Algo pasó en Yugoslavia

Sepultado en la historia bajo toneladas de piezas propagandísticas de Occidente yace el atentado terrorista de la OTAN contra el pueblo-nación yugoslavo en 1999. La falsificación de la historia en casos como este tiene el nefasto propósito de justificar la acción de las potencias globales en su loca carrera por repartirse los territorios, es una forma de manipular el pasado para controlar el presente. Con el bombardeo sobre Yugoslavia en 1999, la OTAN pudo iniciar su avanzada sobre Europa oriental y el resultado de esta en última instancia es el conflicto en Ucrania, del que muchos desconocen el origen precisamente gracias a la falsificación de la historia.
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Debido a la intervención permanente de los medios de comunicación y de todo el aparato cultural que funciona alrededor manipulando tanto la memoria como el sentido común de las mayorías, existen entre los crímenes de lesa humanidad algunos crímenes que son más criminales que otros. Y también están los que caen en el olvido. El atentado al World Trade Centre de 1993, el que fue perpetrado contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 y las bombas contra la embajada de Israel y la AMIA de Buenos Aires, en 1992 y 1994, respectivamente, están entre los primeros. La intensa conmemoración de esos actos de barbarie hasta los días de hoy impide que dichos actos sean olvidados, razón por la que siguen sirviendo como argumento en la política del presente. Su omnipresencia en la cultura y en la memoria colectiva es, sin cuidado de que en efecto fueron graves atentados, la obra de la maquinaria de propaganda de quienes se reivindican como las víctimas de esos actos inolvidables.

Pero también los hay de los otros, de los que nadie se ocupa y nadie recuerda ya, aunque fueron actos de terrorismo aún más brutales. Entre estos aparece el bombardeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre Yugoslavia en 1999, una serie de ataques aéreos principalmente contra la ciudad de Belgrado que duró casi tres meses y dejó un saldo de 3.000 civiles muertos —entre ellos unos 100 niños— y 12.500 heridos, mutilados y contaminados por el uranio empobrecido que la OTAN empleó de manera ilegal en los bombardeos. La mención de estos crímenes de lesa humanidad fuera de una narrativa continuada sorprende ciertamente al atento lector, parece exagerado. ¿Cómo pueden haber sido tan graves los atentados contra el pueblo-nación yugoslavo, ya extinto como tal, si nadie jamás habla de ellos? He ahí toda la descripción del problema, el que puede resumirse en la cruel definición de que la gravedad de un crimen no viene determinada por el crimen en sí, sino más bien por la intensidad de su difusión.

Eso significa en la práctica que la historia no es la acción de los hombres en el tiempo, como decían Lucien Febvre, Fernando Braudel, Marc Bloch y los demás entusiastas de esa tercera posición entre las escuelas liberal y marxista —hegemónicas durante todo el siglo XX— que fue la historiografía francesa. La historia es en la práctica aquello que surge del relato de quienes tienen el suficiente poder para contarla, esto es, una narrativa falsificada por el poderoso y ajustada a sus intereses. Todo esto es lo que ya saben, desde luego, nuestros revisionistas respecto al relato oficial de la historiografía mitrista, la que a su vez es una sucursal de la liberal en nuestro cabotaje. El revisionismo histórico argentino entiende que nuestra historia oficial es un relato falsificado por la oligarquía desde el lugar de clase dominante y entonces no es la historia en un sentido estricto: es una parte de la historia vista bajo el prisma de los intereses oligárquicos, o una simple falsificación.

Retrato del historiador francés Fernand Braudel, uno de los exponentes de la escuela historiográfica francesa llamada Escuela de los Annales. En oposición tanto respecto a la historiografía liberal como a la marxista, los historiadores de la escuela francesa ponían el acento en la acción de los hombres en el tiempo como definición de lo que es la historia. Es un buen enfoque y quizá sea mucho mejor que el economicismo marxista y el cuento de hadas liberal centrado en los grandes protagonistas individuales, pero es de ninguna utilidad frente a la manipulación del pasado que hace el aparato cultural de Occidente. La historia es, según ese relato manipulado, lo que le sirva poder para justificarse en el presente.

La acción de los hombres en el tiempo es entonces inasible y el pasado es tan hipotético como puede llegar a ser el futuro. Lo que aparece en las páginas de los libros de historia como la verdad histórica no es más que la narrativa de quienes escriben esos libros, es una hipótesis sobre lo que pudo haber pasado y es, además, una hipótesis ajustada a una conclusión determinada de antemano. Para explicar y justificar el presente, el poderoso hace el relato del pasado de modo tal que dicho relato esté en coherencia con el statu quo del momento. Así, Justo José de Urquiza no aparece en la narrativa de Mitre como un traidor a la patria que se puso bajo las órdenes del emperador Pedro II de Brasil para marchar sobre Buenos Aires en vez de hacerlo contra Río de Janeiro, nada de esto se dice. Urquiza aparece como un prócer y por eso la condición subcolonial de Argentina respecto a Brasil en América del Sur queda plenamente justificada.

Lo contrafáctico no existe ni es argumentable, pero está claro que si Urquiza marchaba sobre Río de Janeiro siguiendo el plan estratégico de Juan Manuel de Rosas la batalla nunca hubiera tenido lugar en Caseros y probablemente sí en las inmediaciones de la que entonces era la capital del imperio, dando como resultado la inversión de los términos del subcoloniaje. La traición de Urquiza es, por lo tanto, muy grave porque priva a la Argentina de ser líder regional y le entrega alegremente ese liderazgo a Brasil, statu quo que dura hasta los días de hoy. Nuestra oligarquía debió justificar ese vasallaje y para lograrlo ocultó la traición de Urquiza pintándolo como un prócer en claro contraste con Rosas, quien aparece en la narrativa como un tirano. Todo es así, toda la historia es esa narrativa falsificada que oculta la acción de los hombres en el tiempo y la sustituye con un relato ajustado a las necesidades del dominante del momento en ese momento.


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