¡Qué conveniente!

En medio a una campaña electoral que está en su recta final, los dueños de la palabra deciden darle a conocer a la opinión pública lo que en la política se sabe desde siempre: la existencia de una red de espionaje kirchnerista muy similar a la del mal llamado macrismo. Y si bien los siempre desorientados “periodistas” empezaron a ver en ello especulación electoral, aquí hay una operación política cuyos resultados deben verse recién mucho después de las elecciones, ya durante el nuevo gobierno. El objetivo es el rediseño del tablero en el juego político real para la imposición suave, sin objeciones, de un nuevo statu quo para el saqueo.
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Quizá demasiado ansiosos por meter toda la información que va llegando en el contexto de la dinámica electoral presente, los operadores mediáticos que erróneamente se suelen llamar “periodistas” se apuraron en salir a gritar que la revelación de la existencia de una red de espionaje ilegal “K” es un duro golpe a la candidatura de Sergio Massa de cara al ballotage del próximo 19 de noviembre. Al momento de escribir estas líneas, a exactos 10 días de dicho ballotage, había una buena cantidad de esos “periodistas” dando por hecho el que Massa iba a verse afectado en las urnas perdiendo el favor electoral de mucha gente súbitamente defraudada por este nuevo escándalo político al quedar el kirchnerismo implicado en aquello que el propio kirchnerismo afirmaba que era propio del antikirchnerismo: el espionaje ilegal.

Todo eso sin la mínima observación de las categorías. Los “periodistas” no tienen vergüenza en decir que Sergio Massa va a salir salpicado, nadie se toma el trabajo de fijarse en la distancia existente entre los kirchneristas y Massa. Lo que se hace simplemente es meter a todos en una misma bolsa, llamar “kirchnerismo” a todo lo que está de un lado y en el contexto de una grieta que además ya no existe. Y así llegan estos intelectuales a la prosaica conclusión de que ahora Massa corre el peligro de perder las elecciones por el hallazgo de una red de espionaje ilegal en la que podrían estar implicados Rodolfo Tailhade, Leopoldo Moreau y otros personajes muy identificados con el kirchnerismo. ¿Qué tiene que ver Massa con eso en la percepción del electorado?

Poco y nada, pero además incluso eso es de escasa importancia. La verdad es que este tipo de escándalo no mueve la aguja en lo electoral y tampoco lo haría aunque el propio Massa fuera sindicado como el mismísimo jefe de la red de espionaje ilegal. Muy metidos en el microclima de la intriga política en los pasillos, los “periodistas” dan por sentado que las mayorías están interesadas en esas intrigas a punto de ponderar su voto en base a lo que allí pase o no pase. Nadie va a dejar de votar a Massa y pasará a votar a Milei en el próximo ballotage porque se haya descubierto una red de espionaje ilegal del kirchnerismo, esa no es la cuestión. Los “periodistas” que ven aquí un impacto electoral se equivocan.

Absolutamente ajeno al escándalo desatado contra el kirchnerismo al revelarse ante la opinión pública la red de espionaje “K”, Sergio Massa sigue a toda máquina con su campaña electoral por el interior del país. Alguien podrá decir que Massa “se hace el loco” para no hablar del tema, pero esa sería una afirmación errónea. La operación no está dirigida a Massa ni requiere de él ninguna opinión, precisamente porque no se da en el marco de la campaña electoral. Se trata de una operación política de cuyos resultados Massa va a beneficiarse, pero solo después de las elecciones.

El escándalo no tiene nada de electoral, es más bien político en el sentido de que viene a generar las condiciones para algo que se quiere hacer después de las elecciones, para modificar la relación de fuerzas en la política real y la correcta observación del impacto que va a tener no incluye la incógnita de quién resultará electo presidente el próximo 19 de noviembre entre Massa y Milei. El escándalo por la revelación de la existencia de una red de espionaje ilegal en estos días ocurre en la recta final de una campaña, pero no es una operación electoral: es una operación política a todas luces con la finalidad de preparar el terreno para algo que independe del resultado de las elecciones. Gane quien gane ese domingo decisivo, la operación va a llevarse a cabo igual.

El objetivo no es perjudicar a Massa, sino darle al kirchnerismo aquello que a esta altura podría calificarse como la estocada final. Y eso le conviene a Massa, pero también a Milei allí donde esos dos nombres propios responden a un mismo interés particular. Sin cuidado de cuál de estos dos títeres va a resultar electo en el ballotage, el poder fáctico que los mueve a ambos está muy interesado en barrer del tablero al kirchnerismo para garantizar que no exista en la próxima etapa —la que se está iniciando en nuestra política— ningún elemento disruptivo que pueda perturbar la armonía programada por ese mismo poder. En una palabra, el kirchnerismo debe ser suprimido no porque sea bueno o sea malo, en la lucha por el poder en el Estado no aplican esas categorías. El kirchnerismo debe ser suprimido porque contiene a muchos individuos con la capacidad de cuestionar el orden establecido.

Por eso aparece justo ahora este escándalo con el hallazgo supuesto de una red de espionaje ilegal del kirchnerismo. ¿Van a descubrir ahora, recién ahora, que los Rodolfo Tailhade y los Leopoldo Moreau son delincuentes? ¿Recién a esta altura del partido van a descubrir el agua tibia de que dichos dirigentes llevaban a cabo actividades ilegales de espionaje contra propios y ajenos? ¿Cómo creen que esos referentes de nadie, políticos sin voto y sin inserción territorial en ninguna parte, hicieron para estar presentes en las listas de candidatos elección tras elección y luego han estado ocupando lugares de poder en el Estado? Es la misma razón por la que gravitan en la política personajes siniestros como, por ejemplo, Graciela Ocaña, Waldo Wolff y Gerardo Milman, entre otros. Nadie los vota y nadie los conoce, pero siempre están. ¿Y por qué?

El radical “arrepentido” Leopoldo Moreau se postuló como candidato a presidente en las elecciones de 2003. En esos comicios, ganados por un Carlos Menem que luego desistiría para darle el triunfo a Néstor Kirchner, Moreau obtuvo con el sello de la UCR el 2,3% de los votos, siendo superado hasta por la suma de los candidatos trotskistas. Moreau es un dirigente sin partido, sin votos, sin carisma y sin territorio, un dirigente sin dirigidos, lo que no constituyó impedimento alguno para que haya estado sentado en la mesa chica de las decisiones en las últimas dos décadas e incluso haya acomodado a su familia en lugares neurálgicos del poder político. Y nadie se pregunta cómo puede ser eso.

Porque del lado de la grieta en el que se encuentren en cada momento de la lucha ellos son soldados dispuestos a hacer el trabajo sucio necesario en toda guerra, son esos delincuentes que toda fuerza política necesita en la pugna con el enemigo. Tailhade y Moreau de un lado, Ocaña, Wolff y Milman del otro, todos ellos existen en espejo y con la misma finalidad, la de hacer en la división del trabajo político la tarea que muy pocos están dispuestos a hacer. Esa tarea es la guerrilla judicial permanente, la que incluye el espiar al enemigo (y al amigo, para que no saque los pies del plato) para luego someterlo a la presión judicial mediante el chantaje y la denuncia. Y eso es todo, en ambos lados de la grieta existen soldados delincuentes cuya misión es la judicialización de la política.

¿Van a descubrir eso recién ahora y justo ahora? No, claro que no, eso es algo que se sabe desde siempre en la política, precisamente porque existen el espionaje y el contraespionaje. En ambas trincheras los delincuentes de una parte conocen la identidad y la actividad de los delincuentes en la trinchera opuesta, así es esta continuación de la guerra por otros medios que es la política. Entonces hace algunos años saltó el escándalo por el espionaje “M” y ahora salta el escándalo por el espionaje “K”. Recién ahora. El atento lector hace bien en no preguntarse por la cosa, que es la constante, sino más bien por la temporalidad de su revelación. ¿Por qué las cosas que existen desde siempre y son conocidas por todos en la política aparecen frente a la opinión pública un día determinado y no antes o después?

Waldo Wolff es la imagen de Leopoldo Moreau, pero en espejo. Ni su propia familia lo conoce o lo vota, pero a fuerza de operar los intereses de la embajada de una potencia extranjera que gravita en nuestra política —la de Israel— y de hacer básicamente chanchullo en defensa de esos inmundos intereses, convirtiéndose en un delincuente de la política, Wolff está siempre en primera fila.

Con la cuestión de la temporalidad sobre el tapete todo se aclara y es posible advertir que la consigna de la hora es darle sepultura al kirchnerismo, pues no hay lugar para esa minoría intensa en la nueva era que se inaugura tras el triunfo político de Sergio Massa. La revelación de la existencia de una red de espionaje “K” tiene la sola finalidad de suprimir y disolver al kirchnerismo mediante la inhabilitación de sus cuadros, de modo que ya no quede nadie para luchar. Algún “soldado japonés” siempre habrá, por supuesto, siempre hay gente que no baja los brazos. Pero esos estarán muy solos y aislados al no tener la asistencia de muchos de sus compañeros ahora acosados por la amenaza de ir presos por estar implicados en la red de espionaje o incluso desmoralizados tras la revelación de la existencia de dicha red. ¿Quién va a querer ser kirchnerista y quedarse pegado con esos delitos?

Alguien dirá que la red de espionaje “M” también fue descubierta y no pasó nada, que muchos siguieron siendo macristas después de eso y que ningún castigo pesó sobre quienes estuvieron implicados en esa red. Y es cierto, aunque hay una diferencia sustancial: el mal llamado macrismo no sustenta, como sí lo hace el kirchnerismo, su existencia en la pretensión de una superioridad moral. El macrista sabe que es delincuente y sabe que es corrupto, no tiene vergüenza de ello pues considera que todo tipo de chanchullo es válido para derrotar al enemigo ideológico. Y entonces nadie deja de ser macrista cuando sale a la luz la confirmación de lo que todos saben y todos aceptan como si de la cosa más natural del mundo se tratara.

El kirchnerista no es así. El kirchnerista tiene por lema el que “el peor de los nuestros es mejor que el mejor de los de ellos” y no tolera que en sus filas haya individuos cuyos métodos sean iguales a los de los macristas. Decir que Waldo Wolff y Gerardo Milman son agentes del Mossad, que hacen tareas de espionaje e incluso planifican atentados es algo que los mismísimos Wolff y Milman están dispuestos a decir. Pero decir lo mismo de Rodolfo Tailhade y de Leopoldo Moreau duele en el hueso del kirchnerista. Es todo cierto, véase bien, son todos espías y delincuentes por igual y con los mismos métodos, pero a los primeros la revelación de lo que es les resbala y a los últimos les pega al medio del corazón como una bala de plata.

Jauretche dio en el clavo con la definición del impacto del escándalo en las fuerzas políticas de orientación popular, que no es la misma en el campo del enemigo. La ley es de hierro en estos casos y lo que en otras familias se asume con naturalidad cae como una bomba atómica en el campo político que asume, al menos teóricamente, la representación de las mayorías.

Con ojo clínico para analizar la realidad argentina, Arturo Jauretche alguna vez dio la siguiente definición: “Los gobiernos populares son débiles ante el escándalo. No tienen ni cuentan con la recíproca solidaridad encubridora de la oligarquía y son sus propios partidarios quienes señalan sus defectos, que después magnifica la prensa. El pequeño delito doméstico se agiganta para ocultar el delito nacional que las oligarquías preparan en la sombra y el vendepatria se horroriza ante las sisas de la cocinera”. He ahí toda la verdad y la razón por la que el mismo enunciado sobre los Wolff y los Milman tiene distinto impacto cuando se da sobre los Tailhade y los Moreau. Ese es el alto precio que se paga por constituirse simbólicamente como el “lado del bien” en la dicotomía política, pues el bien no admite el mal ni aun con el fin de derrotar al propio mal.

Entonces el poder pone a la vista de la opinión pública la existencia de una red de espionaje “K” en este momento no para impactar en el resultado electoral, ese resultado ya está puesto desde que el poderoso ubicó a sus agentes a la cabeza de todas las listas y dejó sin alternativa al elector. La real finalidad de esta operación es inhabilitar judicial y/o moralmente a los kirchneristas y dejar así despejado el camino para la imposición de un nuevo estatuto legal del coloniaje que los kirchneristas podrían objetar o por lo menos denunciar. Como la política es un juego de muy poquitos, no quedará nadie para hacerlo y la suerte, en consecuencia, está echada. La hegemonía es total a partir del próximo 10 de diciembre y no tiene quien le conteste.


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