su discurso actual en la idea de la existencia de una “casta política” en la que estarían todos los dirigentes, salvo el propio Milei y los que ahora lo acompañan en su cruzada.

Milei es un dirigente, claro, hace mucho que dejó de ser un militante y un comentarista mediático de la realidad, pero explora y explota al máximo el efecto sorpresa de su irrupción para instalarse como lo nuevo. Javier Milei dirige a un sector de la política y además ya es diputado nacional, es un “político” (esa forma vulgar de llamar a los dirigentes) a todas luces. Pero la noción de que aún es un “outsider” separado y enfrentado a la “casta” sigue durando en el tiempo gracias en buena parte a la ineptitud de los intelectuales de ambos bandos en la grieta, quienes son incapaces de ponerlo en caja al advenido ubicándolo en una categoría definitiva.

De campaña por la Villa 31 de la ciudad de Buenos Aires para las elecciones de 2021, Javier Milei dio la primera señal de que no iba a optar por un perfil “galerita”, que es lo esperable de un liberal en las categorías clásicas. Milei se codeó con los más pobres del territorio y allí se puso el saco de populista, con el que está llegando a altísimos niveles de popularidad entre el electorado.

Pero Milei ya tiene una categoría definitiva: la de populista, que es un modo de decir demagogo sin que haya aquí en estas definiciones ningún juicio de valor. El populismo y la demagogia de Milei son en el sentido clásico de estas expresiones, que viene desde la antigua Roma: decir en un determinado momento lo que el pueblo quiere oír en ese momento, es un “ir hacia el pueblo” con un discurso ideológico que tiende a atraer emocionalmente a las mayorías populares. Es sostener, por ejemplo, en tiempos de emisión monetaria descontrolada, de altísima inflación y de percepción de derroche del dinero público por parte del Estado, que el mal se origina en la emisión monetaria y el gasto excesivo para proponer luego el cierre del Banco Central y el achicamiento del Estado —con posterior dolarización de la economía, ese es el corolario— como soluciones prácticas al problema. Diagnóstico y prescripción, todo apto para el consumo de unas masas populares que sufren en carne propia las inclemencias económicas, aunque no las comprenden y esperan, en consecuencia, el advenimiento del mesías que les aporte explicaciones bien sencillas y les indique el camino de la redención sin complejizar demasiado.

Nada de esto es en sí, como se ve, bueno o malo, no se trata de hacer un juicio moral de las cuestiones políticas. Se trata simplemente de advertir que Milei tiene esa capacidad superlativa de leer la coyuntura y también el humor social para producir un discurso político acorde a las expectativas generales que la mayoría de los plebeyos tiene en el presente. Ese es el populismo clásico de Roma que hizo temblar a los aristócratas optimates en los tiempos de Marco Tulio Cicerón.


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