Un asunto difícil

Con la claudicación de la política argentina ante el poder fáctico global toda a la vista y Cristina Fernández en el centro de la escena como la mejor garantía del sostenimiento del statu quo es llegado el momento de hablar de asuntos incómodos, de aquello que nadie realmente quiere hablar. En la “alternancia democrática” entre el neoliberalismo “progresista” y el neoliberalismo “conservador” —que siempre es neoliberalismo al fin y al cabo, más allá de los aspectos formales de su presentación— hay un péndulo en cuyos extremos está el mismo proceso de subordinación nacional, hay un mismo proyecto político al servicio de intereses foráneos. Mauricio Macri, Alberto Fernández y ahora Javier Milei han “gobernado” como gerentes y ejecutores de decisiones clave tomadas de antemano. La aparente confrontación de la grieta esconde un pacto que asegura la estabilidad del sistema.
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Después de meses y años de observación de un pacto hegemónico con el que la política argentina acordó su propia capitulación frente a un poder fáctico global que se muestra hoy todopoderoso, al menos en estas latitudes, llegó el momento de ocuparse de la dirigente que es la piedra angular de toda la componenda. Y el atento lector, aunque no comprendiendo del todo la cuestión o no queriendo aceptar las conclusiones del análisis, debe acordar asimismo que al menos en las últimas dos décadas nada ocurre en nuestra política de cabotaje sin el concurso de Cristina Fernández de Kirchner. El solo reconocimiento de este hecho es la base para comprender todo lo que se sigue y son las consecuencias del propio hecho.

En el léxico de las nuevas generaciones el anglicismo “spoilear” es un verbo que se utiliza para describir el acto de adelantar el desenlace de la trama, arruinándole la experiencia al que consume la narrativa. Solo es posible “spoilear” las obras de ficción, las series de televisión, las películas y los libros de un modo general, porque allí es donde el consumidor no quiere conocer el final de la trama de antemano. Cuando se trata de la realidad y de la política, no obstante, todos queremos saber de antemano de qué se trata. Y por eso aquí hay un adelanto: en esta edición de nuestra Revista Hegemonía el análisis conduce a la conclusión de que Cristina Fernández está implicada como protagonista en el pacto hegemónico.

Pero “spoilear” el final de esta trama no es suficiente para que su contenido sea más digerible para el sentido común. ¿Cómo imaginarse la traición de quien había jurado no traicionar jamás? ¿Cómo aceptar tranquilamente la conclusión de que toda la política argentina capituló ante el poder real, a sabiendas de que en “toda la política” tiene que estar incluida ella? ¿Cómo transitar el duro proceso que se sigue a la enorme desilusión que implica el reconocer que Cristina Fernández hoy juega contra los intereses de las mayorías populares? Y lo que es más importante: ¿Cómo hacerlo sin perder la fe en la política, en los dirigentes e incluso en la humanidad?

Tal vez se esté aquí dramatizando lo que para algunos no es tan dramático, pero es preciso comprender que para muchos la noticia de la claudicación de Cristina Fernández cae como una bomba atómica sobre las ilusiones que son la base de toda idea de la política. Hoy por hoy son todavía cientos de miles y hasta millones los que entienden la realidad partiendo de la premisa de que Cristina Fernández representa mejor que nadie sus intereses colectivos, ella es la conductora de muchos y estos no sabrían hoy qué hacer con lo que piensan y lo que sienten sin contar con la seguridad de esa representación.

El atento lector de Hegemonía probablemente no esté entre esos fieles de Cristina Fernández o, estando en ese lugar, viene ya sospechando hace rato de que hay gato encerrado, de que algo no cierra en la narrativa mesiánica según la que Cristina Fernández vendrá al final a redimirnos a todos luego de un largo periodo de prescindencia en el que el pueblo atravesó, sigue y seguirá atravesando un infierno. Algo no cierra, ya van diez años de maldad contra el pueblo y el país y algo no cuadra en esa narrativa redentora. Y el atento lector, sin perder del todo la fe, sospecha de ello.


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