De acuerdo con una tradición cristiana que se desprende de textos no canónicos encontrados ya en la modernidad, un confundido apóstol Pedro abandonaba Roma hacia el año 64 —tres décadas después de la crucifixión de Cristo— dando por perdida la batalla contra el paganismo imperial. La decadencia romana ya se veía entonces claramente reflejada en las expresiones de demencia del emperador Nerón y si bien el propio imperio seguía expandiéndose territorialmente hacia las zonas de lo que hoy son las modernas Francia y Gran Bretaña, en su seno la sociedad romana se encontraba en descomposición. Empezando por Pedro, un santo hombre que de tan santo se quedó con las llaves del paraíso, los cristianos sostenían que la salvación de Roma pasaba por el abandono del paganismo y la cristianización. Pero los romanos al parecer no estaban muy interesados en eso y seguían con la adoración politeísta de Júpiter, de Juno, de Neptuno y de otros tantos dioses que los romanos heredaron de los griegos cambiando sus nombres.
Por eso los cristianos se reunían en las catacumbas, eran entonces una suerte de secta secreta que militaba en la clandestinidad contra un poder imperial muy grande. Roma los perseguía ubicándolos en el lugar del enemigo público y los castigaba duramente en caso de capturarlos, por considerarlos peligrosos fanáticos seguidores de un agitador que Roma misma había crucificado para dar el ejemplo. En determinado momento de esa tensión política, la fe de Pedro en el triunfo del cristianismo escasea y el apóstol decide ir caminando por la Vía Apia hacia el Mar Adriático para, desde allí, tomarse un barco a Grecia. A Pedro no le quedaba del todo claro que la causa del cristianismo hubiera avanzado en los treinta años posteriores al martirio de Jesucristo y probablemente haya pensado que sería una buena idea ir a predicar lo suyo a otra parte.

El cristianismo actual evita decirlo y es entendible que eso sea así, pero es evidente que después de fundar la iglesia sobre una roca en la Colina Vaticana de Roma, tal como le había encargado el profeta, Pedro estaba en un momento de duda y debilidad: Pedro no entendía los planes de Dios, no les encontraba el sentido y ya los estaba cuestionando cuando decidió retirarse de Roma junto a Nazario, un niño preadolescente, para probar mejor suerte en Grecia. Pedro venía caminando junto a Nazario por la Vía Apia, siempre de acuerdo con los textos no canónicos que registran esta saga, cuando Dios resuelve al fin hablarle. Maravillado y a la vez confundido, al mirar hacia el cielo Pedro le pregunta al Todopoderoso: “Quo vadis, domine”, lo que tradicionalmente se traduce del latín a nuestro idioma como “¿Adónde vas, señor?”.
El que se iba caminando era Pedro y, no obstante, es Pedro quien le pregunta a Dios adónde va, razón por la que es lícito deducir que en su pregunta Pedro cuestionaba los planes divinos, cuya lógica no lograba entender. “Quo vadis, domine” se presenta entonces en esta historia como el cuestionamiento de Pedro a su conductor, como un desafío a la autoridad. Pero Pedro no lo hacía como un simple acto de rebeldía, no buscaba la subversión en sí misma. Pedro estaba realmente confundido al no lograr ver plasmada su labor evangelizadora en resultados concretos pese a que Dios le había garantizado el triunfo. Tanto luchar y tanto militar el cristianismo entre paganos durante treinta años sin cosechar ninguno de los resultados esperados había sido demasiado para Pedro, él tenía que cuestionar el plan y lo hizo. “Quo vadis, domine” se traduce mejor entonces como “¿Adónde me quieres conducir, señor?”
La situación se había vuelto crítica y entonces Dios se le aparece a Pedro en la forma de un Jesucristo cargando la cruz para decirle que vuelva a Roma a cuidar el rebaño. “Si no vuelves a Roma, Pedro, me iré yo a hacerme crucificar otra vez”, le informa la aparición, extorsionándolo a Pedro en cierto modo. Entonces Pedro se ilumina nuevamente, recupera la totalidad de su fe con el cachetazo y emprende el camino de regreso a Roma, donde luego caerá en el marco de la persecución de Nerón a los cristianos por la intriga del gran incendio de la ciudad —Nerón acusa a los cristianos de ser los incendiarios— y será en consecuencia crucificado cabeza abajo, es decir, encontrará el martirio redentor tan deseado por todo profeta.
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