Entre la sobreabundancia de comentarios, opiniones y análisis de la política que en esta posmodernidad hiperconectada llegan masivamente todos los días al conocimiento de quienes observamos la realidad hay algo que no abunda, sino más bien falta. Al nunca incluir lo esencial en su discurso, el torbellino diario de información parecería más bien destinarse a confundir que a informar, todos los detalles de la intriga y de la rosca política, incluidos los chismes más vulgares sobre la intimidad de los dirigentes, llegan a la velocidad de la luz tanto a través de los medios de comunicación tradicionales como de las redes sociales. Y uno tiene por momentos la sensación de estar informado y hasta sobreinformado, aunque en realidad está desinformado. Hay un solo asunto trascendental del que los operadores mediáticos no hablan jamás y ese asunto es el de las consecuencias económicas del proceso político en curso.
La política real es eso que pasa mientras la opinión pública se divierte —en el sentido estratégico militar del término, que significa distracción— con la rosca y con la intriga, se entretiene en feroces diatribas que nunca conducen a ninguna parte creyendo que con eso combaten o defienden a este o a aquel dirigente o grupo político. En verdad lo que pasa mientras eso ocurre es que alguien está ejecutando un plan económico sin pausa y con mucha prisa. Es lo que pasa en todo tiempo y lugar, aunque actualmente en la Argentina pasa con una intensidad y una velocidad inusitadas. Mientras la opinión pública se ocupa de cuánto va a durar el gobierno de Milei, dicho gobierno desde sus sectores invisibles implementa modificaciones sobre la realidad cuyas consecuencias tienden a durar en el largo plazo.
La crítica no es ni podría ser a la naturaleza de la política, puesto que ahí está lo inmutable. La crítica es a la forma como los de abajo observamos lo que hacen de nosotros, es a la actitud pueril que se verifica entre los civiles y mucho más entre los militantes de participar pasivamente en la política metiendo el voto cada dos o cuatro años y luego opinando diariamente, cual autómatas, sobre los temas de la agenda que marcan los medios de comunicación. No existe una voluntad real de indagar sobre lo profundo de la administración de lo público con el fin de evitar que desde allí salgan decisiones que pronto serán profundamente lesivas para el conjunto de la sociedad.
El problema es, en una palabra, que estaba en lo cierto el General Perón al decir que el argentino está muy politizado, pero no tiene cultura política. El estar politizado es lo que hasta aquí se describe, es un interesarse por el debate y querer participar en la discusión sin saber cómo hacerlo. Tener una cultura política, en cambio, sería tener la educación ciudadana suficiente para no seguir la farsa de los dirigentes, para evitar esa farsa como quien evita respirar humo e ir al grano de lo que realmente importa. ¿Y qué es lo que realmente importa? La economía, la vieja cuestión de pesos y centavos que impacta en la vida concreta de prácticamente todos los miembros de la sociedad, solo quedando exentos de los vaivenes económicos los muy ricos porque su posición social es invulnerable.
Los demás —trabajadores bien de abajo, un poco acomodados, los que se creen de “clase media” e incluso los que realmente lo son, aunque dependen de la buena salud de la economía nacional para seguir siéndolo— somos vulnerables y estamos sujetos a las consecuencias de un plan económico que está ejecutándose en este momento y furiosamente, a toda velocidad. Sí, hay quejas por los precios liberados que se fueron a las nubes y hay reclamos por los salarios “pisados”, por ingresos que son insuficientes para llegar vivos a fin de mes. Pero eso es todo. No existe una organización para exigir que el gobierno de Javier Milei detenga la masacre del reseteo que hace en la economía.
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