Con un inocultable dejo de melancolía que atraviesa los límites del registro escrito, el renombrado y longevo intelectual Ignacio Ramonet acusaba en Twitter al presidente de Brasil Luis “Lula” da Silva de haberle asestado una puñalada artera a su par venezolano Nicolás Maduro al vetar el ingreso de Venezuela al BRICS. “Sería triste y repugnante”, escribía Ramonet en la red social. “Porque nadie ha ayudado más a ‘Lula’ que el presidente Maduro. Sin importarle las consecuencias. ¡No puedo creer que ‘Lula’ sea tan desagradecido!”, concluía este intelectual que estuvo desde siempre muy asociado con la misma izquierda dicha “progresista” sobre la que “Lula” da Silva ha construido toda su carrera política.
El dejo melancólico por parte de Ramonet se explica así, es una expresión de dolor por lo que se recibe como una enorme traición. “Lula” da Silva no es Jair Bolsonaro, no es percibido por Ramonet como un enemigo ideológico, sino más bien todo lo opuesto: en el panteón de héroes e ídolos del intelectual gallego radicado en Francia “Lula” da Silva ocupa un lugar destacado. El presidente de Brasil está (o más bien estuvo hasta aquí) para Ramonet más o menos como Perón para los peronistas, esto es, como un referente máximo exento de cualquier sospecha. De ahí el dolor, pues el mal ahora viene de parte de quien se reputaba como un dirigente ubicado por encima del bien y del mal.

Entonces Ramonet descubrió finalmente al “Lula” da Silva que como por arte de magia salió de la cárcel un buen día, exento de todas las acusaciones que pesaban en su contra, para llegar otra vez a la presidencia de Brasil. Calificando su praxis de “triste y repugnante” y colocándolo en la categoría de “desagradecido”, que en nuestro castellano es la forma suave para decir “traidor”, Ramonet vio por primera vez las consecuencias a largo plazo del lawfare, la guerra judicial. Ramonet descubrió aquello que para el observador menos dogmático es hace rato la obviedad ululante, a saberla, que “Lula” da Silva no es el mismo después de la feroz persecución a la que fue sometido y su consiguiente encierro.
Pero claro, aun habiendo visto por primera vez al “Lula” da Silva resultante del lawfare Ramonet se equivoca al señalarlo como el vil traidor que apuñala ahora a Nicolás Maduro por la espalda al vetarle el ingreso al BRICS. Ramonet se siente herido y lo primero que se le ocurre es denunciar a quien considera ser la cara visible de la traición. Esa es una reacción visceral que no se corresponde con la capacidad intelectual de Ramonet, pero además tampoco tiene gollete en la geopolítica. En realidad, el veto de Brasil a la incorporación de Venezuela al BRICS tiene mucho más que ver con la tradición anglófila, antihispana e imperial de Brasil que con la voluntad del presidente de turno, que hoy es “Lula” da Silva.
Primero lo primero. El BRICS es un bloque geopolítico en el que los países miembros fundadores tienen el derecho a vetar la incorporación de nuevos socios, es decir, aunque China, Rusia, Sudáfrica y la India estén de acuerdo con el ingreso de Venezuela a la alianza, basta con que Brasil no lo esté para que ese ingreso se frustre y los venezolanos sean excluidos. No hay nada que puedan hacer los demás socios fundadores al respecto porque esta es la definición misma del concepto de poder de veto, una cosa que se les otorga a los socios más importantes en una determinada sociedad para garantizar que el poder real lo tengan los mismos de siempre.

Así funciona, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esa mesa chica donde se deciden la guerra y la paz en el mundo hay una mesita aún más chica alrededor de la que están sentadas las cinco grandes potencias mundiales de la actualidad, que son los Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Para que sea legítima una intervención militar sobre algún país deben estar de acuerdo en dicha intervención esos cinco grandes y la oposición de tan solo uno de ellos ya es suficiente para que el Consejo de Seguridad de la ONU no pueda aprobar la acción. He ahí el famoso poder de veto en un ejemplo clásico.
Brasil es un socio fundador del BRICS y está sentado en la mesa más chica, la que toma las decisiones en serio. Desde ese lugar y con poder de veto, “Lula” da Silva mandó a vetar el ingreso de Venezuela al bloque alegando que Maduro no ganó las elecciones limpiamente. En una palabra, el argumento de Brasil para vetar la incorporación al BRICS del país con las mayores reservas de petróleo del mundo es la definición republicana y occidental de “democracia” que directamente no aplica en otros países como Kazajstán, Uzbekistán, Uganda, Bielorrusia y Cuba, todos estos nuevas incorporaciones al BRICS que Brasil no se acordó de vetar. El argumento es un chiste.
Solo Venezuela, Brasil solo ve falta de “democracia” en Venezuela. Está claro que nada de esto sale de la cabeza de “Lula” da Silva ni mucho menos, es más bien una orientación geopolítica de la diplomacia brasileña que está muy por encima de cualquier presidente de turno. Brasil entiende correctamente que el BRICS es el bloque de naciones que va a ganar la guerra y va a imponer el nuevo ordenamiento jurídico a nivel mundial para lo que queda de este siglo XXI. Al haberlo comprendido, su diplomacia busca una exclusividad regional en el bloque. Brasil no quiere que ninguno de sus vecinos hispanos esté en el bando de los ganadores.

Esa voluntad de exclusividad resulta de la propia naturaleza imperial de la diplomacia brasileña. Conviene no olvidar que, como resultado de la alianza de Lisboa y Londres, Brasil fue un imperio a lo largo de buena parte del siglo XIX. Y que, en consecuencia, la diplomacia brasileña está formada en una matriz ideológica británica según la que el país tiene un destino manifiesto: el de ser dominante en su región. La escuela diplomática del Itamaraty viene formando a los suyos ideológicamente en la convicción de que Brasil tiene que ser la potencia dominante en América del Sur.
Ramonet pertenece a la izquierda dicha “progresista” y naturalmente cree en la entelequia de la “patria grande latinoamericana” por adherir, en primer lugar, al falso concepto geográfico de que existe un subcontinente llamado “América Latina” como unidad alrededor de un criterio lingüístico. Así, en la cabeza de Ramonet, convergen los intereses de todos los países americanos donde no se habla inglés ni holandés. El propio criterio es otro chiste, pues “América Latina” no incluye a Canadá ni a los Estados Unidos, donde son oficiales idiomas latinos como el francés y el castellano. Bien mirada la cosa, “América Latina” —al igual que “Latinoamérica”, “LATAM” y demás deformaciones de la entelequia, todas ellas igual de espantosas— es una forma elegante que los colonialistas franceses encontraron para poner en un mismo frasco a todos los países subdesarrollados de América.
“América Latina” es, por lo tanto, un insulto a los pueblos americanos, pues además de agruparlos por criterios de pobreza y subdesarrollo presupone que por una condición lingüística bastante floja de papeles los intereses de los hispanos que fueron balcanizados por el colonialismo europeo serán los mismos que los de Brasil, un país fabricado por la promiscuidad histórica entre Portugal e Inglaterra. La independencia de Brasil se obtuvo sin tirar un solo tiro —es el resultado negociado de esa relación promiscua— y luego el inmenso territorio no fue objeto de balcanización alguna, pues a Londres le interesaba la existencia de un gigante con la capacidad de dominar a sus vecinos hispanos haciendo aquí el rol de subcontratista colonial.

En el fondo sigue operando la rivalidad histórica entre la hispanidad y los intereses anglosajones. Los intereses de una nación hispana como lo es Venezuela convergen con los de las demás naciones hispanas que, en realidad, son todas partes de una misma nación con continuidad cultural y lingüística que fue balcanizada. Los intereses de Brasil van por otra parte, son el resultado de la alianza antihispana que formaron Lisboa y Londres y que finalmente se ve hasta los días de hoy en los tejemanejes diplomáticos de un Itamaraty que habla portugués, pero piensa en inglés. No es cuestión de absolverlo ni de justificarlo, pero “Lula” da Silva no pasa de un pequeño engranaje coyuntural en esa máquina colonialista.
Ramonet se hace el sorprendido, pero debió saber que la puñalada estaba más cantada que Caminito. Más allá de la voluntad de “Lula” da Silva y su pertenencia real o inventada al llamado “progresismo”, Brasil tiene una vocación que se manifiesta en la praxis geopolítica de su diplomacia. No hay ni habrá jamás convergencia de intereses entre Brasil y sus vecinos del lado opuesto en Tordesillas y la vocación imperial de los brasileños respecto a sus vecinos hispanos solo puede ser invisible a quienes ignoran las categorías reales de la política y de la historia.
Ignacio Ramonet debió conocer esas categorías.