¿Los franceses también aman a sus hijos?

En un giro quizá inesperado para muchos, el presidente de Francia Emmanuel Macron endurece su discurso contra Rusia y empieza a hablar del envío de soldados franceses al campo de batalla en Ucrania, lo que automáticamente configuraría la intervención oficial de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el conflicto. Eso es sinónimo de guerra mundial y dicha guerra, a partir de 1949, solo podría ser una guerra nuclear. Macron no tiene hijos a los que amar y probablemente no esté interesado en las consecuencias nefastas de su discurso guerrerista contra la primera potencia nuclear del mundo. Le cabe al pueblo-nación francés ponerle un freno al delirio napoleónico del peligroso enano de la geopolítica que gobierna en Francia y a Donald Trump terminar con el curro de la OTAN mediante la quita de la subvención estadounidense a esa organización delictiva.
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Emmanuel Macron pisó el acelerador de su diatriba contra Moscú en los primeros días de marzo al promover una súbita escalada discursiva en la que prometió enviar tropas francesas a pelear en Ucrania, algo que de ocurrir le daría al conflicto un carácter de guerra mundial que buena parte de la humanidad no quisiera ver concretarse. Después de hablar finito durante más de dos años, abusando de la ambigüedad e incluso reuniéndose con el líder ruso Vladimir Putin en una mediación imposible, puesto que es parte en el diferendo, el presidente de Francia cambió súbitamente el tono de su narrativa. En un intenso raid mediático, Macron se paseó por los medios de difusión haciendo sonar los tambores de guerra y espantando a la opinión pública a nivel global.

Francia es una potencia militar modesta en comparación con los gigantes de la geopolítica y también posee arsenal nuclear propio, aunque desde luego de una magnitud muy pequeña. De acuerdo con el sitio web Statista, los franceses tienen actualmente unas 290 ojivas nucleares que probablemente serían suficientes, de lanzarse todas en un escenario hipotético inverosímil, para ocasionar una catástrofe ambiental después de la que la vida en el planeta se pondría bien cuesta arriba para la humanidad, quizá incluso inviable. Son muchas ojivas, por supuesto, pero pocas comparándose a las casi 6.000 que los rusos, a quienes Macron pretende desafiar, tienen en su arsenal. Como se ve, la idea de una guerra entre Francia y Rusia es ya desde el prospecto un insulto a la lógica.

¿Desde ese lugar quiere Emmanuel Macron convidar a Vladimir Putin a una guerra? Es evidente que no. La campaña mediática de Macron tiene por finalidad implicar a la sociedad francesa en el esfuerzo bélico y después, a partir de lograda esa movilización, darle a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) un casus belli potable. Por eso Macron habla y habla en los canales de televisión de su país explicándoles a los franceses, por ejemplo, que entre el extremo occidental de Ucrania y el extremo oriental de Francia hay menos de 1.500 kilómetros. Esa es la distancia existente entre la ciudad ucraniana de Leópolis y la francesa de Estrasburgo.

Mirándole a los ojos a un Napoleón petrificado, Emmanuel Macron ve el reflejo de lo que puede ser: otro líder francés al que se le ocurre la brillante idea de ir a hacerle la guerra a Rusia. A Napoleón le fue bastante mal y Francia no terminó invadida por los rusos porque la capacidad militar del zar era bien limitada si la comparamos con la que tiene Vladimir Putin hoy. ¿Permitirá el pueblo-nación francés esta aventura suicida del empleado de la banca Rothschild que gobierna el país?

“No podemos permitir que Rusia derrote a Ucrania”, decía Macron en una entrevista pactada (y lógicamente pautada) con el canal France 24, que es la televisión estatal del país. “Si los rusos ganan toda Europa estará en peligro, nosotros también”, agregaba, como repitiendo un mantra. Se trata de una cosa demasiado abstracta que supone el interés por parte de Putin en seguir avanzando sobre Europa occidental después de la caída de Kiev, una idea que no muchos europeos están dispuestos a comprar. El esfuerzo de Macron es notable porque intenta convencer a los suyos de que ir a gastar miles de millones de euros y mandar al muere a sus soldados en Ucrania es un buen negocio para Francia.

No lo es. Francia es una potencia decadente que acaba de ser expulsada de algunas de sus excolonias de África donde se produjeron golpes militares de naturaleza nacionalista y anticolonial. Mali, Burkina Faso y Níger echaron recientemente de sus territorios a las tropas francesas que allí habían sido estacionadas con fines de dominación neocolonial, en lo que parecería ser un paso importante en la segunda y definitiva independencia de esas tres naciones. Antes de estos movimientos, Francia no tuvo conflictos bélicos propios más que pequeñas sublevaciones en otras semicolonias de África, a las que pudo sofocar. El antecedente más cercano de soldados franceses combatiendo en el territorio ajeno sin la asistencia de los Estados Unidos o de la OTAN ya tiene 70 años. Y fue una derrota humillante.

Macron se hace entrevistar por periodistas a sueldo del Estado francés para militar la necesidad de una intervención francesa en la guerra de Ucrania. Y habla de modo muy didáctico explicando los peligros de un triunfo ruso que podría terminar con el “Ejército Rojo” desfilando por las calles de París o poco menos que eso. Macron juega con la memoria histórica de la II Guerra Mundial, pone a Putin en el lugar de Hitler y quiere guerra. La diferencia es que ahora existen las armas nucleares y Putin, por cierto, no es Hitler.

Antes de arrancarles a los estadounidenses su independencia definitiva, los vietnamitas debieron derrotar a los franceses en la primera guerra de Indochina (así se llamaba Vietnam bajo el mandato colonial de Francia) en un conflicto que duró ocho años y terminó en 1954 con los franceses retirándose humillados del territorio. Esa fue la última vez que Francia peleó una guerra por fuera del paraguas de la OTAN y no pudo ganar, peleó contra un pueblo cuya capacidad militar era y sigue siendo irrisoria si comparada a la de los rusos y perdió. Hace siete décadas. ¿Con qué argumentos querrá Macron convencer al contribuyente francés de que es una buena idea ir a meter el hocico ahora en Ucrania a luchar contra el ejército de Rusia y terminar tal vez enterrado allí como en Indochina o incluso algo peor?

Quizá Macron no quiera nada de eso y esté buscando lo que anteriormente se sugería, a saberlo, generar una conmoción que se transforme en un hecho político suficiente para disparar una guerra mundial en la que, ahora sí, la OTAN en bloque tome la decisión de ponerse en frente a los rusos en una confrontación abierta a escala global, de las que no se ven desde la II Guerra Mundial. A Macron al parecer le tiene sin cuidado si eso es técnicamente posible o no —probablemente no lo sea, puesto que hoy existen las armas nucleares que hasta mediados del siglo pasado no existían—, Macron quiere el enfrentamiento abierto de Occidente contra Rusia por razones que aún están por determinarse, pero seguramente son non sanctas.

Aun empleando un importante contingente de soldados africanos —en su mayoría senegaleses— reclutados en sus colonias, los franceses fueron derrotados por la firme resolución del pueblo-nación vietnamita de ser libre. Después de ser invadida por los nazis en la II Guerra Mundial, Francia iba a sufrir esta otra humillación en el campo de batalla. Esta es la potencia en decadencia que pretende desafiar a Rusia. Inviable.

¿Por qué el apuro de Macron? Pues porque Donald Trump viene y llega con la idea ya declarada en la forma de plataforma electoral de retirar a los Estados Unidos de la OTAN, lo que desde el punto de vista de esa alianza guerrera significa disolución. Las elecciones en los Estados Unidos se realizan a principios de noviembre de este año, Trump es el favorito en la carrera y esa es una mala noticia para los halcones europeos. Aproximadamente dos tercios del presupuesto anual de la OTAN que es de 1,3 billones de dólares, unos 860 mil millones o un 67% del total, lo aportan los Estados Unidos. La cuenta es sencilla e indica que sin los estadounidenses la OTAN no puede funcionar y debe disolverse o dar lástima.

Nadie da lástima en la geopolítica, razón por la que el resultado necesario de la retirada de los Estados Unidos será la disolución de la alianza. Esto es lo que Trump decía durante su primer gobierno entre 2016 y 2020 cuando se preguntaba por qué el contribuyente yanqui debía seguir pagando para que Europa esté protegida. La pregunta es de sentido común porque desconoce razones históricas que van del Plan Marshall a la Guerra Fría y son el proyecto de colonización de Europa por parte de los Estados Unidos para evitar que la Unión Soviética hiciera lo propio. La OTAN es una cosa de la Guerra Fría, la Guerra Fría terminó hace rato y, se sabe, Trump no quiere ser para Putin cual Truman para Stalin o cual Nixon para Brézhnev.

Infográfico en inglés con lo que la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS) estima que hay de armas nucleares actualmente. Aquí se ve que entre los Estados Unidos y Rusia están más del 90% de las ojivas nucleares del mundo, con los rusos en la punta de la tabla como primera potencia global. Macron no tiene hijos a los que amar y al parecer le tienen sin cuidado las consecuencias de su discurso. Solo queda rezar para que el pueblo francés sí ame a sus hijos y detenga a su presidente criminal antes de que sea demasiado tarde.

Trump no está interesado en ninguna Guerra Fría con Rusia, su problema es China. Y sabe que la OTAN es una cosa que responde a la rusofobia de los europeos occidentales, que es una máquina de guerra cuyo único objetivo es importunar a Moscú metiéndose poco a poco en su espacio vital. Eso es lo que la OTAN viene haciendo en las últimas tres décadas desde la disolución de la Unión Soviética en 1991. Desde que la URSS dejó de existir la OTAN es una rémora activa del pasado que solo sirve para sumar a exaliados de los soviéticos con el fin de provocar a los rusos, que sin ser soviéticos entienden perfectamente de qué se trata.

La pregunta del sentido común que hace Trump es qué demonios tienen que ver los Estados Unidos con esa rosca de europeos occidentales y europeos orientales, si los estadounidenses son americanos que están al otro lado del Atlántico y la Guerra Fría del momento es económica y no opone Washington a Moscú, sino a Beijing. Trump es más bien un aliado de Putin, no es secreto para nadie el diálogo existente entre ellos y tampoco lo son los fortísimos indicios de que el ruso le dio una mano al yanqui para ganar las elecciones de 2016. Macron está atento a eso, sabe que Trump viene y sabe que cuando llegue va a ser imposible implicar a los Estados Unidos en una guerra contra Rusia.

Infográfico en inglés en el que puede verse el origen por país del dinero con el que la OTAN financia sus actividades delictivas de expansionismo sobre territorio ajeno (presente con una base, por ejemplo, en nuestras Islas Malvinas). Como se ve en cifras que se expresan en billones y trillones a la moda yanqui, los Estados Unidos aportan 860 mil millones (billones, para ellos) del 1,3 billón (trillón) de dólares que la OTAN consume anualmente. Trump ya prometió que de ganar en noviembre este curro se acaba.

Más bien todo lo contrario: cuando Trump llegue los europeos occidentales van a quedar solos frente al gigante ruso y entonces llegará a su fin el ciclo del Plan Marshall iniciado en 1948. Esa región tan pobre —la más pobre del mundo en términos de recursos y riqueza real— que se hace llamar Europa no es más que una península de Eurasia y está por lo tanto en el espacio vital de Rusia, aunque fue invadida por los Estados Unidos en 1948 dando como resultado el desequilibrio que hoy está a punto de resolverse. Macron no quiere pasar a la órbita de los rusos, todos sus negociados y chanchullos son con Occidente y entonces está dispuesto a provocar una guerra mundial, que además puede ser nuclear, apocalíptica, con el prosaico fin de no largar el hueso.

Emmanuel Macron es el gran negacionista de una realidad que aquí en las páginas de Hegemonía explicábamos, en más profundidad y en detalle, en De Beijing a Berlín, o la realidad fáctica del continuum territorial, artículo esencial para la 50ª. edición que ponía de manifiesto en abril de 2022 la necesaria relación de interdependencia de Europa Occidental, Rusia y, finalmente, Asia de un modo general. Es un solo continente que se verifica geográfica y fácticamente, pero que estuvo dividido por razones geopolíticas ajenas a la voluntad de los pueblos de Eurasia. Esas razones geopolíticas, de intereses económicos del poderoso, son las que mueven a Macron hoy en su negación de una realidad que no va a poder evitarse para siempre.

Momento fatídico del año 2018 en el que Donald Trump cuestiona al secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el noruego Jens Stoltenberg, sobre la conveniencia desde el punto de vista de los Estados Unidos en seguir financiando las tres cuartas partes del presupuesto de la OTAN para que los europeos estén protegidos de la “amenaza rusa”. Stoltenberg sabe que probablemente se quede desempleado si Trump gana las elecciones.

El músico británico Sting publicó en 1985 la canción “Russians” en la que pone claramente a los rusos en el lugar de los perpetradores en una guerra nuclear que por esos días parecía ser una posibilidad. En la letra de su bella canción Sting dice esperar “que los rusos también amen a sus hijos”, dando a entender que ese amor por la prole debería disuadirlos en su proyecto de extinción de la humanidad mediante un holocausto nuclear. Como buen inglés que es, Sting acierta en la predicción de las consecuencias y miente en sus causas. Ni en 1985 ni ahora los rusos quisieron hacer una guerra nuclear, por la sencilla razón de que saben que nadie podría ganarla. Los rusos son profundamente cristianos y aman no solo a sus hijos, sino a la humanidad entera. Sting puede quedarse bien tranquilo y estar seguro de ello.

Ojalá que los franceses también amen a sus hijos y, amándolos, destituyan a Emmanuel Macron antes de que este liberal inmoral provoque una guerra nuclear en defensa de sus propios intereses particulares, sean estos negociados con el complejo industrial-militar-farmacéutico de las élites globales o directamente una afiliación a la familia Rothschild, para la que trabajó y probablemente sigue trabajando. Putin no quiere la extinción de la humanidad y seguramente tampoco la quieren Trump y Xi Jinping y menos que menos el pueblo francés. La muerte y la destrucción son el negocio de otros, de quienes manejan los hilos de Macron como quien manipula una marioneta con los fines más oscuros.


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