Es un verdadero lugar común en la Argentina la convicción de que Roque Sáenz Peña abrió en 1912 una etapa democrática en el país al impulsar y hacer aprobar por el Congreso la ley 8871, que establece la universalidad del voto secreto y obligatorio. Hasta la promulgación de la Ley Sáenz Peña, los pocos que votaban lo hacían con el famoso sistema de “voto cantado”, esto es, manifestando su opción a viva voz frente al presidente de mesa y quedando así, por supuesto, condicionados al no haber secreto: se votaba entonces de la manera que se podía, no de la que se quería, o se enfrentaba uno a las consecuencias de no hacer lo que mandaban quienes mandaban en esos días.
Frente al Congreso, al presentar su proyecto de ley, Sáenz Peña dejó para la historia la frase “quiera el pueblo votar”, la que es un tanto contradictoria si se tiene en cuenta el hecho de que votar era —y al menos técnicamente lo sigue siendo— obligatorio y no sería entonces una cuestión de querer votar, sino más de tener que hacerlo ahora ya con un sistema nuevo que no pone al elector en camisa de once varas. Pero la frase es una de esas que resuenan desde el fondo de la historia, en un equivalente a “señores jueces: nunca más” o “hágase la luz”, es el verbo divino de la política que hasta los días de hoy y quizá para siempre vaya a ser repetida cuando la ocasión lo requiera.
Entonces en teoría a partir de Sáenz Peña el argentino fue libre para elegir a los candidatos de su preferencia sin nadie que lo escuche ni lo espíe con fines de ir a “batirlo” con el poderoso. La gracia del voto secreto es que Ud., atento lector, entra a un cuarto oscuro (que se llama así precisamente porque allí nadie ve lo que Ud. hace), elige la boleta de su preferencia o ninguna y mete el sobre en la urna sin que nadie sepa a quién votó, si es que votó por alguien. No lo vendrán a buscar para que rinda cuentas de su voto, razón por la que desde Sáenz Peña en adelante Ud. elige libremente.
¿Pero es realmente así? ¿Existe en verdad la libre elección en los sistemas de voto secreto actualmente existentes en la Argentina y en casi todos los demás países del mundo? Sí, claro, el atento elector elige libremente, aunque siempre entre las opciones dadas en cada momento. La “libertad” de elegir se limita a optar entre los candidatos a los que se les permitió serlo. En una palabra, uno no vota al candidato que quiere, sino más bien al candidato que hay. Y entonces las elecciones no se ganan verdaderamente en el día de los comicios: se ganan al momento de presentar las listas de candidatos.
Esa es una obviedad ululante, una descripción objetiva de la realidad que no admite controversias, pero que asimismo no está presente en la conciencia de casi nadie. Nadie va por la vida pensando que la sociedad política puede privar de alternativas al pueblo con tan solo copar con agentes del poder todas las listas de candidatos y eso es lo que, en efecto, ocurre de tiempos en tiempos. Cuando las papas queman y hay que tomar decisiones, el poderoso deja a los subalternos sin opciones electorales que vayan a representar sus intereses colectivos en el Estado y copa la parada, aunque el pueblo sigue pensando que elige.
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